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Literatura monotemática y especializada | ||||
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Según Mora Cid en DM se enuncia la construcción de una nueva individualidad basada en la negación de otra individualidad, cuyo signo esencial es el ejercicio de una actitud persistentemente desconstructora, a la vez que implacablemente consciente1. De la misma manera podemos agregar que en el texto de 1989 también se plantea como consecuencia de lo anterior una independencia, una soberanía del sujeto ante su particular muerte. De esta forma, la muerte que el poeta concibe expresa un carácter individual, aunque no individualista; pero, además, es incomunicable y, por lo mismo, radicalmente separada de las otras muertes. Una muerte que no tendría que ver con las demás muertes; mi muerte y vuestra muerte. Sin embargo, lo anterior no se cumple del todo, pues en ciertos momentos del texto el sujeto poético reconoce puntos en común o zonas de comunicación con los demás moribundos, como puede ser la experiencia del dolor –que lo acercaría a los que agonizan dolorosamente, a los enfermos, pero lo alejaría aun más de quienes mueren repentina e indoloramente–.De hecho, expresa una cierta ambivalencia con respecto a un posible sentido, una verdadera justificación en el dolor de los moribundos. Así, en un momento expresa: “no comparto el dolor como forma (gratuita) de conocimiento “…ya no aporta al que sufre sino la confirmación cotidiana de la “Por no tener nada que transmitir, por ser neutro hasta la “…la vida es un estado de inseguridad absoluto, es provisional por No hay forma de soslayar la coincidencia en este punto entre la visión de Cioran y la de Lihn en cuanto a la naturaleza tajante de la frontera que separa a sanos de enfermos: “Hay sólo dos países: el de los sanos y el de los enfermos Recordemos que Cioran afirma la existencia de una forma de conocimiento en el dolor, mientras que el Lihn de “Pido a la medicina…” dice no creer en tal cosa, lo que es una manera de relativizar (“no comparto…”) por medio de la alusión a la subjetividad, más que una negación taxativa. No obstante, el dolor al que refiere el poema es un dolor vacío, degradado en alarido y, como tal, signo de una muerte indigna; un dolor que, de todas formas, no niega la posibilidad de ese otro dolor. Justamente en otro momento y en un poema distinto, aunque contiguo al que hemos citado, el sujeto escritural dice claramente, sin hacer jugar a la subjetividad: “saldado el doloroso En este punto el dolor ha sido aceptado como una forma de conocimiento de la realidad, aunque bien podemos pensar que la contigüidad de ambos poemas sugiere una suerte de mecánica de afirmación-negación, que funciona en ambos sentidos y no se detiene definitivamente en momento alguno. De todas formas, los dos sentidos que definen dicha mecánica, ambos ya bastante alejados de la reflexión que inicia el texto –la que habla sobre la imposibilidad del lenguaje para acceder a lo que en verdad es el dolor– conllevan una aceptación tácita de la realidad de éste, dejando de lado el tema de la referencialidad del lenguaje. Es decir, la constatación del dolor se ha impuesto sobre otras elucubraciones. De alguna forma lo anterior nos lleva a la pregunta planteada en su artículo por Mora Cid: ¿cuál es la naturaleza del impulso?, ¿cuál es el sentido o la obligación del agonizante que le mueve a registrar su propia agonía?6 Mario Rodríguez Fernández afirma, parafraseando el poema de Lihn Porque escribí, que la escritura es vida7, y es que el sujeto poético de DM se muestra del todo escéptico respecto del valor vital de la escritura y del lenguaje: “La vida necesita muy poco del lenguaje “Si la muerte atacó a Aquiles en el talón y a Freud en los labios, a Así es como en otro momento el poeta dice: “La enfermedad imita a la vida. Este fenómeno se patentiza, Nos encontramos con que incluso la agonía es más vida que muerte y esta es una afirmación que permite, en cierto modo, precisar la idea de “escritura enferma” en el texto de 1989, ya que, como habíamos mencionado, se puede considerar que la escritura es enfermedad en cuanto el sujeto que escribe ha perdido la inocencia adánica que le habría permitido creer ingenuamente en el poder de la palabra. Sin embargo, no hay inocencia en DM, no encontramos rastros de ella, ya sea