EL PAIS DIGITAL - OPINIÓN
Miércoles 12 mayo 1999
¿Quién es Milosevic?

 

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Quienes conocen los medios políticos de Belgrado consideran que el papel de la mujer de Milosevic es enorme. Tiene la voz y la sensibilidad de un niño, no es en absoluto consciente de la realidad, pero, al igual que Milosevic, posee un instinto muy preciso del peligro y un pérfido arte para engañar a la gente -algo que no es raro encontrar en ciertas formas de locura-. Su diario, escrito en plena guerra de Bosnia, rebosa de digresiones líricas dignas de una niña soñadora, entremezcladas con auténticas consignas sobre la eliminación de sus adversarios. Encargada de seleccionar a los cabecillas, posee un instinto infalible para elegir todo aquello que es hipócrita, pervertido, con una ambición enfermiza, al igual que, de forma pueril, sabe hacerse la inocente cuando la hipocresía queda desenmascarada.

Es posible que se trate de seres que, por causa de sus tragedias personales, se encuentran tan alejados de la sociedad que necesitan como una droga la desgracia de la sociedad, que sueñan con esta desgracia, y en cuanto tienen la más mínima oportunidad, la provocan con una pasión maligna. Su historia de amor es insólita, y no está desprovista de grandeza. Dos seres desgraciados se fusionaron en su primera juventud y su amor se alimenta de la desgracia del mundo. Sin duda, consideran justo que su desgracia se vea compensada por la de los demás.

A Milosevic le gustan especialmente las personas que se mofan de todo y cuyo discurso se reduce a insultos. Les da todo y tiene todo el poder sobre ellos. Ellos le siguen de forma ciega y florecen en esa sociedad transformada en un montón de basura. En esta revolución social encontramos los residuos de la teoría y de la práctica de los dos movimientos totalitarios del siglo XX: el comunismo y el fascismo. Ambos, bajo una forma caricaturesca. Probablemente sea ésta la razón por la cual Occidente ha sentido la espantosa modernidad de Milosevic. Tal vez esto explique por qué Occidente, según una ley secreta, se haya encontrado finalmente ante el espejo mágico de Milosevic para ser desnudado.

En efecto, ¿cómo explicar de otro modo que los Gobiernos de 19 países del mundo industrializado, el mayor imperio y la mayor alianza militar de la historia, se hayan lanzado a una intervención militar que, probablemente, representa la mayor estupidez política del siglo XX? ¿Por la ceguera del todopoderoso Estados Unidos? ¿Por el oportunismo europeo? ¿O, tal vez, más bien para permitir a una clase política superficial, a una sociedad de sibaritas que lo ignoran todo acerca de la tragedia de la vida y de la irracionalidad de la historia, tomar finalmente asiento al lado de la última encarnación del mal del siglo XX para figurar en la foto de familia?

Sea lo que sea, nunca he visto a los grandes medios de comunicación de los países democráticos desplegar tales esfuerzos para ocultar la realidad y la verdad como durante mi estancia en Belgrado, durante las cuatro primeras semanas de la guerra. Nunca la retórica humanitaria ha ocultado tal vacío de espíritu. Los intelectuales comprometidos rara vez han sido tan unánimes a la hora de apoyar una acción tan fallida, como si tuvieran

que recordar al mundo la historia de sus fracasos a lo largo de este siglo.

¿Quién es este hombre?

Mi amigo Srdja Popovic suele hacer referencia a un ensayo de Wystan Auden sobre Yago, el personaje de Otelo, para dilucidar la personalidad de Slobodan Milosevic. Yago encuentra en las intrigas y en los conflictos que provoca a su alrededor una razón para vivir, no puede soportar que esa gente viva tranquilamente y, sobre todo, que finjan ser capaces de tener grandes sentimientos. Sabe que en el fondo de sus almas yace la debilidad y tiene que hacerla subir a la superficie. Auden considera que Shakespeare creó un personaje que no tenía más motivación que hacer el mal por el mal, y que este perfil humano es especialmente actual en el mundo contemporáneo.

A la gente normal le cuesta mucho identificar este tipo de personalidades, ya que no pueden imaginar que alguien utilice sin ninguna razón sus fuerzas sólo con el único objetivo de hacer el mal y de hallar la paz gracias al sufrimiento de los demás. Por eso, sus malas acciones siempre tienen éxito. Al final del drama, Yago es desenmascarado. Cuando le preguntan ¿por qué?, responde: "No me preguntéis nada. Sabéis lo que sabéis".

Stanko Cerovic es periodista y ensayista de origen serbio.