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La ciudadanía ha estado pendiente la última quincena del movimiento de los estudiantes secundarios que demandan una mejor calidad de la educación.
El movimiento ha llenado páginas de periódicos, revistas, diarios y copado los noticiarios de radio y televisión.
Se han producido movimientos pendulares en el tratamiento de los hechos, pasando desde denominarlo corriente vandálica, a posteriormente hacer una apología del mismo y en seguida a centrase en la violencia que ha acarreado.
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Hay indicios, sin duda, de que se está ante un fenómeno interesante y que pudiera irradiar hacia la instalación de situaciones novedosas. Pero son sólo indicios que requieren de tiempo para intentar conclusiones de valor más o menos aceptable. Y generalizaciones como denominarlos la nueva generación de líderes del país no llevan a encontrar la explicación profunda de los hechos.
Por otro lado, se plantea también que estos adolescentes, nacidos en el seno de la democracia, están empoderados y que por lo tanto conocen las formas de poner sus derechos en el debate público.
Lo cierto es que el país está enfrentado nuevamente, y esta vez por distintos actores, al problema de la calidad y equidad de la educación.
Los grandes desafíos del inicio de los ’90 en el campo de la educación eran la calidad y la equidad. Hoy, transcurridos 15 años de gobiernos de la Concertación, puede llamar a error que esos mismos temas sigan vigentes.
Ello no significa un estancamiento, ya que calidad y equidad, a medida que se avanza en cada uno de ellos, presentan nuevos y diferentes desafíos y la comparación con 1990 es imposible.
Los universitarios, en medio de este torbellino, han intentado levantar su voz, pero esta vez han sido los secundarios quienes han liderado el movimiento estudiantil con sus demandas.
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