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  Nº 647 miércoles 08 de julio de 2009

 

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•ENTREVISTA

Marcos Fernández Mancilla
“Aún sigo siendo un revolucionario de la vida”

Pocos jóvenes saben hoy con tanta claridad lo que van estudiar y dedicarse el resto de la vida. Es por eso que llama la atención que Marcos Fernández Mancilla, director regional del Sename, haya sabido desde su educación media que primero entraría a estudiar filosofía y luego Trabajo social en la Universidad de Concepción.

Osornino de nacimiento y crianza, e hijo de un esforzado camionero y una talentosa profesora de educación básica, este amante de la naturaleza, los animales, el deporte y la lectura confiesa que su vocación social fue heredada de los valores que les fueron inculcados desde muy temprana edad.

A los cinco años ya hacía trabajos voluntarios en los sectores más rurales de su querido Osorno. Cuenta que fue en ese entorno donde conoció la obra de Alberto Hurtado, la que complementaría su misión de servir a los demás.

Hoy, Marcos tiene 44 años, es padre de 3 hijos y no esconde su emoción al recordar aquel marzo de 1983 cuando llegó perdido a Concepción en busca de su querida universidad, como él mismo señala.

¿Cómo recuerda sus primeros días en la Universidad de Concepción?

Recuerdo que en esos años Concepción era una ciudad gigante para quienes veníamos de otro lado. Y para mí fue un impacto entrar a esta “pequeña ciudad“ llena de esculturas y símbolos. Además de otros ritos como esquivar el escudo de la Universidad para no pisarlo. Eso aún no lo he visto en otra parte.

Como estudiante de primer año de filosofía y con apenas 17 años en ese entonces, debo confesar que todo espacio me provocaba un sentimiento. Al Campanil lo veía como un poema de amor lleno de romanticismo, no sólo desde lo arquitectónico, sino desde su alma. En general mi sentimiento más profundo con la Universidad es lo más parecido a un símbolo de libertad, donde podía expresar lo que siempre quise ser y decir.

¿Por qué eligió la UdeC?

Por dos cosas. Lo primero es que yo siempre fui y sigo siendo muy apegado a mis padres y mis hermanos. No es que sea “mamitis” como dicen por ahí, pero sí soy de familia, por lo tanto la UdeC era la universidad más cercana a Osorno donde impartían filosofía. Recuerdo que me puse mis zapatillas con caña, tomé un “Igi Llaima” y me vine con el llanto de mi madre (ríe con ternura).

Y bueno, lo segundo es que por lo que sabía y había leído en algunas partes, la UdeC me parecía una universidad fascinante. Me decían que ahí estudiaban los mejores y que todos los cambios ocurrían allí. Y como yo era hiperactivo y curioso en lo social, no podía ser menos.

Después de Filosofía, ¿Qué lo motivó a seguir estudiando otra carrera como Trabajo Social?

Yo siempre supe, desde mi adolescencia, que estudiaría Filosofía y luego Trabajo Social. Mis compañeros de curso también lo sabían. Y esto nace desde parte de una herencia familiar.

Mi madre trabajaba desde los 16 años en sectores vulnerables de Osorno entregando la sabiduría de la palabra y, más que eso, entregando sus conocimientos a quienes lo necesitaban y sin nada a cambio. Yo trabajé desde niño en voluntariados y también lo hice mientras estudiaba en la UdeC, incluso llevaba a mis compañeros a que vivieran la misma experiencia, hasta que formábamos un grupo con bastante calidez.

Tengo la certeza de que mi vida profesional actual viene desde la esencia de mis padres, la esencia de los valores más nobles del ser humano. Los valores del Padre Hurtado, la lucha de Luther King y el espíritu de Gandhi.

Estudió desde 1983 a 1993. Gran parte en una época difícil en nuestro país y donde la Universidad de Concepción era protagonista. ¿Qué recuerda de aquel tiempo?

Que teníamos que funcionar las 24 horas del día y que arriesgábamos la vida, no sólo con las marchas sino también con el debate. Nos juntábamos cientos de estudiantes en las aulas para discutir lo que estaba sucediendo y buscar soluciones justas para todos.

Era bastante democrático en ese sentido. Además recuerdo que, más allá de nuestras diferencias de opiniones, siempre me relacioné con compañeros respetuosos y de todas las carreras, pues todos opinábamos con argumentos. Nadie quería ser protagonista, más bien había una inquietud por nuestro presente social. Eramos bastante activos, de hecho yo siempre ocupé cargos estudiantiles y fui partícipe del regreso de la FEC en 1984.

Pero al final todos luchábamos por una misma causa, que era una patria más justa y más buena. Te digo que a mis 44 años aún sigo siendo un revolucionario, un reconceptualizador de la vida.

¿Que le dejó la Universidad de Concepción en su vida?

Me enseñó a ser un eterno luchador como lo he sido hasta el día de hoy. Me enseñó a abrir el conocimiento, a entender la diferencia entre el noúmeno y el fenómeno.

La U me enseñó a apreciar el arte, pues ahí todo está ubicado en su justo equilibrio. En una esquina está la Pinacoteca y al otro lado el Arco de Medicina, donde se enseña a curar nuestros males.

Pero lo más importante es que me enseñó a entender al ser humano y hoy lo hago a partir de los niños, niños tan inocentes como mis tres hijos, lo más importante que tengo en la vida, y gracias a ellos también entiendo el resto del mundo.

Andrés Barroso

 

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