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LUIS RIFFO

Luis Riffo nació en Temuco en 1965. Estudió un año en la carrera de Psicología de la Ufro y egresó de Pedagogía en Castellano y Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad Católica de Valparaíso. Ha publicado dos libros de cuentos, Los sueños de Mara y Marsolo (ediciones Bogavantes, Valparaíso, 1993) y El margen vertiginoso (1999). Ha obtenido reconocimientos en concursos de cuento, poesía y crítica literaria. Escribe comentarios de libros para la revista “Invite” de El Mercurio de Valparaíso y es editor nacional de la revista digital Litterae.


 

LA ANGUSTIA DE LAS INFLUENCIAS

¿Cuántas veces hemos dicho
silencio, sombra, nada, muerte?
Si bien nos definen, son sólo préstamos
a cuya morosidad estamos condenados,
víctimas de una hidropesía incurable
que nos hace beber de aguas ajenas,
aunque el dolor o el tedio
instalen su negocio en nuestro territorio.

Porque la pequeña noria
se ha secado irremisiblemente
al fondo del patio,
trasvasijamos gota a gota,
derramando casi todo en el trayecto,
desde centenarios manantiales
hasta la oquedad vacía
donde vibra un eco incomprensible.

 

ITINERARIO

 

Nada sé lo confieso de mi futuro
pero lo que dejo a mi paso lo soñado
que ha caído en mis manos para parirlo
extiende solo sus ramas hacia el cielo
hacia lo hondo alto que se cuela durante el camino
y sus lentas raíces hacia lo primitivo
los oscuros miedos de la tierra que me transporta
valiente en las alturas mientras mis pies tiemblan.

Sé en todo caso que las bisagras están juntas
silenciosas ocultas inútilmente en el óxido
desoyendo las puertas golpeadas con angustia
los gritos de las caravanas que vienen ansiosas
persiguiendo umbrales que moran vírgenes
bajo el amparo apretado de las bisagras
y yo por ahí cerca llorando o riendo
qué importa si al fin todo es camino
todo flamígero desde la semilla hasta la ceniza
y yo por ahí evitando las antesalas
invadiendo la vida en sus desnudos terrenos
descifrando sus ambiguas confesiones
y yo por ahí burlándome de las ociosas bisagras
de su muerte encadenada a las puertas cerradas
mientras encuentro ventanas grietas túneles
y yo por ahí saltando del amanecer al crepúsculo
segundo tras segundo olvidando las muertes
olvidando las obsoletas puertas.

Además todo empieza a ocurrir ahora
en este parpadeo que me ciega y se va con su sombra
en este teclear torpe de mis dedos con que manifiesto
esto fugitivo que recojo por las calles
esto encontrado que se eterniza solo
esto construido para el ahora que se hace semilla.

Nada sé es verdad de mi futuro
y si vinieran a decirme que he muerto
diré No importa, traté de hacer lo que pude
y mañana mi esqueleto buscará la tierra.

(Agosto de 1985)

 

 

 

 

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LAS PUERTAS

Cada vez que abrimos una puerta para salir
al otro lado estamos nosotros cerrándola,
detenidos por el vago presentimiento
de que algo olvidamos, algo dejamos pendiente.
Mientras revisamos nuestros bolsillos
y comprobamos que todo parece estar en orden,
el que abrió la puerta que nosotros cerramos
nos grita en vano desde adentro que ahora sí,
que el universo le ha mostrado su secreto.
 
Parece que el asunto se redujera a eso:
abrir y cerrar la hoja rígida de las puertas.
Nadie logra explicar el motivo de tanta agitación.
Huimos de una sombra que la luz fácilmente desvanece,
una caricatura jadeante que arrastra
los caracteres vacilantes de nuestro nombre.
 
Por otra parte, perseguimos un ídolo deslumbrante,
cuyos fabulosos atributos —imposibles, inhumanos—
se degradan poco a poco a medida que nos acercamos.
Si lo alcanzamos —pero eso nunca, nunca ocurre—,
el resplandor se disipa y en su lugar
el reflejo exacto de nuestro rostro nos mira, perplejo.

(Valparaíso, 2004)

este lado del túnel: la montaña de la muerte.
Pero también la casa, la flor y el álamo.

Todo persiste: la luz dentro de la escarcha.

Yo, sin embargo, aún en este borde.
Cerca de la ola, de las algas, para extenderme y volver después del coral.

 

 

 

 

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