TIME DAILY - 24 de mayo de 1999

Cuando la enfermedad vuelve débiles a los "hombres fuertes"

El final del siglo XX encuentra a varios países del mundo en manos de autócratas enfermizos.

 

El Paciente: Boris Yeltsin

Ocupación: Presidente de Rusia

Las Enfermedades: Oficialmente, un resfriado -un resfriado que lo ha hecho pasar más días laborales fuera de la oficina que trabajando durante los dos últimos años, y que lo vió pasar por una cirugía cardiaca para un triple bypass en 1996. Aún cuando es comparativamente jóven con 68 años, Yeltsin tiene evidentes problemas para mantener el equilibrio y la lucidez, pese a que está en su momento más enegético politicamente hablando.

El pronóstico: Mantener líderes decrépitos mucho después de su fecha de vencimiento es un logro de la medicina soviética que permanece, y pese a la recurrentes crisis de salud los pasados tres años, Yeltsin ha encontrado consecuentemnte lo requerido físicamente para volver a trabajar y empuñar el hacha cuando sus oponentes están preparando la banda para bailar sobre su tumba. Hasta ahora, nadie va a cobrar el seguro de vida de este tipo.

La sucesión: Yeltsin parece listo para aferrarse al poder casi absoluto que reclamo en la constitución de 1993, hasta su último aliento, y ha evitado ungir un heredero por miedo a precipitar su propia partida del escenario político. Constitucionalmente, en caso de su muerte - la incapacidad mental o de salud no son suficientes, ya que la constitución practicamente deja la decisión de retirarse en sus manos- el poder pasa temporalmente a su primer ministro, quien tiene que programer nuevas elecciones presidenciales en el plazo de un año.

El impacto: por miedo a ser desafiado, Yeltsin ha bloqueado consistentemente el ascenso de líderes fuertes en el puesto de primer ministro. El resultado es que la figura dejada al mando cuando él se ausenta - como el actualmente en jercicio, Sergei Stepashin- es poco probable que resista la presión para llamar a elecciones anticipadas. Más aún, el gobierno despótico de Yeltsin ha evitado el ascenso de instituciones políticas democráticas fuertes. Eso deja la sucesión presidencial a un campo confuso de comunistas y ex-comunistas de varias facciones demagógicas.

Time Daily - May 24th, 1999
When Illness Makes Strongmen Weak
The end of the 20th century finds several countries around the world in the hands of ailing autocrats.

The Patient: Boris Yeltsin
Occupation: President of Russia
The Disease(s): Officially, a cold -- a cold that has had him spend more working days out of the office than at work over the past two years, and that saw him undergo triple-bypass heart surgery in 1996. Although a comparatively young 68, Yeltsin has visible problems maintaining his balance and lucidity, even when he's at his most energetic politically.
The Prognosis: Keeping decrepit leaders going long after their sell-by date is Soviet medicine's enduring achievement, and despite recurring health crises over the past three years, Yeltsin has consistently found the physical wherewithal to return to work and wield the ax just when his opponents are striking up the band to dance on his grave. Still, nobody's going to sell this guy life insurance.
The Succession: Yeltsin appears ready to cling to the almost absolute power he claimed in his 1993 constitution until his last breath, and has avoided anointing an heir for fear of hastening his own departure from the political stage. Constitutionally, in the event of his death -- mental and physical incapacity wouldn't be good enough, since the constitution pretty much leaves the decision to step down in his hands -- power passes temporarily to his prime minister, who would have to schedule new presidential elections within a year.
The Impact: For fear of being challenged, Yeltsin has consistently blocked the emergence of strong leaders in the position of prime minister. The result is that the figure left to rule when he departs -- such as the incumbent, Sergei Stepashin -- is unlikely to be able to resist pressure for early elections. Moreover, Yeltsin's imperious governance has prevented the emergence of strong democratic political institutions. That leaves the presidential succession to a messy field of communists and ex-communists of various demagogic stripe.