Hidroelectricidad
ambientalmente amigable
No hay recetas fáciles para el desarrollo energético: cualquier camino que tomemos implicará costos sociales y ambientales fuertes, amén de inversiones ingentes. Por ello, además de consensuar la necesidad real de disponer de más energía, debemos agotar las instancias para su conservación, antes de incrementar la potencia instalada. Cuando esto sea inevitable, las alternativas que se escojan deben surgir de un debate nacional, tendiendo a maximizar su aceptación o, más bien, minimizar el arrepentimiento (ser “las menos malas”).
En el marco del cambio climático global y, considerando que no poseemos combustibles fósiles, pareciera ser obvio que nuestra matriz energética incluyese en mayor medida a la hidroelectricidad, pero sustentable.
Si se excluye el obvio reemplazo de un ambiente fluvial por un embalse, los mayores impactos ambientales de la hidroelectricidad son aquellos causados aguas abajo, en el río y la zona costera adyacente. Si una central no cambia los caudales y flujos de sedimentos naturales, ni altera la temperatura y turbidez del agua, minimizará los impactos sobre el medio natural. Desde esta perspectiva ambiental, la enorme mayoría de los proyectos construidos y aprobados en Chile, y todos los que están en estudio, incluyendo HidroAysén, no ofrecen ninguna ventaja respecto de Hoover, la primera mega-presa construida en 1935 en EE.UU. La única mejora real en 80 años ha sido la imposición de caudales mínimos por parte de la DGA: ya no secamos los ríos.
¿Cómo hemos llegado a esta situación kafkiana? El problema de fondo radica en nuestra forma de “planificar” el desarrollo hidroeléctrico: un privado encuentra un sitio rentable, una garganta angosta en un río caudaloso, con desnivel; elabora un proyecto ingenieril y escoge una operación, optimizando su retorno. Al elegir estos tres aspectos - lugar, diseño y operación- ya está echada la suerte: todos los impactos ambientales importantes están determinados. No importa que ahora se haga una evaluación de impacto ambiental, un plan de mitigación, monitoreos, etc. Además, nuestra débil institucionalidad ambiental ¡no exige nada!. Habiendo ya elegido todo lo que importa, el proponente ahora redacta los términos de referencia de los estudios ambientales a conducir y escoge la consultora que los llevará a cabo. ¡Sólo faltaría que los revisara en representación del Estado!
La solución sería elaborar una evaluación ambiental estratégica (o sectorial), estudiando todos los posibles sitios para centrales hidroeléctricas en Chile, con una evaluación preliminar técnica, económica, ambiental y social. Al ranquear estos sitios según un criterio multi-objetivo, podríamos escoger qué ríos desarrollar y cuáles conservar para la posteridad. Además, cuando represemos un río, deberíamos utilizar las mejores prácticas, en vez de seguir construyendo presas como si estuviéramos a inicios del siglo XX. Así, construyendo las mejores presas en los mejores lugares, lograríamos proyectos hidroeléctricos realmente sustentables.
Doctor Claudio Meier Vargas
Profesor Asociado,
Dpto. Ingeniería Civil