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Concepción, 17 de abril 2003año IV nº 38
 




 
 

 

 

 

Edición del 5 de diciembre de 2002

Amor de Madre

por Javiera Córdova,
Alumna de 2º año

A quién no le ha pasado, "Mi amor, iba caminando por el centro, y justo vi algo que es perfecto para ti , y como yo te quiero tanto hice un esfuerzo y te lo compré".

Luego, uno abre el regalito envuelto en una bolsita o en un precioso papel, pensando en lo especial y única que es mamá, y se encuentra, por ejemplo, unos calcetines, negros con unos lunares morados de tres o cuatro centímetros de diámetro, y como si fuera poco otro par, de iguales características, pero azul marino con lunares naranjos.

Por supuesto, el amor de madre nos obliga a sonreírle y darle muchos besitos de agradecimiento, mientras tratamos de entender donde dejó el gusto o cómo puede ocurrírsele que algo así puede gustarnos. Y gracias al chantaje emocional "con esfuerzo porque te quiero tanto" estamos obligados a que nos guste el regalito y a no rechazarlo; e incluso, buscar inteligentemente un lugar para que queden bien guardados, muy bien guardados, porque no podemos perderlos ni prestarlos, porque si mamá se entera se sentiría mal.

Clásico es el amor de madre. Aquel amor que con dedicación, para el invierno nos teje un chalequito, y aunque sepa las medidas, conozca nuestros gustos en colores, etc., de todas formas teje algo que pica, o de un color que sólo ella se pondría, es decir, con tonos anticuados matizados con algo juvenil, que desemboca en algo que ni los amigos raros se pondrían.

Pero al igual que la madre, el hijo siente un amor que le prohíbe hacer, si quiera, una morisqueta frente a ella. La dulce y tierna mirada de mamá es algo que se traduce en amor puro, sin un dame y te doy. Es incondicional, infinito y razón de nuestra felicidad.

 

 
 
 
 
 

 
 
Carrera de Periodismo
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