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nro 584  Jueves 8 de junio de 2006

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  • CONTRIBUCIÓN ACADÉMICA

Todo parte de un diálogo con estudiantes de filosofía para que, y producto de la conversación sobre el significado de las demandas por una educación de calidad y de equidad en vista de los más pobres, me obligase -y gracias a un alumno que puso el tema- a reflexionar sobre otra cara del conflicto; y todo derivado de una crítica realizada a cierta apatía como docentes frente al problema estructural de la educación chilena.

En principio, mi reacción fue argumentar desde los años, usando de un lenguaje revestido (malamente por lo demás) de “experiencia” acumulada que podría servir de principio de interpretación a sus propias inquietudes.

El problema, que con tal actitud sólo mostré comprensión pero, sin embargo, mantuve la distancia. El asunto, es que la crítica suya (percibo que no individual) refiere (eso entiendo) a cierta complicidad nuestra en el mantenimiento del estado de situación, pues es evidente que no apuntaba precisamente a nuestra responsabilidad profesional (los datos estadísticos acusan grados aceptables de conformidad por parte de los alumnos respecto del desempeño de sus profesores). Incluso, y apretando el juicio, somos responsables sociales, puesto que nos importa la tarea del desarrollo, y con ello somos responsables también en términos económicos. Empero, la gracia de la crítica del estudiante devela un contexto distinto de juicio sobre el sentido de la responsabilidad, y es la cuestión moral.

Más de alguno podrá discutir la validez del juicio, pero, no podemos negar que toda responsabilidad social como económica (sin desconocer la política) responde a una cuestión axiológica; en la medida que lo que cada día procuramos es -simplemente y por nuestras acciones- traducir una elección y una obligación para nosotros mismos en los asuntos vitales. Y de suyo, una buena educación es una cuestión vital, a razón que por ella tengo los elementos básicos para realizar el ejercicio de internalización de los patrones de comportamiento que son esencialmente culturales, la exteriorización de estos que descubre el sentido que tiene para mí como sujeto la cultura y la objetivación que manifiesta a los ojos de otros cuánto de originalidad aporto como sujeto al desarrollo y dinámica cultural. Es probable que el tema que está en el substrato de la discusión sea precisamente cuánto de responsabilidad nos cabe como sociedad universitaria en la maduración de esta capacidad.

El asunto es complejo, pues los datos que se manejan, pero por sobre todo las conversaciones de pasillo, las discusiones entre pares revelan que los niveles de conocimiento esperados para alumnos que ingresan a la universidad (conocimiento que entendemos son en alto grado criterios de interpretación sobre lo recibido y por lo que se ha de recibir) son escasos, mínimos y -peor- en muchos casos deficientes, lo cual dificulta la tarea de los docentes en la formación de un espíritu científico crítico y solidario con el desarrollo y la promoción humana, Los informes del PNUD advierten que el meollo del desarrollo es cultural y no meramente económico.

Para la universidad, la problemática es aún mayor. Basta con revisar los datos que señalan que de las tres grandes universidades chilenas, esta casa de estudios es la que recibe mayor cantidad de alumnos provenientes de establecimientos municipales subvencionados. Un asunto no menor, sabiendo que el nudo del conflicto se da precisamente ahí. De esta forma, el debate que nos urge es inevitable. Ante ello, una pregunta es necesaria: ¿estamos preparados para tal discusión?
La interrogantes y sus respuesta es, se quiera o no, un asunto moral.

Rodrigo Pulgar Castro
Director Magíster en Filosofía Moral

   

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