CIUDADANIA Y GÉNERO
: Mujeres y Liderazgo en las Provincias
de Antofagasta, El Loa y Tocopilla (1)
Paulina Salinas Meruane. Dra
phil (2)
ANTECEDENTES TEÓRICOS
Sobre el concepto de ciudadanía existen dos grades posturas:
la primera se refiere a la visión clásica universal
de la ciudadanía, desarrollada por T.H Marshall (1992:37),
en la que ésta se define como “el estatus que le concede
a los miembros el pleno derecho de una comunidad”. En esta
definición hay dos componentes principales el individuo y
la comunidad. La base de esta conceptualización es el reconocimiento
de una igualdad humana básica asociada a la pertenencia plena
al Estado-nación, que trasciende las desigualdades económicas
que existen en la sociedad.
Segundo, una postura más reivindicativa de la ciudadanía,
se basa en la existencia de un pluralismo cultural, en una ciudadanía
diferenciada. Este argumento acoge a diferentes sectores como: mujeres,
grupos étnicos y otros que demandan el derecho a ejercer
la ciudadanía desde sus particularidades y diferencias. Estos
grupos, como representantes de otras identidades, son excluidos
o no suficientemente integrados en la concepción tradicional
de ciudadanía, ya que ésta implica un sentido homogéneo
y totalizador en el cual se aplacan o neutralizan las diferencias
en favor de una igualdad universal. En este sentido, la ciudadanía
no es sólo un concepto universal, sino también excluyente.
Renato Rosaldo (2000:39) al respecto arguye, que la ciudadanía
ha sido parte de un proceso de diferenciación de los hombres
privilegiados con respecto a los demás.
Iris Marion Young una de las representante de esta postura, de
la construcción de la ciudadanía a partir de las diversas
identidades culturales argumenta que: “el intento de crear
una concepción universal de la ciudadanía que trascienda
las diferencias grupales es injusto porque históricamente
conduce a la opresión de los grupos excluidos” en (Will/Wayne
1997: 26). Desde una perspectiva feminista Chantal Mouffe agrega,
incluso, que : “la ciudadanía es una categoría
patriarcal, quién es ciudadano, qué es lo que hace
un ciudadano y cuál es el terreno dentro del cual actúa,
son hechos construidos a partir de la imagen del varón. A
pesar de que las mujeres ya somos ciudadanas en las democracias
liberales, la ciudadanía formal ha sido ganada dentro de
una estructura de poder patriarcal donde las tareas y las cualidades
de las mujeres todavía están devaluadas” (Camau,
A. 1995: 294).
En definitiva, nos encontramos frente a un debate en construcción,
ya que el énfasis dado a determinados aspectos de la ciudadanía
se relaciona con el momento histórico y con las características
particulares tanto del sistema político, como de los actores
que participan de este proceso. Por lo tanto, la ciudadanía
conlleva el ejercicio de los derechos políticos, y a la vez
un conjunto de derechos sociales, los que se encuentran entramados
con reivindicaciones de género, étnicas, sexuales
de clase u otras otras.
Actualmente la globalización de la economía capitalista,
se ha producido, entre otras cosas, un debilitamiento del Estado,
en términos de ser una institucionalidad que conduce la unidad
social. Como consecuencia de su desestructuración interna,
en el sentido que el Estado deja de dar respuesta, sobre todo, a
las nuevas demandas de la ciudadanía en el plano económico,
social, político o cultural que se imponen en el escenario
de la globalización mundial, se desencadena una creciente
dependencia externa que afecta a las sociedades en su conjunto.
Un ejemplo en este sentido, ha sido la creciente jurisprudencia
internacional que han adquirido algunos conflictos en materia de
violaciones a los derechos humanos, derechos políticos, entre
otros.
En este contexto, se fortalece la economía mercantil como
principio ordenador de la sociedad, es decir, no sólo se
trata de establecer una regulación del mercado en el plano
económico sino en la totalidad de las relaciones sociales,
asignándole al Estado un rol eminentemente administrador,
que modifica la relación clásica de éste con
la sociedad civil.
En esta tensión, entre el ser ciudadano o consumidor, adquiere
sentido retomar las ideas desarrolladas por T. H. Marshall en 1950
(1992:22), ya que permiten volver a las raíces históricas
de la ciudadanía, reconocidas con propiedad desde el siglo
XII hasta nuestros días Marshall diferencia tres ámbitos
en la ciudadanía, civil, político y social. El civil
contempla todos aquellos derechos necesarios para la libertad individual,
la libertad de expresión, de pensamiento, de confesión
religiosa, el derecho a la propiedad privada y el derecho a la justicia.
En cambio, la ciudadanía política se expresa por medio
del sufragio universal, y se refiere a la participación en
los procesos políticos. Por último, la ciudadanía
social contempla los derechos al bienestar económico, a la
seguridad, y fortalecimiento de la equidad en la distribución
de la riqueza.
En síntesis, en esta concepción de la ciudadanía
se puede identificar en primer lugar una doble dimensión:
por un lado, es posible diferenciar cada uno de los ámbitos
a los cuales hace referencia (civil, político y social).
