Los sucesos traumáticos como
el terremoto y maremoto que
vivimos el 27 de febrero no sólo
ocasionan daños en nuestros
hogares, escuelas, caminos
y lugares de trabajo, sino que
también ocasionan daños en
nuestras creencias profundas.
Los seres humanos vamos
por la vida con ciertas creencias
básicas que nos permiten
vivir relativamente tranquilos,
y que están referidas a: 1) Que
el mundo es un lugar seguro,
2) Que podemos confiar en
los demás, y 3) Que podemos
confiar en nosotros mismos.
Con sucesos traumáticos como
los sufridos, estas creencias se rompen, ¿Cómo creer que
el mundo es un lugar seguro
cuando la tierra y el mar se
mueven de tal manera que nos
hacen perder muchas de nuestras
pertenencias e incluso, lo
que es mucho peor, la vida de
seres queridos? ¿Cómo creer
que se puede confiar en los
demás cuando las alertas de
tsunami no se dan o cuando
nuestros vecinos saquean
supermercados y almacenes? ¿Cómo creer que podemos
confiar en nosotros mismos
cuando actuamos atolondradamente
o nos paralizamos en el
momento del desastre? ¿O si
no estamos preparados para
un terremoto ni conocemos
las vías de evacuación para
un maremoto, sabiendo que somos un país sísmico?
Es natural plantearse éstas
u otras interrogantes; es normal
cuestionárselo todo. El
terremoto “nos movió el piso”
no sólo en el sentido literal
de la expresión. De ahí estas
reflexiones iniciales… pero con
el correr de los días, no sólo
debemos reconstruir nuestros
hogares, caminos y lugares de
trabajo, debemos reconstruir
nuestras vidas. Y
para ello debemos volver
a confiar, debemos ser
capaces de darnos cuenta
de que nuestro mundo
es más impredecible de
lo que nos gusta pensar,
pero sí podemos confiar
en los demás y sí podemos
confiar en nosotros
mismos. Podemos confiar
en nuestras familias,
en nuestros vecinos, en
nuestra comunidad más
inmediata. Basta con analizar
las múltiples muestras
de solidaridad y empatía
que se han dado desde esa
fecha, o ver cómo se han flexibilizado
los horarios en todo
orden de cosas para poder
atender a las demandas laborales
y a la vida doméstica.
Es más, podemos y debemos
confiar en nuestra capacidad
para aprender de una situación
como ésta.
Quizás es parte de esta reconstrucción
construir puentes, pero
no sólo en el Biobío, sino puentes
entre nosotros, lazos que
nos permitan ampliar nuestro
concepto de comunidad, de
modo que podamos volver a
creer en nuestro mundo, en los
demás y en nosotros mismos.
Nuestra comunidad universitaria
tiene ahí un rol importante,
retornar activamente a nuestros
trabajos no sólo es necesario
para responder a las demandas
y compromisos con nuestra
sociedad, sino que también
es sanador: nos permite normalizar
nuestras rutinas diarias,
cerrar la vivencia del terremoto
y recuperar un espacio de
interacción con nuestra comunidad.
Universitarios, hoy más
que nunca: ¡Arriba, de pie!
Dra. Paulina Paz Rincón González
Jefa de Carrera de Sicología