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  Nº 674 viernes 03 de diciembre de 2010

 

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•CONTRIBUCIÓN

La filosofía: un día, un libro

De tiempo en tiempo tienen lugar ciertos sucesos que perturban, brevemente, la sosegada vida académica. Uno de ellos es el revuelo ocasionado por las afirmaciones formuladas -en su último libro- por el destacado científico británico Stephen Hawking, a propósito de variados y enjundiosos asuntos. Entre ellos, la creación del universo, la existencia de Dios, la muerte de la filosofía, los universos múltiples… si fuese admisible una enumeración escueta de tales asuntos.

Curiosamente, su libro ha aparecido, en español, en una fecha muy cercana al día que la UNESCO estableciera, el tercer jueves de noviembre, para recordar a esa vetusta disciplina que es la filosofía. Esta coincidencia temporal, viene acompañada de una notoria diferencia: el cándido carácter laudatorio que podría tener un Día Mundial de la Filosofía, contrasta vivamente con el referido juicio respecto de su fenecimiento. No obstante, es posible que esta inusual circunstancia permita advertir una imperceptible afinidad entre estas dos cuestiones, a saber, el libro y el día.

Mientras el último está destinado a recordar el supuesto valor que se le atribuye a la filosofía, el primero –en este caso– viene a recordarnos cuál es el verdadero valor de aquello que llamamos filosofía, desde que los griegos acuñaron dicho término. Y, ciertamente, su importancia no se encuentra sino en el esfuerzo por desentrañar el orden que subyace a las meras apariencias. Toda su grandeza descansa en el prometeico anhelo de dar forma racional a aquello que, tememos, podría exceder las posibilidades de la razón.

El valor de la filosofía radica, precisamente, en tomar la antorcha –la misma que campea en nuestro emblema universitario– para tratar de hacer algo de luz en lo ignoto, en otras palabras, para tratar de pensar auténticamente. Si tal cosa muriese o, peor aún, cayese en el olvido, ciertamente muy pocas cosas seguirían siendo dignas de ser tenidas en cuenta. Por ello, poco importa que para que haya auténtico pensamiento, declinen y perezcan unos cuantos filosofemos o se olvide el nombre de algunos ilustres pensadores. Del mismo modo, mucho menos importa quién recoja la antorcha del auténtico pensar. Tarea a la que los griegos dieron un nombre que, por ahora, sigue siendo apropiado: filosofía.

Juan López
Director del departamento
de Filosofía



 

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