Mandela Superstar
El líder surafricano se reveló desde un principio como un mago de la imagen

por John Carlin

 

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No tenían que haberse inquietado. Ya desde la primera conferencia de prensa, al día siguiente de su puesta en libertad, Mandela se enfrentó a todo el poder de los medios de comunicación internacionales con el aplomo de un hombre que llevaba toda su vida preparándose para ese momento. No sólo se mostró al mismo tiempo relajado y majestuoso, capaz de bromear con los periodistas mientras les inspiraba casi veneración con su aire impasible, sino que además utilizó una de sus tácticas preferidas con el director de un periódico en lengua afrikaans, uno de los principales portavoces del adversario al que pretendía conquistar y derrotar. Cuando el director dijo su nombre, Mandela respondió con algo así como: "¡Ah, sí, le conozco! Recuerdo un artículo magnífico que escribió usted". Todavía hoy, el director sigue contando la anécdota. En cuanto al resto de los periodistas reunidos -alrededor de 200-, entre ellos muchos de los miembros más veteranos y endurecidos de la profesión, todos se rindieron ante esta ofensiva de seducción. Cuando Mandela dio la rueda de prensa por terminada, todos estallaron en un aplauso espontáneo, en una ruptura del protocolo sin precedentes.

En los años transcurridos desde su salida de la cárcel ha conquistado a personas de todos los sectores, de toda condición social, de todo el mundo, con el arma secreta que afinó en la cárcel, esa mezcla de gravitas y carisma en la que ha logrado un equilibrio perfecto. Y que ha afianzado con una integridad impresionante e indiscutible.

Mandela es el único hombre que ha convencido jamás a la reina de Inglaterra para que bailara en un concierto. Es el único que le ha dicho a la cara al presidente de Estados Unidos que "se tirara a la piscina", tal como hizo en una rueda de prensa conjunta, celebrada en Ciudad del Cabo, al referirse a quienes le presionan -especialmente, el Gobierno estadounidense- para que corte los lazos de amistad con Muammar el Gaddafi. No sólo insultó a Bill Clinton con todo descaro, sino que la reacción de éste, asimismo notable, fue una carcajada.

Mandela ha logrado llevar a cabo golpes de efecto en todas partes, pero pocos de tanta trascendencia como el que dio durante su debate televisado -al estilo norteamericano- con el entonces presidente De Klerk en vísperas de las elecciones de 1994. Al parecer, la actitud de Mandela hacia De Klerk, cada vez más hostil, estaba causando un efecto negativo en los espectadores. De pronto, cuando el debate estaba a punto de terminar, Mandela recobró los mandos de la situación con uno de sus gestos característicos. Se acercó a darle la mano a De Klerk, le elogió y le calificó de "auténtico hijo de África".

"Yo tenía la impresión, como todo el mundo, de que iba ganando por puntos", explicaba De Klerk en una entrevista a principios de este año, con una imagen sacada del boxeo. "Pero lo cierto es que Mandela consiguió levantarse cuando, de pronto, se acercó, empezó a elogiarme y me dio la mano delante de todas las cámaras. Es posible que aquel gesto estuviera planeado de antemano. En mi opinión, fue un gesto político. Pero sí creo que la mayoría de sus triunfos mediáticos, la mayoría, surgen de una reacción instintiva. Creo que tiene un talento maravilloso en ese sentido". Mandela ha refinado ese talento de tal forma y ha conseguido hasta tal punto que su habilidad como actor político sea una segunda piel, que incluso un rival como De Klerk está convencido de que se rige más por el instinto que por el cálculo. De Klerk considera que la misión de Mandela durante sus cinco años de presidencia ha consistido, casi hasta excluir los asuntos cotidianos del Estado, en "construir la nación", sentar las bases para la estabilidad futura, unir de una vez por todas a blancos y negros.

mclin1.jpg (7192 bytes)De las numerosas victorias teatrales que ha acumulado Mandela durante su prolongada vida política, la ocasión en la que desplegó su talento con resultados más brillantes fue la final del campeonato mundial de rugby en Johanesburgo. Fue en 1995, cuando llevaba un año en la presidencia. El rugby ha sido siempre el deporte de los afrikáners, el "deporte del opresor". Los negros solían ir a los partidos internacionales, a la sección "sólo para negros", para apoyar al equipo rival. A cualquier rival.

