Edición
del 5 de diciembre de 2002
Amor de Madre
por Javiera Córdova,
Alumna de 2º año
A quién no le ha pasado, "Mi
amor, iba caminando por el centro, y justo vi algo que es
perfecto para ti , y como yo te quiero tanto hice un esfuerzo
y te lo compré".
Luego, uno abre el regalito envuelto
en una bolsita o en un precioso papel, pensando en lo especial
y única que es mamá, y se encuentra, por ejemplo,
unos calcetines, negros con unos lunares morados de tres o
cuatro centímetros de diámetro, y como si fuera
poco otro par, de iguales características, pero azul
marino con lunares naranjos.
Por supuesto, el amor de madre nos obliga
a sonreírle y darle muchos besitos de agradecimiento,
mientras tratamos de entender donde dejó el gusto o
cómo puede ocurrírsele que algo así puede
gustarnos. Y gracias al chantaje emocional "con esfuerzo
porque te quiero tanto" estamos obligados a que nos guste
el regalito y a no rechazarlo; e incluso, buscar inteligentemente
un lugar para que queden bien guardados, muy bien guardados,
porque no podemos perderlos ni prestarlos, porque si mamá
se entera se sentiría mal.
Clásico es el amor de madre.
Aquel amor que con dedicación, para el invierno nos
teje un chalequito, y aunque sepa las medidas, conozca nuestros
gustos en colores, etc., de todas formas teje algo que pica,
o de un color que sólo ella se pondría, es decir,
con tonos anticuados matizados con algo juvenil, que desemboca
en algo que ni los amigos raros se pondrían.
Pero al igual que la madre, el hijo
siente un amor que le prohíbe hacer, si quiera, una
morisqueta frente a ella. La dulce y tierna mirada de mamá
es algo que se traduce en amor puro, sin un dame y te doy.
Es incondicional, infinito y razón de nuestra felicidad.
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