La reciente aparición del libro Doce discursos universitarios (Concepción, Editorial de la Universidad de Concepción, 2009.) debe considerarse un acontecimiento de máxima importancia cultural. Lo incalculable e imprevisible, que calla y espera en los discursos de Enrique Molina seleccionados por Gilberto Triviños, confieren, precisamente, el carácter de acontecimiento al bello libro de “las lecciones del pasado y la visión del porvenir”. Su valor excede por ello los rituales de conmemoración del nonagésimo aniversario de la Universidad. Reside más bien en la posibilidad de acoger el legado de Enrique Molina. La recuperación de dicha herencia no persigue, como señala el rector Sergio Lavanchy, convertir el pensamiento filosófico de Molina en “una pieza de museo” o en un “monumento anquilosado”. La publicación de Doce discursos universitarios constituye así una respuesta ante aquello que nos precede y es más duradero que nosotros. El eco de la voz de Molina nos interpela a asumir la responsabilidad inmanente a la condición de legatarios de su pensamiento. Acoger, preservar y proyectar ese legado exige, empero, intervenirlo activamente. El fin último del sugerente prólogo del libro, “¿Cómo no hablar hoy de la Universidad de Concepción?”, efectivamente acoge, selecciona, interviene y revitaliza ese legado. Lo incalculable e imprevisible del acontecimiento puede imaginarse sólo en el diálogo de los discursos de Molina y el prólogo de Triviños. Allí surge el “acontecimiento”, que ya no es sólo de Molina sino también del humanista heredero, lector y escritor que perturba el estado actual de la discusión sobre el sentido y la finalidad de las universidades. El potencial revulsivo del libro, pues, pareciera adquirir su densidad significativa mayor en su capacidad de ser portador de un sueño irreductible, el que puede adoptar, por lo menos, dos rostros: un arma para luchar contra los poderes que buscan un desarrollo desgajado de la ética y un “cristal por el que se vea / futuro tras futuro mágico” (Juan Ramón Jiménez). El libro que nos exhorta a buscar la visión del porvenir en el pasado deviene cristal que proyecta hacia el futuro el reflejo del sueño de Universidad de nuestro primer rector.
La Universidad del sueño de Molina es una morada justa y amable destinada a servir, no a recibir. Sólo de ese modo puede consagrarse a “intensificar y ennoblecer la vida del alma”. ¿Existe acaso algo más perturbador que este sueño en la época en la que la opinión común subordina el desarrollo de una Universidad a la innovación según criterios empresariales? La revisión de los signos inquietantes de la “república ideal”, en uno de sus aspectos fundamentales, invita a los herederos de ese sueño a recordar que es inaceptable fabular una universidad sobre la base de los parámetros con que se articula una empresa y que ningún desarrollo es posible sin la mediación de la ética. La Universidad de Concepción no puede desgajarse de la ética, ya que si ello ocurre el secreto mismo del sueño de sus fundadores se perderá inexorablemente. Sin la primacía de la ética, el “asentamiento de la vida por encima y contra la necesidad de la muerte”, la intensificación de “la vida del alma” no será ya lo (im)posible.
El deber implícito del heredero del pensamiento de Enrique Molina pareciera ser hoy resistir las imposiciones del libre mercado, pero también resistir el olvido de la condición utópica que se encuentra en la génesis misma de la Universidad de Concepción. En el sueño del rector Molina, Triviños y el rector Lavanchy, que habita Doce discursos universitarios, la Universidad de Concepción es el lugar del “desarrollo libre del espíritu”, una “república ideal” en donde el conocimiento genera vías de orientación que desbordan todo horizonte de lo posible. El discurso “Frente al ‘Horacio’ de Rebeca Matte” es clave en este sentido: “¿No vemos que el hombre pasa por lo común su vida como un mero cazador y aprovechador de oportunidades? (…) En medio de todas las inseguridades e inestabilidades que lo rodean le marca el deber una orientación invariable. Aunque abstracta y formal es en lo alto una luz guiadora (señala) quizá la existencia de algo inalcanzable e inaccesible, pero a lo cual el espíritu no puede dejar de aspirar”.
Soñar el lugar que aún no existe es el “deber puro”, “la orientación invariable”, de los herederos del fascinante pensamiento de Enrique Molina. Soñar un porvenir que exceda todo límite de lo posible es tal vez el secreto del espíritu que anima en la Universidad de Concepción. El corazón del legado de nuestro primer rector es la utopía. La aspiración a lo “inalcanzable e inaccesible” debe ser luz guiadora en tiempos aciagos. Doce discursos universitarios tiene esa luz.