Cincuenta
años de la Escuela de Periodismo
por Hugo Olea
Cuando se iniciaron las clases de periodismo
de la Universidad de Concepción, el lunes 17 de abril
de 1953, yo tenía diez años de edad. No se me
había ocurrido ser periodista. Soñaba con manejar
un tren, impresionado, tal vez, por el espectáculo
de la locomotora Mikado, que con su banda sonora de campanadas
y bufidos, ingresaba diariamente, a las seis y media de la
tarde, por la primera línea, a la estación de
mi pueblo, procedente de la capital del reino. Diez años
después, abandonada tan peregrina idea, ingresé
a la escuela de periodismo.
¿Qué ocurrió?
Olvidado de trenes inicié apasionado romance con los
diarios y revistas que mi padre compraba, incluídos
los pequeños periódicos molinenses “El
Día” y “El Lontué”. Oscar,
tan fanático, esperaba, invierno y verano, un bus Via
Sur que llegaba a las 11 de la noche. Es que traía
una docena de ejemplares del vespertino “Ultima Hora”.
Luego se iba a la cama ¿no me digas, de nuevo vas a
leer hasta las tantas?, rezongaba mi madre.
Me impresionaron los artículos
de Avelino Urzúa, “Topón de Siete”,
los de Ricardo Boizard, “Picotón”, y Oscar
Waiss. Los de Eugenio Lira, los agudísimos e insolentes
de Darío Saint Marie, Volpone, también las crónicas
de Mario Planet, Lenka Franulick, Luis Hernández Parker,
Erica Vexler y Julio Lanzarotti, entre muchos periodistas
que fueron mis maestros vía leer, releer y gozar de
sus textos. Los modelos hogaño, son las figuras de
la tevé. Nada personal. Los míos tenían
mayor peso específico.
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