Y por otro, reconocer su carácter totalizador y excluyente,
vale decir, los individuos al ejercer la ciudadanía, están
interpelando de una u otra forma a cada una de sus dimensiones,
y al mismo tiempo, pueden ser marginados, por su condición
de clase, de género, de raza o sexual. Segundo, la ciudadanía
es un proceso más que un estado acabado, y, como tal, no
siempre ha seguido un desarrollo evolutivo. Es decir, nos encontramos
con un concepto en permanente redefinición, y que se encuentra
tensionado por la fuerza de los cambios políticos, económicos
y sociales experimentados por la sociedad. Tercero, la consecución
o consolidación de los derechos ciudadanos no ha sido fácil
en ningún país del mundo y, en la medida que se han
alcanzando, por ejemplo los derechos civiles y/o políticos,
estos mismos han llevado a una mayor exigencia, que contemple la
ampliación de los derechos de la ciudadanía.
La ciudadanía de las mujeres en el escenario actual
En el caso de Chile, las experiencias de participación social
y política de las mujeres, muestran las dificultades que
éstas han tenido para traspasar del ejercicio de un liderazgo
femenino a un protagonismo político y/o social real.
La participación de las mujeres como colectivo ha sido menor
y, fundamentalmente, desencadenada por las difíciles condiciones
sociales, económicas y políticas que ha experimentado
el país en diferentes momentos históricos. Por lo
tanto, una vez superada la coyuntura que legitima la existencia
de un colectivo femenino, se ha producido un paulatino debilitamiento
organizacional, ejemplos en este sentido, han sido el movimiento
sufragista de los años 40’, que logró que las
mujeres tuvieran derecho a sufragar en las elecciones nacionales,
en 1949. Y la Concertación de Mujeres por la Democracia,
a fines de la década de los 80’. Esta última
representó a un amplio sector de la población femenina,
articulando un discurso en favor de la reconstrucción democrática
del país, desde una perspectiva de género (Salinas,
P. 2000:58).
En consecuencia, se requiere revertir la visión que ha marginado
la reivindicación de derechos de otras identidades (género,
étnicas, u otras), por considerarla una amenaza a la concepción
tradicional de la ciudadanía y una inflexión radical
dentro de la misma. Segundo, se requieren avances en el sentido
de visibilizar, que hasta ahora, el principio de igualdad universal
omite desigualdades reales, por lo tanto el ejercicio de la ciudadanía
de las mujeres, construido desde una perspectiva masculina, condiciona
a este sector a articularse, desde el universo del varón,
cuestión que se traduce en una baja participación,
incompatibilidad, limitaciones, en definitiva lo que podríamos
denominar una condición pre-ciudadana. Y tercero, las singularidades
y diferencias de las mujeres exige la elaboración de políticas
diferenciadas, que permitan efectivamente la implementación
de criterios como la discriminación positiva, cuoteo político,
entre otros; que, si bien, en un primer análisis se contradice
con los principios y derechos individuales que proclama la democracia
liberal, no parece posible alcanzar avances significativos en favor
de la equidad de género, si se espera la sola evolución
del sistema político, para que se produzca un cambio en este
sentido.
Las mujeres y su relación con el poder
El concepto de poder se asocia a un complejo proceso que ha sido
definido en diferentes sentido y que esta presente en diferentes
estructuras sociales. Para Foucault (1992:157) las sociedades se
encuentran atravesadas por relaciones de poder múltiples.
Estas relaciones se establecen y funcionan a través de la
acumulación, circulación y funcionamiento de un”discurso
de verdad”. Las relaciones de poder se transforman en relaciones
de dominación bajo formas de derechos (Leyes, aparatos, instituciones,
reglamentos, etc.). Adoptan la forma de técnica o instrumento
de intervención. Así, para este autor,”entre
un hombre y una mujer, en una familia, entre un maestro y un alumno,
entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder”.
Foucault, plantea que no cree que el poder se construya a partir
de voluntades individuales o colectivas ni tampoco se deriva de
intereses. En otras palabras el poder se construye y funciona a
partir de poderes, de multitud de cuestiones y efectos de poder.
Por lo tanto, éste no se puede entender independientemente
del proceso económico y las relaciones de producción.
Legrand, M. (1989: 27) comparte la visión de Foucault y
agrega que el poder es una dimensión fundamental e ineludible
en toda relación social, esto implica que el poder adquiere
múltiples formas, se transforman históricamente, y
que no todas esas formas son igualmente opresivas. Según
Gerth/Wright (1984: 307) las dimensiones de poder en una estructura
social comprenden las relaciones de poder entre los roles en un
orden y los roles en otro orden, es decir el poder traspasa las
estructuras, por ejemplo el poder del orden religioso no se limita
a éste, pues influye en diferentes ámbitos de la estructura
social.
Las relaciones entre hombres y mujeres también están
atravesadas por mecanismos de poder, que constituyen relaciones
de fuerza de las cuales resultaran el posicionamiento social y cultura
de cada género. Sin embargo, las relaciones de género
no se reducen a una sólo explicación: la supremacía
masculina, porque ello equivale a simplificar u olvidar los otros
componentes de dicha interacción. Es necesario situar la
dominación de los hombres dentro de un conjunto desigualitarío
de relaciones sociales.
Especialmente las mujeres cuando se incorporan al espacio público
no se sustraen de sus responsabilidades domésticas, crianza
de los hijos, atención de la casa. Esto desencadena que muchas
veces las mujeres en la comunidad posean poder, pero al estar restringido
a la esfera privada no logra proyectarse en el espacio público.
Éstas no logran articular un discurso político que
le permita participar en las instancias de decisión, las
que al ser dominadas por los hombres, se encuentran definidos por
sus modos y formas. En definitiva, esto ha influido en que los cambios
logrados por las mujeres sean efímeros y que sus movilizaciones
tengan escasos efectos y repercusiones.
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