EL PAÍS DIGITAL - Entrevistas
Salman Rushdie

 

volver

Lo que nos dice el mito de Orfeo, explica Rushdie con énfasis, desafiante, es que uno puede matar al cantante, pero no la canción. Sin embargo, los periodistas, uno de los cuales confiesa (con asombrosa sinceridad) que no ha leído el libro, están menos interesados por Orfeo que por las especiales circunstancias que han convertido a Rushdie en el más célebre novelista vivo.

¿Hasta qué punto ha influido la espada de Damocles que pende constantemente sobre su cabeza en la elaboración de la novela?

Tuve mucho miedo mientras escribía este libro, porque pretendía abarcar mucho y no estaba seguro de poder hacerlo, replica Rushdie. Caí muchas veces en un estado de pánico y depresión provocado por las exigencias que me planteaba, mucho mayores que todo lo que había escrito anteriormente.

El otro asunto ocupaba un rincón aparte en mi cabeza. Rushdie, que nació en una familia musulmana de Bombay en 1947, pero que se trasladó al Reino Unido cuando tenía 14 años, habla sin trazas de acento indio, en los tonos comedidos y refinados de un inglés educado en la famosa escuela privada de Rugby y la Universidad de Cambridge.

¿A qué tipo de exigencias se refiere?

Me propuse un auténtico desafío. En primer lugar, la novela se basa en la absurda idea de que las dos estrellas de rock más famosas del mundo son indias. Pero además discurre en el ámbito más amplio que jamás he utilizado, y se basa en sentimientos muy dolorosos y profundamente arraigados en mi interior. Desde el punto de vista geográfico, la novela abarca cuatro continentes, va desde la India hasta Inglaterra, Estados Unidos y México. Desde el punto de vista histórico, comienza con el Imperio Británico y termina con el imperio norteamericano. Y nace de aspectos muy dolorosos de mi vida, relacionados con la sensación de pérdida y la desorientación, mi propia sensación de desarraigo en los 10 últimos años.

Rushdie se acaricia la barba con una suave mano de mujer, de color marfil. La novela llega a la conclusión de que el amor es el único valor sobre el que se puede construir algo sólido. Todo esto deriva de los rincones más íntimos de mi mente, y tenía que asegurarme de que no fuera un exabrupto, sino que saliera transformado en arte.

La India y el Reino Unido son países que ya habían recorrido los personajes de las novelas anteriores de Rushdie, pero hasta ahora nunca se habían aventurado en Estados Unidos, ni mucho menos en México, donde un terremoto que en la novela ocurre en la misma fecha en la que Jomeini anunció la fatwa en la vida real, el día de San Valentín de 1989 proporciona el núcleo dramático y metafórico a la obra.

Si el arte de Rushdie imita la vida, esta última novela tiene la peculiaridad de que ha dado pie a un reflejo en otra forma artística, la música. El grupo de rock U2 ha puesto música a la letra de una canción escrita por Rushdie para su protagonista, Orfeo / Elvis.

Conozco a los componentes de U2 desde hace siete u ocho años, explica Rushdie, que sabe mucho de una increíble variedad de cosas. Bono me invitó a subir al escenario cuando cantaron en el estadio de Wembley en 1993. Fueron mis cinco minutos de estrellato. Le envié el manuscrito del libro, y dos semanas después había escrito la melodía para mi canción ficticia. Fui a Dublín a oírla y me encantó. Creo que el CD sale a la venta en septiembre.

Rushdie está entusiasmado con el proyecto, le gusta la idea de trascender lo que llama su oscura fama y compartir parte de la magia de la celebridad que atribuye a los protagonistas de su novela. Uno de los temas de mi libro, afirma, es ese perverso impulso religioso que se manifiesta en la veneración por las estrellas del rock. El culto a la fama llena el vacío dejado por la muerte de Dios.

Éste es el tipo de frases por el que empezó a tener problemas con los ayatolás. ¿Sigue mostrándose tan desafiante, en parte, porque cree que, desde la declaración de Irán en la ONU el año pasado, la amenaza de la fatwa ha desaparecido?

No, no. Quise creer que lo que pasó en la ONU entre los Gobiernos británico e iraní era el final de la historia. Pero enseguida vi con claridad que no era tan sencillo. En Irán siguen existiendo facciones el poder está muy fragmentado que no están de acuerdo con ese trato.

¿Espera que el peligro surja de fanáticos aislados?

En 10 años no ha habido indicios de nada parecido. Todas las amenazas descubiertas contra mí, y ha habido varias, han sido directamente atribuibles a los servicios iraníes de espionaje, sus agentes y personas contratadas. El asesinato del traductor japonés de mis obras fue un trabajo profesional del régimen iraní. Pero, recientemente, Jatamí ha obligado al jefe de los servicios secretos iraníes a dimitir. De forma que ahora el peligro no puede venir de ese departamento. Según me dicen, es un gran avance.

Entonces, ¿en qué consiste ahora la amenaza?

En grupos paranoicos que no responden ante el Gobierno de Jatamí, sino ante los líderes religiosos. Pero la tensión se ha aliviado un poco. Hace tres años vine aquí a recibir un doctorado, y había mucha más policía y todo eso. La prensa tuvo que venir con dos horas de antelación, dejar que comprobaran todos sus equipos y llegar hasta mí en una camioneta de policía. Ahora hay mucho menos ambiente de intriga y misterio. Así que, ¿qué va a hacer uno? Pues se cubre las espaldas, pero sigue adelante. Si alguien intenta callarme, canto más alto, canto mejor. Soy escritor. Quiero sentarme en los bares, caminar por las calles, oír el ruido del mundo.

Un aula de seminarios vacía, convertida en comedor para el almuerzo que sigue a la mesa redonda, no es precisamente el lugar para sentarse a oír el ruido del mundo. Pero la pizca de aprensión que sentía Rushdie ante un fin de semana en compañía de varios periodistas se ha desvanecido en risas y sonrisas. Sentado y relajado, la conversación del autor británico pasa con naturalidad a una pasión común, muy alejada de Orfeo y los ayatolás.

Continúa