“Tiene que haber una cuota de poesía
en la sociedad que la haga más habitable”
Tulio Mendoza
dice que su
actividad literaria “no es solamente
de escribir”, sino
de una serie de
temas creativos
y artísticos que
han ocurrido en
su infancia como
un par de años
dedicados al
estudio del violín
y su afición por
el cine.
Al momento de realizar esta
entrevista, Tulio Mendoza Belio,
realizaba los preparativos
para viajar a Santiago a recibir
una más de las distinciones que
ha tenido en su fructífera carrera
de poeta y literato. Esta vez
se trata del segundo lugar del
IV Concurso Nacional de Cuento
organizado por el Instituto
Cultural chileno-japonés, por
su relato denominado La carta
y el biombo. Este galardón,
se suma al Premio Municipal
de Arte y Cultura 2009, que en
octubre le entregó la Municipalidad
de Concepción y las tres
veces que obtuvo el Oscar Castro
en Rancagua, su ciudad de
origen y donde hizo sus primeras
armas en las letras. Desde
ese lugar, Mendoza se trasladó
en 1976 a la Universidad de
Concepción para estudiar Traducción
Francés- Español.
“No quería estudiar pedagogía,
porque ya había hecho clases
de francés en el Liceo Nocturno
de Rancagua. Lo que a mí me
interesaba era aprender el idioma”
puntualiza Mendoza, quien
explica que esta afición por la
francofonía “es una cosa poética,
por un gusto estético y erótico
de los sonidos”, sumados a
la canción y la literatura francesa,
que el escritor llama “todo
un mundo cultural”, además de
descubrir que sus abuelos inmigrantes
hablaban francés y reconoce
que podría “estar en su
genética”.
Tulio Mendoza dice que su actividad
literaria “no es solamente
de escribir”, sino de una serie
de temas creativos y artísticos
que han ocurrido en su infancia
como un par de años dedicados
al estudio del violín y su afición
por el cine.
Cuando entraste a la Universidad
en el 76’ me imagino
que la movida cultural estaba
en la clandestinidad…
Cuando llegué a la UdeC, estaba
con rectores designados,
con mucho miedo toda la gente,
por la situación anómala que imperaba y todo el mundo era
sospechoso, más aún las personas
que escribían y eran artistas:
sospechosos número
uno. Porque la literatura y el
arte siempre ha sido la otra voz,
entonces ahí estaba el peligro.
Entonces llegar de Rancagua
a Concepción representó un
gran cambio…
Fue un cambio total y rotundo.
Yo nunca había salido de Rancagua,
que era el centro del
mundo y el universo. Apenas había
ido dos veces a Santiago y
Viña del Mar. Pero salir solo de
la casa, a tantos kilómetros de
distancia, era toda una aventura.
Además en ese tiempo sucedían
cosas que eran importantes,
como que a uno le dieran las
llaves de la casa, ahora los cabros
llegan cuando quieren y si
quieren no llegan. Pero cuando
a ti te entregaban las llaves de la
casa, era como estar en otro estadio
(sic). Casi como si te pusieran
pantalones largos. Me gustó
siempre Concepción, porque
era una ciudad cultural. Me impactó
que tuviera una Orquesta
Sinfónica, que hubiera salas
de exposiciones, que estuviera
la Universidad que, a pesar del “apagón cultural” que se llamó,
existió y nosotros hacíamos mucha
cultura de forma paralela.
¿Cuándo haces el click de
ser profesor, traductor y pasas
a ser poeta?
Fuera de los títulos y todas las
cosas, hay cosas más importantes.
Siempre he tenido la vocación
de enseñar, no sé si complejo
o vocación. Jugábamos
al profesor e imitaba a los hermanos
maristas de mi colegio.
Me ponía la bata de mi papá e
imitaba la sotana. Todavía sigo
enseñando a niños, niñas, adultos,
talleres literarios. Soy mejor
profesor que cualquier profesor
que tenga el título.
Siempre he estado viviendo
esta cosa poética que lo ves
como muy lúdico, inocente y
detrás de eso hay una cosa seria.
Cuando niño me gustaba
mucho el cine, y antes de la escritura
poética a mí se me dio la
música y el cine. Entonces de
todo este juego creativo y de
ahí comenzó esto de querer escribir
e imitar lo que hacían los
otros poetas.
¿Qué te parece que las universidades
se enfoquen principalmente
en las carreras
científicas y no entreguen
el espacio para el desarrollo
de la artes como lo hace la
UdeC?
Por definición, soy muy contrario
a esta sociedad de libre mercado
que lo “economiza” todo.
Me parece que haber puesto
el dinero como el gran dios alrededor
del que gira todo, ha
prostituido la sociedad, se mercadea
con la muerte, la salud
o la educación, donde surgen
estas carreras que no sabes si
es carrera o si es negocio. Hay
que buscar un equilibrio entre
el negocio y la educación. Entonces,
las universidades tienen
que mantenerse y pasaron
de ser planteles educacionales
a ser empresas.
En la UdeC se ha mantenido
una buena dirección de Extensión,
se ha logrado con la Orquesta
administrada por una
Corporación Cultural. Y no todo
es plata y tiene que haber una
cuota de poesía en la sociedad
que la haga más habitable.
¿En algún momento has pensado
entregar tus conocimientos
la UdeC?
A la Universidad le falta tener
un taller literario permanente
que tuvimos tres meses con
Mauricio Ostria, pero se terminó.
Nunca he dejado de estar
en la Universidad, sigo yendo a
las exposiciones y participando
de las actividades culturales.
¿Ves en los nuevos estudiantes
esas ganas de darle auge
a la poesía?
Eso nunca se ha acabado.
Siempre ha habido poetas “individuales”,
porque en los años
60 había una idea más de grupo,
más colectivo, porque había
proyectos colectivos políticos
tanto político como sociales.
Cuando viene el golpe militar
se corta ese proyecto que iba
naciendo, por eso se habla de
los poetas emergentes. Después
viene todo un trabajo de
los poetas con el ocultamiento,
diciendo una cosa y queriendo
decir otra, jugando con la ignorancia
del censurador. Cuando
vuelve la democracia, en esta época posmoderna nace el individualismo,
donde cada poeta
tiene su propio proyecto que no
comparte con otros.