por la limitada profundidad de nuestra lectura o porque nunca existió en la realidad del texto. Lo cierto es que al imitar o, incluso, al intentar imitar la vida la escritura deviene enfermedad, con lo que podemos decir que el cáncer que ha aquejado a Lihn no ha sido sino su propia escritura, signada por la obsesión de acceder “al hueco insondable al que ella tiende y por donde se precipita el lenguaje y el mundo”9, a la vez que su agente cancerígeno ha sido, justamente, el deseo incontenible de escritura, pese a las carencias de ésta en la contingencia y en la abstracción de la muerte mismas que el autor de la Generación del 50 refiere en su texto póstumo. En palabras de Rodríguez: “El deseo, la pulsión incontrolable de la escritura atraviesa todo el “…sólo se puede escribir cuando se es dueño de sí frente a la “El escritor es entonces el que escribe para poder morir y que obtiene su poder de escribir de una relación anticipada con la muerte.”12 Se explica así cómo es que lo que consideramos una escritura enferma no es más que la escritura de una voz poética que finalmente no teme enfrentar al vacío, o no se deja paralizar por el temor, prefiriendo mantener la compostura y evitando entregarse a cualquier tentación heroica, pues el dolor, que es la verdadera certidumbre de la vida, permite aceptar otra certidumbre, ya mencionada por Miguel Gomes: “…la creación, acto luminoso y a veces demasiado parecido a los Se deduce de las palabras de Cioran una conclusión que es coherente con el sentido de la cita: la única escritura que puede valer la pena es precisamente la escritura enferma, pero implacablemente conciente de su enfermedad. En este punto, y justamente por considerar que el autor de DM es un sujeto abierto a las cosas14, me parece necesario hacer referencia al contexto cultural en el que adviene la muerte tal como se le concibe en el texto de 1989, básicamente en lo que dice relación con la naturaleza del vínculo en progresiva disolución entre los vivos (sanos) y el moribundo (enfermo de gravedad). No es nuestra pretensión formular afirmaciones reveladoras, en el sentido que sea, respecto de las particulares circunstancias que rodearon la muerte de Enrique Lihn, menos aun si para ello no podemos basarnos más que en supuestos y deducciones cuya validación excede con mucho nuestras capacidades. Más bien intentamos dar cuenta de algunos de los sentidos de su escritura que se abren a la particular circunstancia en que sus enunciados son producidos, lo que nos permite inscribirla dentro de un modelo conocido de análisis de la tradición mortuoria occidental y moderna, la que, según Philippe Aries tiene sus bases bosquejadas ya desde el siglo XIX y se expresa básicamente en los siguientes puntos: • Repugnancia a admitir abiertamente la muerte. • Aislamiento moral impuesto al moribundo. • Medicalización del sentimiento de la muerte. • Censura al luto, el que se hace breve y discreto, casi indecente, al límite de la abolición.15 En general este modelo describe el contexto de la agonía expresada en DM, si bien el autor francés parece entender exclusivamente por “occidente” a la Europa central, con predominio de Francia y alguna gentil concesión a las tradiciones hispana, itálica y germana, todas las cuales parecen contrastar con la tradición anglosajona, principalmente la de los EEUU. Huelga decir que América Latina no es mencionada ni aun como incluida dentro de alguno de estos discursos. Pese a lo anterior, podemos decir que DM informa sobre una realidad cultural en la que los elementos de la modernidad mortuoria europea ya mencionados conviven con otros elementos que, a su vez, hacen pensar en la persistencia de códigos medievales para la sociedad chilena en que el texto se desarrolla, configurándose así una realidad discursiva culturalmente híbrida o, si se quiere, mestiza. Podemos apreciar, en primer lugar, que la interdicción del moribundo es percibida como un hecho solapado en la sociedad chilena moderna, tal como se representa en el siguiente poema: “Recuerdo a un amigo de otros años él huía de noche de su El personaje (histrión) construido en el poema –una de las formas de la cultura popular más socorrida a la hora de consultar al médico por los males propios es justamente inventarse un amigo enfermo– está determinado por el deseo de ingresar en casas, en espacios hogareños, y no en lugares o