EL ARTE DE AMAR
Autor: Erich Fromm
CAPÍTULO I. ¿ES EL AMOR UN
ARTE?
Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no puede
hacer nada, no comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero
quien comprende también ama, observa, ve... Cuanto mayor es el
conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor... Quien cree
que todas las frutas maduran al mismo tiempo que las frutillas nada sabe
acerca de las uvas.
PARACELSO
¿Es el amor un arte? En tal caso, requiere
conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya
experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno
"tropieza" si tiene suerte? Este libro se basa en la primera
premisa, si bien es indudable que la mayoría de la gente de hoy cree en
la segunda.
No se trata de que la gente piense que el amor
carece de importancia. En realidad, todos están sedientos de amor; ven
innumerables películas basadas en historias de amor felices y
desgraciadas, escuchan centenares de canciones triviales que hablan del
amor, y, sin embargo, casi nadie piensa que hay algo que aprender acerca
del amor.
Esa peculiar actitud se basa en varias premisas que,
individualmente o combinadas, tienden a sustentarla. Para la mayoría de
la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y
no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para ellos el
problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor. Para
alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en
especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo
permita el margen social de la propia posición. Otro, usado
particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas, por medio
del cuidado del cuerpo, la ropa, etc. Existen otras formas de hacerse
atractivo, que utilizan tanto los hombres como las mujeres, tales como
tener modales agradables y conversación interesante, ser útil, modesto,
inofensivo. Muchas de las formas de hacerse querer son iguales a las que
se utilizan para alcanzar el éxito, para "ganar amigos e influir
sobre la gente". En realidad, lo que para la mayoría de la gente de
nuestra cultura equivale a digno de ser amado es, en esencia, una mezcla
de popularidad y sex-appeal.
La segunda premisa que sustenta la actitud de que no
hay nada que aprender sobre el amor, es la suposición de que el problema
del amor es el de un objeto y no de una facultad. La gente cree que amar
es sencillo y lo difícil encontrar un objeto apropiado para amar -o para
ser amado por él-. Tal actitud tiene varias causas, arraigadas en el
desarrollo de la sociedad moderna. Una de ellas es la profunda
transformación que se produjo en el siglo veinte con respecto a la
elección del "objeto amoroso". En la era victoriana, así como
en muchas culturas tradicionales, el amor no era generalmente una
experiencia personal espontánea que podía llevar al matrimonio. Por el
contrario, el matrimonio se efectuaba por un convenio -entre las
respectivas familias o por medio de un agente matrimonial, o también sin
la ayuda de tales intermediarios; se realizaba sobre la base de
consideraciones sociales, partiendo de la premisa de que el amor surgiría
después de concertado el matrimonio-. En las últimas generaciones el
concepto de amor romántico se ha hecho casi universal en el mundo
occidental. En los Estados Unidos de Norteamérica, si bien no faltan
consideraciones de índole convencional, la mayoría de la gente aspira a
encontrar un "amor romántico", a tener una experiencia personal
del amor que lleve luego al matrimonio. Ese nuevo concepto de la libertad
en el amor debe haber acrecentado enormemente la importancia del objeto
frente a la de la función.
Hay en la cultura contemporánea otro rasgo
característico, estrechamente vinculado con ese factor. Toda nuestra
cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio
mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la
excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo
lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer)
considera a la gente en una forma similar. Una mujer o un hombre
atractivos son los premios que se quiere conseguir. "Atractivo"
significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares
y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad. Las
características específicas que hacen atractiva a una persona dependen de
la moda de la época, tanto física como mentalmente. Durante los años que
siguieron a la
Primera Guerra Mundial, una joven que bebía y fumaba,
emprendedora y sexualmente provocadora, resultaba atractiva; hoy en día
la moda exige más domesticidad y recato. A fines del siglo XIX y
comienzos de éste, un hombre debía ser agresivo y ambicioso -hoy tiene
que ser sociable y tolerante- para resultar atractivo. De cualquier
manera, la sensación de enamorarse sólo se desarrolla con respecto a las
mercaderías humanas que están dentro de nuestras posibilidades de
intercambio. Quiero hacer un buen negocio; el objeto debe ser deseable
desde el punto de vista de su valor social y, al mismo tiempo, debo
resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades
manifiestas y ocultas. De ese modo, dos personas se enamoran cuando
sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado,
dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio.
Lo mismo que cuando se compran bienes raíces, suele ocurrir que las
potencialidades ocultas susceptibles de desarrollo desempeñan un papel de
considerable importancia en tal transacción. En una cultura en la que
prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye
el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de
que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio
que gobierna el mercado de bienes y de trabajo.
