Una promesa autovisitada

Luego de siete años sin exponer juntos, los integrantes de Grisalla decidieron volver a reunirse para mostrar sus últimos trabajos, revisitar el escenario que los vio nacer como grupo plástico.

Haciendo referencia al comienzo del camino que sigue un estudiante de pintura en el que se indaga en las posibilidades del claroscuro logrado con el gris -que en teoría es el centro diferenciado donde se origina el color puro- a través de un movimiento centrífugo que aúna los extremos negro y blanco, un grupo de artistas pintores y grabadores, formados en el departamento de Artes Plásticas de la Universidad, creó en 1991 el grupo Grisalla.

Oscar Barra, Mario Sánchez, José Fernández, Gustavo Riquelme, Vicente Rojas y Jaime Petit, recién constituidos como grupo, expusieron en la Pinacoteca de nuestra casa de estudios, comenzando un camino que los llevó a transformarse en referente de la plástica penquista, a nivel nacional e internacional. Tras quince años, Grisalla vuelve a mostrar su trabajo en la Casa del Arte.

La pintura y el «arte de vivir de ella», en todos sus sentidos, la verificación de los postulados de hace mucho tiempo y el resultado del trabajo individual son algunos de los tópicos que motivan esta muestra que recoge obras de creación del último tiempo, donde se ve reflejado el crecimiento personal y plástico de cada uno de los integrantes del grupo.

Bajo el título Una promesa autovisitada, las producciones de cada artista parecen revisar en esta ocasión su permanencia en el tiempo con cerca de setenta trabajos y un desarrollo estético y personal centrado en el arte contemporáneo.

Tras ciclos de muestras internacionales, una actividad centrada en la capital y la vida propia e independiente de cada uno de ellos, esta muestra está dirigida a la comunidad local, en un interés por estar presentes en el escenario cultural local, darse a “reconocer”, poniendo especial hincapié en las nuevas generaciones.

Los formatos y las técnicas, como siempre ha sucedido, son variados revisando quince años de pintura, confirmando la promesa de dedicar la vida al arte y revisitando el circuito local, como una forma de fijar una imagen que a ratos se piensa movediza.