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  Nº 651 miércoles 23 de septiembre de 2009

 

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• EDITORIAL

Hoy se debate a nivel mundial sobre el papel que cumplen los medios de comunicación y la televisión- de manera especial- en instancias como una elección presidencial.

Se están produciendo mutaciones culturales que influyen en el modo de hacer y concebir la política. Existe una fuerte gravitación de los mass media, y en especial de la televisión en lo que algunos estudiosos han denominado la telepolítica y surge con pujanza el efecto Internet con las fuerzas de coordinación vía las llamadas redes sociales que permiten comenzar a hablar de una política 2.0 en clara alusión a estos fenómenos que fueron de tanto impacto en la reciente elección del Presidente Obama en los Estados Unidos.

Ambos fenómenos tienen como característica principal la inmediatez, de modo que tanto los acontecimientos del pasado como las propuestas de futuro tienden a diluirse en este presente casi continuo.

El uso intensivo de estas tecnologías hace prevalecer el dominio de la imagen sobre la palabra, el de la emoción sobre la razón; el minimalismo del mensaje: las llamadas cuñas. Esta espectacularización de la política, que son formas de comunicación con las que se relacionan diariamente los sectores más jóvenes de la población, está siendo presentada a toda la población, cuando existe en Chile un padrón electoral más bien envejecido.

La norma escogida garantiza la mayor calidad técnica, pero también la posibilidad de que se abran más espacios para nuevos actores y contenidos en la Televisión. Más canales de todo tipo: locales, comunitarios, regionales, culturales, infantiles.

Los medios de comunicación, en especial la televisión, requieren de una mirada autocrítica de su quehacer, especialmente en estas circunstancias en que son los constituyentes fundamentales del espacio público. De hecho, la televisión no se cuestiona su lógica de espectáculo y entretención que hace predominar el conflicto, la emoción y un sentido del dramatismo.

Para algunos intelectuales existe un espacio público que es parte importante de la calidad de la política, y que no recoge lo que se está produciendo en la sociedad chilena en términos de cultura y política. Esto implica que los mecanismos de crítica, análisis, procesamiento y devolución a la ciudadanía se encuentran limitados y sometidos a las lógicas del espectáculo (algunos hablan de farandulización de la política) sin que se avizore en el corto plazo la apertura de nuevos espacios.

Una luz de esperanza surge con la decisión – largamente esperada- de poner fin a la televisión análoga por una digital. De hecho, el amplio espectro de señales disponibles se estima permitirá abrir una oferta más segmentada que pueda responder a las demandas de diferentes tipos de ciudadanos.

La implantación de la norma japonesa-brasileña deberá ser aprobada por el Congreso, pues se requiere modificar la actual ley de televisión. El ejecutivo estima que esto hará posible desplegar alta definición y diversidad de canales locales, comunitarios, regionales, culturales e infantiles.

Se trata de un desafío que afecta a todas las estaciones televisivas y que implicará en los próximos 8 a 10 años, cambios sustantivos en la tecnología como en las inversiones.

Es de esperar que la promesa de una televisión de mejor calidad, no sólo de la imagen sino de los contenidos, no deba esperar los próximos 10 años.

 





 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

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