EL PAÍS DIGITAL - Entrevistas
Salman Rushdie

 

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El fútbol, un tema sobre el que parece saber tanto como sobre Cervantes, Rabelais, Joyce, García Márquez (a quien considera el más importante novelista contemporáneo) y los demás grandes maestros que han inspirado su obra. Cuando llegó al Reino Unido, a los 14 años, su padre le llevó a ver su primer partido de fútbol. Arsenal contra Real Madrid. El Real estaba en su momento más espléndido. Tenía a Di Stefano, Puskas, Gento. Aplastó al Arsenal, le dejó en ridículo. Pero yo tenía que escoger algún equipo inglés para apoyarlo. Así que busqué el mejor que había por entonces, que era el Tottenham. No sólo era el odiado rival londinense del Arsenal, sino que su camiseta era blanca, como la del Madrid. La pasión por el Tottenham ha resistido seis novelas, otros muchos escritos y dos divorcios. Es como si el tiempo hubiera hecho aún más profunda su devoción hacia los placeres paganos del fútbol.

El Tottenham jugó la final de Copa en el estadio de Wembley en marzo. Rushdie cuenta que no podía conseguir entradas. Recurrió a su inventiva artística y se le ocurrió una idea brillante. Llamó a la revista New Yorker para preguntar si podía escribir un artículo para ellos sobre el deporte más popular del mundo y el hecho de que no logre asentarse en Estados Unidos. El New Yorker aceptó. Y también consintió en conseguirle un pase de prensa para la final de Wembley. Fue fabuloso. ¡Ganamos! Uno a cero, con un gol en el último minuto. Un gol bastante ramplón, en realidad, que Rushdie describe de forma muy vívida, como a cámara lenta y con el máximo detalle.

A la mañana siguiente, Rushdie llega a Bard College (que ahora ya resulta identificable como tal y no parece un decorado ficticio, gracias a la aparición de varios estudiantes peinados con unas colas de caballo que denotan aspiración artística). Viene en un gran BMW. Conduce el guardaespaldas, de nuevo con su chaqueta azul de reglamento. Rushdie está en el asiento trasero. El guardaespaldas sale primero y mira a su alrededor con ojos recelosos, expertos y profesionales. Rushdie sale del coche vestido con un grueso abrigo azul que ha comprado, según confiesa, en los almacenes más pijos de Nueva York, Barney's. Siente que se avecina una gripe, y dado que el lanzamiento del libro en Estados Unidos y todo el mundo significa dos meses de ajetreada labor de promoción (incluyendo una visita a España), tiene que cuidarse.

Esta mañana, la agenda comprende una cita privada con El País Semanal. Pero ésa no es la principal razón por la que sería lógico que tuviera un aspecto más ansioso del que presenta, sino el hecho de que es el segundo día que pasa en un mismo sitio. Muy bien podría haberse extendido la información sobre dónde se encuentra. Si le está buscando alguien (recuérdese la bomba del World Trade Centre de Nueva York, hace unos años), puede saber dónde encontrarle. Sin embargo, Rushdie parece incluso más relajado que la víspera, y no muestra ningún indicio de la mirada asustada que podría esperarse de un hombre cuya sentencia de muerte no ha expirado aún, y quizá nunca lo haga. Se sienta en la mesa donde hablamos de fútbol el día anterior, y empieza la entrevista.

Hace tiempo describió usted la experiencia de la fatwa como una úlcera o una lanza que se remueve lentamente en el estómago. ¿Cómo la caracterizaría en este momento?

Hago todo lo posible para no hacer de ella un factor en mi vida diaria, para seguir adelante. Intento ignorarla. Es verdad que reaparece todo el tiempo y que siguen arrojándome flechas y venablos desde Irán. En el sentido más elemental, es terrible que haya unas personas que golpean constantemente tu integridad, tu personalidad. Es como si desearan hacer creer a la gente que no soy una persona respetable. No resulta agradable, pero es mejor que ser asesinado [suelta una risita irónica]. Me esfuerzo para superarlo, y me frustra el hecho de que no pueda ser así. Pero, en cuanto a mis intestinos, se han fortalecido. Ya no tengo aquellos dolores. Porque, aunque quizá sea un optimismo ridículo, una de las razones por las que creo que la situación es mejor de lo que parece es que los iraníes saben así han venido a decirlo que la credibilidad de su Gobierno depende de que el trato se respete. Desde luego, eso es lo que me explica el Gobierno británico: que tanto para el presidente como para el ministro de Asuntos Exteriores iraníes sería una catástrofe y una humillación inmensas que me ocurriera algo.