espacios públicos, pues hacer esto último implicaría trivializar su acto por la mera búsqueda de espectadores. Entonces, apela a la amistad, al amor, forzando hasta el límite del sentido común, pero no de la coherencia interna, la lógica de la solidaridad para con el amigo enfermo. El código medieval se disuelve finalmente cuando el personaje es reconducido al hospital, lugar que el sujeto poético llama la anticasa, seguramente por tratarse de un lugar de paso, tal como lo sugiere la etimología de la palabra, en vez de un espacio de residencia, vale decir: un aeródromo, antes que un hogar. La imagen del hospital-aeródromo u hospital-aeropuerto, sobre todo la idea de aeropuerto, nos permite evocar elementos tales como: personas siempre en tránsito, reservas, horarios de vuelo, etc. Es decir, orden, administración, en resumidas cuentas: burocracia, que tiene en los médicos a sus principales funcionarios: “Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus Sobre este último punto nos parece pertinente citar a Aries: “¿No será el gran acontecimiento la sustitución de la familia por el “Usted no atrasó más que en un año, doctor Pero lo medieval subsiste en el mundo de que da cuenta DM, el horroroso país, del que bien podríamos preguntarnos si es el Chile que el autor conoció y al que llamó en un poema anterior el horroroso Chile, del cual nunca se desarraigó, y que, en el contexto de los años 80, comenzaba a ver cómo la cultura de los medios masivos de comunicación paulatinamente imponía una visión caótica del mundo, a la vez que de la muerte: “Todos lo pueden todo: salir de este horroroso De la misma forma dice respecto del papel de la muerte en los medios: “…La calva es la vedette O si el país que tenía en perspectiva era el país de los sanos, ya descrito por Cioran, y al que nos hemos referido unas líneas antes. No tengo forma de responder a esta pregunta, aunque pienso que ambos países son el mismo, lo que hace aún más penoso el hecho de haber dedicado la vida a un desarraigo condenado desde el principio al fracaso. Pero, decíamos, persisten ciertas pulsiones casi inconscientes en el texto que arrastran al sujeto poético hacia el pasado tradicional de raíz medieval, el que permitía al moribundo un mayor poder de decisión sobre su muerte. Tal situación es invertida, según Aries, en el momento en que los médicos toman el poder sobre el país del moribundo – alrededor de los siglos XVII y XIX–, cuando éste es, por decirlo de alguna forma, secuestrado. Un signo claro de este movimiento del polo de poder es el desplazamiento de la habitación del moribundo desde la casa, el hogar, hacia el hospital.17 No obstante, el discurso mortuorio de raíz moderna enunciado por el autor francés no configura una realidad definitiva en DM, sino que, más bien, es un proceso aún por concluir, llegando incluso a conformarse una realidad sincrética entre medievalidad y modernidad: “El orden ha seducido mi casa /públicas Elementos típicos de la realidad del hospital, como el orden, la distancia y el no molestar, se han desplazado hacia la casa invirtiendo el orden tradicional, por lo que, si bien la habitación del moribundo no ha pasado al hospital, su casa termina siendo imitación del hospital. Se reconoce de esta manera una oposición entre orden y desorden que da cuenta, a su vez, de la oposición muerte, enfermedad vs. vida (aunque esta última no es entendida como vitalidad, debido, seguramente, a que pese al dolor que inflinge el separarse del cuerpo, éste no ha sido en la escritura de Lihn un elemento de placer18). De esta manera los libros revueltos son libros leídos, los papeles en el suelo son –seguramente– papeles escritos, y el abandono o desorden de la casa es presencia de la calle, de la otredad, lo que bien puede considerarse una muy tradicionalmente chilena forma de ver la vida. Sin quererlo, en este punto hemos descubierto que más que la medicalización del sentido de la muerte lo que preocupa al sujeto poético es la negación de su propia dignidad humana, derivada de aquella a través del interdicto sobre la voluntad individual del moribundo, por lo cual ambos elementos –interdicción y dignidad del moribundo– se constituyen como dos fases de un mismo problema. Lo anterior es determinante en cuanto a la actitud escéptica del sujeto textual con respecto a la pretendida solidaridad de los vivos. Hay todavía quienes