El tercer error que lleva a suponer que no hay nada
que aprender sobre el amor, radica en la confusión entre la experiencia
inicial del "enamorarse" y la situación permanente de estar
enamorado, o, mejor dicho, de "permanecer" enamorado. Si dos
personas que son desconocidas la una para la otra, como lo somos todos,
dejan caer de pronto la barrera que las separa, y se sienten cercanas, se
sienten uno, ese momento de unidad constituye uno de los más estimulantes
y excitantes de la vida. Y resulta aún más maravilloso y milagroso para
aquellas personas que han vivido encerradas, aisladas, sin amor. Ese
milagro de súbita intimidad suele verse facilitado si se combina o inicia
con la atracción sexual y su consumación. Sin embargo, tal tipo de amor
es, por su misma naturaleza, poco duradero. Las dos personas llegan a conocerse
bien, su intimidad pierde cada vez más su carácter milagroso, hasta que
su antagonismo, sus desilusiones, su aburrimiento mutuo, terminan por
matar lo que pueda quedar de la excitación inicial. No obstante, al
comienzo no saben todo esto: en realidad, consideran la intensidad del
apasionamiento, ese estar "locos" el uno por el otro, como una
prueba de la intensidad de su amor, cuando sólo muestra el grado de su
soledad anterior.
Esa actitud -que no hay nada más fácil que amar-
sigue siendo la idea prevaleciente sobre el amor, a pesar de las
abrumadoras pruebas-de lo contrario. Prácticamente no existe ninguna otra
actividad o empresa que se inicie con tan tremendas esperanzas y
expectaciones, y que, no obstante, fracase tan a menudo como el amor. Si
ello ocurriera con cualquier otra actividad, la gente estaría ansiosa por
conocer los motivos del fracaso y por corregir sus errores -o renunciaría
a la actividad-. Puesto que lo último es imposible en el caso del amor,
sólo parece haber una forma adecuada de superar el fracaso del amor, y es
examinar las causas de tal fracaso y estudiar el significado del amor.
El primer paso a dar es tomar conciencia de que el
amor es un arte, tal como es un arte el vivir. Si deseamos aprender a
amar debemos proceder en la misma forma en que lo haríamos si quisiéramos
aprender cualquier otro arte, música, pintura, carpintería o el arte de
la medicina o la ingeniería.
¿Cuáles son los pasos necesarios para aprender
cualquier arte?
El proceso de aprender un arte puede dividirse
convenientemente en dos partes: una, el dominio de la teoría; la otra, el
dominio de la práctica. Si quiero aprender el arte de la medicina,
primero debo conocer los hechos relativos al cuerpo humano y a las
diversas enfermedades. Una vez adquirido todo ese conocimiento teórico,
aún no soy en modo alguno competente en el arte de la medicina. Sólo
llegaré a dominarlo después de mucha práctica, hasta que eventualmente
los resultados de mi conocimiento teórico y los de mi práctica se fundan
en uno, mi intuición, que es la esencia del dominio de cualquier arte.
Pero aparte del aprendizaje de la teoría y la práctica, un tercer factor
es necesario para llegar a dominar cualquier arte -el dominio de ese arte
debe ser un asunto de fundamental importancia; nada en el mundo debe ser
más importante que el arte. Esto es válido para la música, la medicina,
la carpintería y el amor-. Y quizá radique ahí el motivo de que la gente
de nuestra cultura, a pesar de sus evidentes fracasos, sólo en tan
contadas ocasiones trata de aprender ese arte. No obstante el profundo
anhelo de amor, casi todo lo demás tiene más importancia que el amor:
éxito, prestigio, dinero, poder; dedicamos casi toda nuestra energía a
descubrir la forma de alcanzar esos objetivos y muy poca a aprender el
arte del amor.
¿Sucede acaso que sólo se consideran dignas de ser
aprendidas las cosas que pueden proporcionarnos dinero o prestigio, y que
el amor, que "sólo" beneficia al alma, pero que no proporciona
ventajas en el sentido moderno, sea un lujo por el cual no tenemos
derecho a gastar muchas energías? Sea como fuere, este estudio ha de
referirse al arte de amar en el sentido de las divisiones antes
mencionadas: primero, examinaré la teoría del amor -lo cual abarcará la
mayor parte del libro-, y luego analizaré la práctica del amor, si bien
es muy poco lo que puede decirse sobre la práctica de éste como en
cualquier otro campo.
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