Suráfrica había llegado a la final. El adversario era el equipo de Nueva Zelanda, el gran favorito. Mandela, consciente de la oportunidad que se le ofrecía de usar la copa del mundo como instrumento para fomentar la paz y la estabilidad, pasó las semanas anteriores preparando meticulosamente su terreno. Antes del torneo se había entrevistado con el capitán surafricano, un hijo del apartheid, alto y rubio, llamado François Pienaar. En aquella reunión, celebrada en el despacho del presidente en Pretoria, convenció a Pienaar y a su equipo (14 blancos y un mestizo) de que se aprendieran la letra de Nkosi Sikelele. Al mismo tiempo persuadió a la población negra, a través de discursos y apariciones en televisión, de que olvidaran los agravios pasados y apoyaran a la selección nacional de rugby.

El día de la final dio su coup de théâtre más espectacular, al asombrar a los telespectadores de todo el mundo con su aparición en el campo, antes de que empezara el partido, cubierto con la camiseta verde del equipo surafricano de rugby, en sí otro "símbolo de la opresión" tradicional. Algunos se preguntaron durante un instante, como había hecho De Klerk durante su debate, si Mandela había calculado su gesto o si era una manifestación espontánea de su "talento natural". Pero cualquier análisis de ese tipo se vio arrastrado en una oleada de emoción cuando todo el estadio, completamente blanco, salvo por un puñado de rostros negros, estalló en gritos de "¡Nelson! ¡Nelson! ¡Nelson!". 

El arzobispo Desmond Tutu recuerda aquel día -el propio Mandela ha confesado a sus amigos que él también- como uno de los más felices de su vida. "Si cualquier otro dirigente político, cualquier jefe de Estado, hubiera intentado hacer algo parecido, se habría dado de bruces, asegura Tutu. "Pero era lo que había que hacer. La mayoría de los presentes eran afrikáners que habían conocido a ese hombre como terrorista, que habían pensado que el Gobierno cometía una estupidez al ponerle en libertad, y, sin embargo, acabaron gritando ¡Nelson! ¡Nelson! ¡Nelson! Increíble. Y el resultado fue un vuelco para nuestro país. Cuando ganamos el partido, los negros salieron a bailar en las calles de Soweto. Fue algo extraordinario, y nos indicó que era verdaderamente posible ser una sola nación".

Lo que sí logró aquel día la acción de Mandela, como observa Joe Matthews, fue "eliminar a la ultraderecha". Desde entonces, la extrema derecha surafricana, que durante un tiempo amenazó con ahogar el país en una sangrienta guerra civil, ha quedado reducida a la ineficacia y el ridículo.

En cuanto a si se ha alcanzado el sueño de Tutu y Mandela de convertir Suráfrica en una nación unida y sin fisuras, eso es más discutible. Pero las imágenes de Mandela cuando salió al campo al final de aquel partido y entregó la copa del mundo a François Pienaar, de su alegría de niño cuando celebró la victoria con su camiseta de rugby, de la muchedumbre que coreaba su nombre, son estampas que perduran en la mente de todos los que las presenciaron y que recordarán las generaciones futuras, durante años y durante siglos, como ejemplo supremo de generosidad, perdón, reconciliación y esperanza.mparej.jpg (6204 bytes)

Tokyo Sexwale estaba allí en el estadio, sentado junto a Mandela, y está seguro de que nunca lo olvidará. "La lucha para la libertad de nuestro pueblo no consistió tanto en librar a los negros de la esclavitud como en liberar a los blancos del miedo", declara Sexwale mientras recuerda con alegría aquel gran día. "Y eso fue aquel momento: el miedo que se desvanecía. Aquellas masas de aficionados al rugby que gritaban '¡Nelson! ¡Nelson!'. Aquellas personas que habían sido nuestros carceleros, contra los que habíamos luchado en las trincheras. Y yo no supe qué decir. Pero me sentí orgulloso de encontrarme al lado de aquel hombre al que había conocido en prisión. 'Fíjate qué arriba está ahora', pensé. Y... me sentí orgulloso; uno se siente orgulloso de haber compartido mesa con los dioses".

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