¿Quiere decir que al Gobierno iraní, ahora, le interesa mantenerle con vida?

Mantenerme con vida, sí, creo que sí. Ésa es mi opinión. Porque se han comprometido firmemente a ello en el escenario más público de todos, la Asamblea General de Naciones Unidas. Si no cumplen ese compromiso, ¿quién va a confiar en ninguna de sus promesas? Me parece que eso me da motivos para sentir cierto optimismo.

¿Estos 10 años han influido en sus ideas? ¿La experiencia de la fatwa ha alterado su concepción del mundo, del mundo político?

Creo que sí [asiente enérgicamente]. Me parece que las personas de izquierdas solían tener una visión más simplista del mundo, y en mi caso se ha hecho más compleja. Pero creo que le ha pasado lo mismo a toda la gente que conozco. Por ejemplo, esta confusión acerca del problema de la intervención que ha suscitado la crisis de los Balcanes. No intervienen en Sarajevo, y les criticamos por ello; intervienen en Kosovo, y les criticamos también. Y es una confusión que alcanza a la izquierda.

¿Se refiere, sobre todo, a lo que piensa la izquierda de las acciones de Estados Unidos?

Sí, de la misma forma que se producen paralelamente las críticas contra la hegemonía cultural de los norteamericanos. En parte son una hipocresía. Somos nosotros quienes tenemos la facultad de no comprar big Mac, zapatos de Nike, ropas de Gap. Si queremos, podemos rechazar la cultura estadounidense. Como consumidores, está en nuestro poder el hacerlo. Sin embargo, cuando actuamos como consumidores corremos hacia ella, y cuando asumimos el papel de críticos culturales decimos que es terrible. Existe un grado de hipocresía que es preciso examinar atentamente.

Habla de la izquierda en general. ¿Pero qué enseñanzas ha extraído usted de esta horrible y extraordinaria situación en la que se encuentra?

Uno de los aspectos que ha cambiado es, hablando con franqueza, mi actitud hacia la policía, mi relación con ella. Nunca había estado especialmente de acuerdo con lo que hacían las fuerzas del orden. Pero lo que ha ocurrido a lo largo de estos años es muy, muy interesante. Por supuesto, he aprendido muchas más cosas sobre los cuerpos especiales de seguridad del Estado, comprendo mucho mejor las cosas que hacen y simpatizo más con algunas de ellas. Mi opinión sobre el terrorismo, por ejemplo, es mucho más personal; así que cuestiones a las que antes podía oponerme, como la cláusula británica que permite la detención de sospechosos, ahora no me parecen objetables. Sé que esas leyes se crearon, ante todo, para combatir al IRA, pero resultan útiles en otros contextos, y me da la impresión de que, en un futuro próximo, las actividades de contraterrorismo van a centrarse cada vez menos en los irlandeses y más en terroristas de otras partes del mundo. Por supuesto, ahora defendería la ley británica para la prevención del terrorismo, mientras que antes seguramente la habría atacado.

Es decir, ¿ahora es menos purista en cuestiones como la restricción de los derechos civiles?

Siempre he pertenecido a grupos de defensa de los derechos civiles, pero creo que el caso concreto del terrorismo internacional es un problema al que, como no interfiere demasiado en la vida diaria de la gente, es fácil quitarle importancia. Cuando en realidad ahora que sé más de ello es importante. Es una cosa omnipresente. Un problema que crece. He ido entendiendo estas cosas y eso ha modificado mis ideas políticas. Resulta interesante, por ejemplo, observar a laboristas a los que conozco desde antes de que entraran en el Gobierno. Conocía a Blair antes de que fuera ministro, y a Jack Straw, y a Robin Cook, y a otros. En mi opinión, cuando una persona tiene acceso a toda la información de la que dispone el Gobierno, sus opiniones cambian. De repente se da cuenta de que el mundo es real.

Ahora yo también dispongo de datos. He recibido una educación sobre lo que ocurre en la realidad. Y para mantener y conservar todo lo que valoramos es precisa esa protección, necesitamos a esos protectores.

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