Ministro Juan Villa, Presidente de la Corte de Apelaciones de Concepción
El rostro más poético y humano de la justicia
"Se puede vivir sin belleza, sin riqueza y hasta sin salud. Se vive mal, pero se vive. Mientras que sin justicia, no se puede vivir".
Conseguir una entrevista con Juan Villa es una tarea titánica. Más por disponibilidad que por disposición. Es que se trata de la máxima autoridad del poder judicial penquista, por lo que uno puede imaginar encontrarse con un juez de gesto adusto, serio y circunspecto. Muy por el contrario, el juez se disculpa por no haber podido concretar antes la entrevista.
Es un hombre campechano, sencillo, cercano y de trato amable. Más que un ejercicio periodístico fue una escucha poética, porque el ministro es un hombre de letras, que fundamenta el hecho de impartir justicia en frases aristotélicas y reflexiones hechas en verso: “Se puede vivir sin belleza, sin riqueza y hasta sin salud. Se vive mal, pero se vive. Mientras que sin justicia, no se puede vivir” dice Villa y demuestra todo su apego a la religión casi rezando y entregando un mensaje a sus pares. “Cuando juzgues, no te olvides de Dios. Porque tu justicia es de los hombres. Sé cauto y prudente, a nadie le niegues la voz, escucha argumentos y oye razones”.
“Católico, apostólico y romano” como se define, este magistrado- casado hace 39 años, con dos hijos e igual cantidad de nietos - siempre quiso ser profesor de castellano. Sin embargo, tiene una cinematográfica razón para haber ingresado a Derecho en la Universidad de Concepción en los años 70.
¿Cómo surge esta inclinación por el Derecho y el tema de impartir justicia?
“Yo era capo para el castellano y yo iba a ser profesor de castellano. Tenía muy buenas notas y di el bachillerato. Y una familia muy amiga, familia de intelectuales me dijo ‘Juan: el puntaje que sacaste en el Bachillerato es para que estudies leyes y vas a tener más posibilidades'. Obviamente, postulé a leyes y quedé. Pero lo que me influyó mucho es que un día fuimos al cine con mi señora, entonces pololeábamos, y vimos El chacal de Nahueltoro. Luego caminando le digo a ella ‘yo voy a ser juez y voy a ser ministro también', aunque no tenía idea lo que era ser ministro. Se lo dije para impresionarla, porque estábamos pololeando”.
Me imagino que la escuela de Derecho en ese tiempo era centro de los debates universitarios…
“Yo entré justo en los tiempos del nacimiento y el auge del MIR. A nosotros se nos atrasó la carrera un año por las huelgas que había. Tiempos absolutamente convulsionados y estaba toda la efervescencia universitaria, con sesiones en la Casa del Deporte y las concentraciones. Yo he sido toda mi vida católico, mariano, admirador del Papa e hincha de San Sebastián, así que desde es punto de vista nunca iba ser mirista”.
¿Cómo define Usted su labor actual la de impartir justicia? ¿Cómo lo asume en el día a día?
“Nosotros, los jueces, somos el rostro humano de la justicia. Hay un poema que explica lo mínimo que es uno y lo trascendental que es aplicar justicia, siendo un ser humano tan mínimo tiene tanta responsabilidad. Todas las personas piden justicia y no somos los dueños, sólo administramos justicia. Hay que ser juez de tiempo completo, porque la sociedad confía en uno. Uno como ser humano es tan pequeño, pero una de las funciones más hermosas de la humanidad es la de hacer justicia, así decía Voltaire. Nosotros como jueces, debemos hacerla pronto y sin dilaciones, hacerla esperar es injusticia. Otra frase es de Aristóteles: el amor o el odio hacen que el juez no conozca la verdad”.
¿Cómo hace para desconectarse de sus labores judiciales y administrativas?
En mi parcela de agrado, con actividades ajenas a todo lo que es jurídico. No tengo teléfono allá. Tengo un jardín hermoso, llenos de rosas. Los fanáticos dicen que a las rosas hay que hablarles. No hay mujer que no le guste que le conversen, decirle que es hermosa. Decirle a una rosa que es hermosa, usted no se cree, pero al día siguiente amanece más hermosa. Todo lo que es la labor en el campo, recorrerlo, caminar e ir al monte. Todo esto me desconecta lo que es la judicial y las sentencias.
Lo otro es del punto de vista más espiritual, una vez el médico me dijo: busque algo que lo una con su señora, un punto de contacto. Puede ser la música o algo espiritual y como somos los dos católicos, reforzamos el vínculo matrimonial para llegar hasta que la muerte nos separe”.
Gonzalo Espinoza
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