le visitan, pero esto no constituye un apoyo moral (de ser posible tal cosa para él), aunque no permite que la soledad sea absoluta del todo. Esto, sin embargo, es sólo un efecto secundario, pues la percepción principal es que la presencia de los visitantes (las visitas en lengua popular) no hace más que actualizar la inminencia del final, con lo que desespera, indigna e irrita al sujeto: “Todavía aleteo El sujeto se representa a sí mismo como el aún no muerto plato de fondo de una comida casual en un lugar de paso: un restaurante. La solidaridad medieval con el moribundo deviene piedad protocolar, haciendo aterradores a quienes la ofrecen, pues se ha perdido el sustrato afectivo de esta estructura tradicional; incluso si los comensales creen sinceramente en esta obra, en esta cena final, el actor principal ha estado desde siempre incapacitado para tal cosa. En él las palabras sólo se repiten y las caricias torturan. En dicho contexto el sujeto percibe, en cierto momento, intenciones no tan ocultas por parte de los que intentan acercársele, quienes parecen buscar algo del moribundo, de tal forma que la solidaridad supuestamente expresada enmascara la horrorosa faz de una transacción en que el consuelo es la moneda de cambio por la absolución: “Tinguirinea gente cercana a mi corazón ahora vacío pero no Los códigos generales de expresión emocional ante la muerte persisten,19 aunque su base afectiva sea cada vez más precaria, lo que es rechazado por este moribundo en el gesto de “aletear”, no contra la muerte, sino por el derecho a la dignidad de su propia, particular e individual muerte. Vale decir: por morir en su ley. Por último, digamos que uno de los aspectos más fundamentales en la concepción de la muerte como elemento excluido de la vida cotidiana en las sociedades modernas es la censura estricta del luto, que lleva a una verdadera cuarentena del moribundo, misma que posteriormente alcanza a sus deudos. Aries describe esta situación en los términos siguientes: “El período de duelo no es ya el del silencio del enlutado en medio Claramente esta situación representa un extremo de lo que en el escenario poetizado en DM se percibe como una tendencia en proceso de consolidarse, todavía cohabitando con otros discursos más tradicionales. Pese a esto, es necesario decir que el derecho al luto también es una reivindicación para el sujeto textual en esta obra, una afirmación que haría de él un mal moribundo, aunque debemos tener siempre en cuenta el carácter fundamentalmente contradictorio del sujeto poético configurado en estos poemas, tal como lo decíamos a propósito del tema del dolor: “Me hundiré en el duelo de mí mismo, pero cuidando de Volvemos entonces sobre el asunto de la propia dignidad, en la forma del “decoro” a que refiere Blanchot21 o, en otros términos, a la compostura ante nosotros mismos, la que, en este punto se configura como el aspecto central de la relación de soberanía que el individuo intenta establecer con su muerte, aún si esto implica una forma de crueldad hacia sí mismo mediante una ironía autoinflingida, como es el caso del verso anterior, puesto que ello es, finalmente, una consecuencia de dicha soberanía: el derecho de ser cruel 22. Encontramos la misma preocupación, en el sentido de la dignidad del individuo, en la obra de Fernando Pessoa, el que recomienda, ciertamente en un tono menos irónico, pero no más ingenuo que Lihn, lo siguiente: “Acordémonos siempre que estamos en nuestra presencia”23 Lo que podríamos llamar formas mínimas del decoro se manifiestan, según Pessoa, en un aristocrático actuar frente a uno mismo, una elegante contención en la expresión del deseo, el cual es en esencia impulso de vida –entendida como sensualidad– y posesión: “Para que no descendamos ante nuestros ojos, basta con que nos “Morir bien significa morir con decoro, conforme a sí mismo y “Morir en su propia vida”, este es el principal deseo de la escritura lihneana en DM, aunque ello signifique no lograr la síntesis de las contradicciones, ni el consuelo a las ansias que acosaron su escritura durante el viaje por el país de los sanos; más bien se trata de hundirse resueltamente –ya que no se demuestra capaz de hacerlo alegremente– en ellas, siguiendo un camino que no puede dejar de recordarnos el versículo del Bhagavad Gita, el cual habla, justamente, del camino de la vida y el de la muerte: “Aunque tu trabajo sea humilde, realízalo sin sentir preferencia por Deber, ley (según Cioran27) son palabras que remiten a la idea de imposición o destino, en el sentido de cumplir una obligación, la que puede provenir de algún elemento externo al sujeto, así como de él mismo, lo que se correspondería con la idea planteada en la cita anterior y con la actitud expresada en Todavía aleteo…. Parece claro que el sujeto poético a lo largo de DM configura un intento denodado por conocer la naturaleza pura de este deber último, igual a la vida, según el Bhagavad Gita, lo que explica la razón por la que el texto expone, cuando no denuncia, aquellos discursos o saberes institucionales que no hacen más que confundir y ocultar el verdadero conocimiento de la vida, el verdadero árbol: “Lo peligroso sería ante todo Nietzsche, justamente, describe la condición del sujeto humano, demasiado humano, en relación a estos discursos o intermediarios, según los términos de Lihn, y ante los cuales se revela el individuo soberano: “En su porfía por convertirse en ángel (para no emplear una palabra “Estoy tratando de creer que creo Consideramos que, de hecho, persisten imágenes tradicionales del cristianismo en la escritura de DM, las que se no están siempre manifiestamente expresas y que son deformadas, ya sea por una deconstrucción irónica, si es que no blasfema, como ocurre en “Animita de éxito…” al mencionar a “Jesús, su paralítico”, o inducen al terror, como ocurre en “Todavía aleteo…” al enumerar manos, bocas y pies, en ese mismo orden, lo que sugiere la idea de una figura humana con sus brazos extendidos, pues ha sido descrita desde los lados hacia el centro y desde arriba hacia abajo, con lo que la expresión “Hay pies a partir de los cuales se alzan figuras aterradoras” cobra una nueva significación: la de representar figuras de crucificados, cuyo mensaje grabado en la tierra bien podría ser: “¿Por qué me has abandonado?”. Lo mismo cabe para el árbol, la ciudad, los crucificados, San Jerónimo, etc.: son imágenes de cuyo sentido religioso oficial el sujeto busca alejarse; imágenes que contaminan su voluntad, pero que persisten hasta el final de la escritura. De hecho, los dos últimos poemas del texto explícitamente mencionan elementos religiosos, con los que el sujeto establece una relación contradictoria: “Hay los monjes de clausura que rezan día y noche para Desovilla el ovillo de la muerte con sus manos que se dirían de
¿Quién de todos en mí es el que tanto Justamente esta pregunta refiere implícitamente al tema de la naturaleza del ego: el ego es temor a la muerte y se alimenta en el temor a la muerte, misma que, de esta forma, deviene su constituyente esencial. Dicho en los términos de una suerte de aritmética de la agonía: a menos vida, más ego; a más muerte, más ego. Lo que implica para el sujeto poético de DM que cualquier batalla contra ese charlatán, ese persistente susurro nocturno, esa mierda que nadie es capaz de excretar, está desde siempre perdida: “Pero esta rama seca que invade el bosque pues la muerte es justamente el protoplasma de este hijo sin No importa si el individuo se muestra heroico, cobarde o miserablemente traidor ante la muerte, pues la contaminación del ego yace en la misma génesis de esas actitudes: “piedra angular de la pesadilla y del sueño “Nada tiene que ver el dolor con el dolor Las palabras están contaminadas por el ego, lo que carcome su facultad de referir: “El lenguaje espera el milagro de una tercera persona” (DM P. 28) Así, el lenguaje se convierte en una construcción cultural basada en convenciones, lo que le permite en, realidad, sólo hacer un simulacro de referencia, un enmascarar antes que referir la realidad, la lengua mentirosa que mencionaba Nietzsche29. Y esa realidad es que la muerte se enseñorea sobre nuestras cabezas, aunque se la haya negado, o acicalado con lenguaje, una concepción que bebe claramente de la Edad Media. Sin embargo, el autor es conciente de su fracaso en cuanto a conjurar la contaminación del ego, lo que, en todo caso, le salva del heroísmo, dado que, de todas formas, el acto de escribir implica un intento de comunicar su experiencia de la muerte –lo que de alguna forma dice relación con un afán de trascendencia– y de la enfermedad. Tal conciencia del fracaso no aparece configurada con la misma claridad en lo que se refiere al imaginario