Mandela Superstar
El líder surafricano se reveló desde un principio como un mago de la imagen

por John Carlin

 

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El comité ejecutivo nacional capituló por completo ante la ira de Mandela porque sus miembros entendieron inmediatamente que su afán vengativo respecto al himno blanco había sido infantil y que la verdadera respuesta de futuro ante el dilema que estaban discutiendo era la solución madura y generosa que había propuesto Mandela. Pero, además, cedieron ante la opinión de este último porque habían aceptado, desde hacía mucho tiempo, que el viejo estaba mucho más dotado que cualquiera de ellos para el arte contemporáneo del simbolismo político. El problema del himno consistía, en definitiva, en la creación de un clima nacional, la capacidad de llegar a las emociones de la gente para convencer políticamente. Una faceta del Mandela político que con frecuencia queda oscurecida por el mito de Mandela y la sagrada veneración que despierta es que es un auténtico maestro de la imagen. Su talento para el teatro político es tan refinado como el de Bill Clinton o, en su día, el de Ronald Reagan.mandela2.jpg (15576 bytes)

El principio de la carrera política de Mandela puede fijarse exactamente en una reunión que tuvo en 1941 con Walter Sisulu, el hombre que lo "descubrió". Mandela acababa de llegar a Johanesburgo procedente del Transkei rural, donde se había formado para ser un jefe tribal. Había huido a la ciudad, como tantos jóvenes, en busca de fortuna; y para escapar de un matrimonio al que le obligaban los ancianos de la tribu xhosa. Deseaba ser abogado.

Sisulu y Mandela eran dos casos opuestos por antonomasia. Sisulu había sido minero, por aquel entonces era agente de la propiedad, y se movía con comodidad en el caos competitivo de la gran ciudad. Mandela era un ingenuo que había repartido su vida entre el internado, donde había disfrutado -para lo que entonces era normal entre los negros- de una educación privilegiada, y la ordenada vida rural de la tribu. Sisulu era un organizador político de gran futuro en el CNA. Las ideas políticas de Mandela no iban mucho más allá de plantearse los derechos de pastoreo para las vacas.

Sisulu era menudo y pensativo. Mandela era alto y extravagante. Sisulu había nacido para el anonimato. Mandela tenía un porte majestuoso.

"En aquella época, nosotros buscábamos a personas que pudieran ejercer verdadera influencia sobre la situación en el país", relataba Sisulu en una entrevista concedida el año pasado. "Un joven como Nelson, con un carácter como el suyo, era un regalo del cielo para mí. Pensé que haría un papel magnífico si se le preparaba, que íbamos a intentar ayudarle a alcanzar puestos de responsabilidad. Necesitaba a mi alrededor a gente de su calibre. Sabía que el movimiento avanzaría muchísimo con personas como él. Y, por supuesto, creía que una persona así debía estar en primer plano".

Varios colaboradores han equiparado a Sisulu con el agente de un campeón de boxeo. Tampoco sería inapropiada, quizá, la similitud con aquel coronel del profundo sur de Estados Unidos que vio por primera vez a Elvis Presley y ayudó a convertirle en el prototipo indiscutible de lo que ha significado ser una estrella famosa en el siglo XX.

En cualquier caso, aquella primera entrevista con Sisulu fue decisiva. Además de proporcionar a Mandela los contactos necesarios para alcanzar su sueño de ser abogado, le situó en la inexorable trayectoria política de la que -con la tozudez propia de los grandes triunfadores- nunca se ha desviado. Hoy, a Mandela le gusta decir en broma que, si no hubiera sido por el anciano Sisulu, seis años mayor que él, su vida habría sido mucho menos complicada. Muy poco tiempo después de descubrir a aquel joven talento recién llegado, Sisulu ya había logrado empujarle -tal como se había propuesto- al centro del escenario político.mpor.jpg (4863 bytes)

La política de resistencia pacífica de los años cuarenta y cincuenta necesitaba, por su propia naturaleza, un talento teatral como el que poseía Gandhi. Era preciso montar actos públicos que despertaran la conciencia política y sentar un ejemplo de valentía para la población negra en general. Mandela, en su calidad de "Voluntario jefe" de la "campaña de rebeldía" de aquel periodo, fue el primero en quemar su documento de identidad negra, un método especialmente humillante que imponía el Gobierno del apartheid con el fin de garantizar que los negros sólo entrasen en las zonas blancas para trabajar. Antes de quemar el carnet se aseguró de escoger un momento y un lugar que permitieran la máxima repercusión pública. Las fotografías de la época le muestran sonriendo ante las cámaras, de forma muy intencionada y muy ensayada, mientras rompía esa ley del apartheid. Al cabo de unos días, miles de negros, gente corriente, le imitaban.

Mandela no sólo poseía un talento natural, sino que tenía una confianza absoluta -casi insultante- en sí mismo. Rebosaba seguridad en sí mismo. En retrospectiva, quizá ésta sea otra forma de decir que, desde el principio, albergaba un intenso sentido del destino que le aguardaba. Se veía a sí mismo como alguien que iba a desempeñar un papel heroico.



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