Versión imprimible

Optimizado para Explorer 5 o superior y resolución de 800x606

nro 606 viernes 6 de julio de 2007

PORTADA   • 
EDITORIAL  • 
TITULARES  • 
AGENDA   • 
lt.jpg (933 bytes) BUSCAR   • 
ANTERIORES   • 
EQUIPO   • 
CONTACTO  • 
   

Infórmese de la Acreditación

Visita Nro: Contador de Visitas a Avisos


 

 

 

 

  OPINIÓN

A muchos de los que compartimos en el campus, nos produce desazón la agresividad que de un tiempo a esta parte ha caracterizado el actuar de algunos jóvenes que se dicen estudiantes. Esta es una forma de comportamiento que viene en oleadas a ocupar el espacio de diálogo que ha caracterizado la vida universitaria desde los tiempos de su fundación. La explicación del porqué ocurre esto debería ser estudiada por todos y cada uno bajo un afán único: procurar la defensa de un bien común. Después del análisis e interpretación, cada cual podrá elegir actuar en consecuencia y, se sabe, el actuar muchas veces tiene efectos por defecto como es el caso, por ejemplo, de abstenerse de obrar, puesto que -guste o no- soy cómplice desde mi pasividad del curso de los acontecimientos. Con ello, éticamente estamos atrapados en el deber de responder por el curso de nuestra historia, en particular, cuando en el presente somos testigos de la violencia como fenómeno de intervención de algunos sobre la mayoría; por tanto, de actos objetivables y cargados de fuerza axiológica. Tal hecho, nos permite hacernos cargo de un asunto que al final es obvio: la violencia se condena por sus consecuencias y, por tanto, cuando por sus efectos se rompe la esfera de protección que la comunidad crea para satisfacer para querer la vida buena, nos vemos materialmente involucrados en algo que no deseamos. De ahí un paso a la desconfianza, que es a su vez una forma de violencia.

Por qué la violencia es el tema. Simplemente por estimar que es algo que acontece. Y el asunto es que el acontecer humano, científico o técnico es lo que constituye nuestro afán de preocupaciones diarias. No en vano, estamos inmersos en resolver del mejor modo la verdad de todo ello, en procura de colaborar al desarrollo de nuestro pueblo. Por qué es problema, por la simple razón que hay un tiempo común que nos involucra, un tiempo de agresividad contagiante que tiende a cautivarnos. Es –dirá el filósofo- el tiempo de nuestra cura; aquel tiempo por medio del cual se nos hace ser parte del acontecimiento; de uno que por sentirlo se hace inteligible desde una percepción de lugar que – en este caso- es nuestro espacio vital-profesional. El cual, sencillamente, se ve contaminado porque algunos vetan la libre circulación de las ideas por la clausura de los espacios adecuados para ellos: las aulas y laboratorios.

Los argumentos que validan la violencia se construyen, curiosamente para la mentalidad secular, a partir de un fondo que pretende racionalidad. Al menos así lo dejan entrever y lo declaran los discursos que copan el barrio. Por lo demás, este es un fondo argumentativo que guarda la característica siguiente: se revela violento en términos de actualidad, pues clausura las vías normales de diálogo propias de la inteligencia universitaria. Así, ¿qué pensar respecto de la situación actual? Entendido el recurso paradójico de la fórmula democrática de convivencia, resulta inevitable sostener que quienes articulan respuestas de acción agresiva (siempre los menos), respuestas sostenidas al menos retóricamente por un fondo de legítima demanda por mayores derechos, se mueven en un círculo de desautorizaciones éticas realizadas desde principios que solicitan rango de objetividad y universalidad. Lo cual ciertamente es agresión lisa y pura a la idea de una humanidad plural, de una humanidad tolerante asumida por una universidad creada para y precisamente acogerlos bajo el principio de la tolerancia.

El peligro vemos es real, puesto que si la tolerancia no se reconoce por las minorías como principio de configuración de los acuerdos, ciertamente entramos en un diálogo de sordos que se mantendrá así por largo tiempo si somos optimistas, y si somos lo contrario ya no habrá diálogo posible de realizar. Nuevamente el dilema instalado en la metáfora del péndulo de Foucault. Metáfora que por paradoja responde a la inteligencia de un estado de cosas de alto riesgo. Situación sostenida independiente de todo ejercicio de declaración de intenciones que declara la buena voluntad de al menos una de las partes (la institución creo actúa de buena fe), pero que los receptores entienden desde un supuesto agresivo, de desconfianza y poco tolerante.

Dr. Rodrigo Pulgar
Director del Magíster en Filosofía Moral

   

Panorama en Internet  ®     

   volver al inicio de página

[Portada]
[Editorial] [Titulares] [Agenda]
[Buscar] [Anteriores] [Equipo] [Contacto]

Universidad de Concepción

® Universidad de Concepción
Rectoría
Unidad de Comunicación Institucional