religioso, tal vez porque la mirada del autor sobre el mismo es más bien oblicua, a diferencia de lo que ocurre cuando se fija en el ego; o bien, el fracaso en este punto es mucho más doloroso y aterrador. Tanto en uno, como en otro caso la escritura prevalece, no importando qué tan derrotada o enferma resulte. En este contexto las recomendaciones dirigidas a los aprendices del arte de morir, es decir, a los moribundos, con la mayoría de los cuales, seguramente, el autor no tendría nada en común, se constituyen en verdaderas ironías sobre la ironía de su condición, una idea que Rodríguez llama metaironía30. Así es como el sujeto poético recomienda el escepticismo ante los discursos mortuorios, pues el morir es un arte del que nadie ha dado buena cuenta, básicamente porque sólo ha tenido aprendices, los que, en primer lugar, deben olvidarse de los muertos que han sido escritos, tanto como de los muertos que escribieron estando vivos: “El aprendiz del arte de morir debe olvidarse de todos los Los aprendices deben recordar, además, que se trata de la muerte propia, única, y que, por lo tanto, sólo disponen de una oportunidad para aprender “los rudimentos de un oficio que nadie enseña ni ha cifrado su saber” (DM P. 36) De esta forma, al agregar esta recomendación a la evidente ausencia de maestros en el ars moriendi, el camino más adecuado para el lector con ansias de aprender es leer incluso este DM con desconfianza, con el mismo escepticismo que su creador, es mi convicción, le hubiese otorgado. La siguiente recomendación es abandonar toda esperanza en lo respecta a la otra vida, pues Lihn considera que esta creencia es el error que plaga toda la tradición judeocristiana de literatura mortuoria. No existe la recompensa a los justos, ni el castigo a la iniquidad, pues la vida (y por ello la muerte) no responde a un plan, ni sigue un camino cuyo destino haya sido fijado por alguna misteriosa voluntad. Los premios y castigos, entonces, están descartados, pues la vida no se organiza en torno a la justicia: “Entre los hombres no existe la justicia
Mencionaremos como último punto de esta preceptiva mortuoria, aunque no por ello menos importante, la familiaridad con la muerte, lo que, en otras palabras, no es más que dejar a la muerte entrar en la cotidianeidad; hermanarla con nosotros; aceptarla como inevitable y silenciosa compañera de camino; permitirle ser nuestra y más aún: “darte el placer de ser ella y de unirte a ella...” (DM P. 16), lo que reivindicaría la actitud medieval ante la muerte, que, según Aries, expresaba una aceptación ingenua de ésta en la vida cotidiana31, lo que es cierto en el caso del autor sólo en lo que respecta a la aceptación, puesto que la ironía desconstructora que define la actitud del poeta subyace en la utopía de una ingenuidad imposible.
REFERENCIAS 1 Mora Cid, Gerson. Diario de muerte, de Enrique Lihn: Escritura y negación. En Acta Literaria, N° 24. 1999. P. 80. 2 Cioran, E. M.: La caída en el tiempo. EDT. Marginales. España, 1998. P. 111.
4 Cioran, E. M.: Op. Cit.: P. 107.
6 Mora Cid: Op. Cit. P. 72. 8 Rodríguez Fernández, Mario.: Op. Cit. P. 27.
13 Gomes, Miguel: Escatología y antinerudismo en Diario de Muerte de Enrique Lihn. Revista de Estudios Hispánicos. N° 34. P. 52.
16 Aries, Philippe. Morir en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días. Op. Cit. P. 253. 17 Aries, Philippe. El hombre ante la muerte. Taurus, Madrid. 1987. P. 474 18 Alonso, María Nieves y Mario Rodríguez: Op. Cit.: P. 74. 19 “Así, existían antiguamente códigos para todas las ocasiones de manifestar a los demás sentimientos generalmente inexpresados, para cortejar, para dar a luz, para morir, para consolar a los enlutados. Esos códigos ya no existen.” Aries, Philippe.: Op. Cit. P. 480. 20 Aries, Philippe: Op. Cit. P. 481.
25 Blanchot, Maurice: Op. Cit. P. 92.
28 Nietzsche, Friedrich: Op. Cit.: P. 58. 29 Encontramos la misma duda en la capacidad de referir del lenguaje en cierto pasaje de Desgracia, novela
de J. M. Coetzee, lo que nos permite pensar que se trataría de una cualidad propia de individuos cercanos a
la reflexión literaria y lingüística enfrentados a ciertas situaciones extremas: en Lihn es la propia muerte: en el
caso del personaje de Coetzee (un profesor de literatura) se trata de la violación de su única hija: “Él no se
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