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  Nº 640 miércoles 25 de marzo de 2009

 

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Sabemos que la imagen del Poder Judicial no es buena

Su oficina actual, en contraposición con la que ocupaba en la Corte de Apelaciones de Concepción, es reducida y momentáneamente oscura, por arreglos a la que la someten. El aire acondicionado, en tanto, cuesta regularlo y de repente gotea. Algunas obras plásticas están aún sin colgar. El abogado de la Universidad de Concepción, Guillermo Silva Gundelach (casado con la abogada Sonia Quilodrán, secretaria del 14° Juzgado Civil de Santiago, dos hijos) se integró a la Corte Suprema de Justicia, el 9 de diciembre de 2008, luego de una designación altamente mediática.

Académico de Derecho Penal en una universidad privada también dicta clases en la Escuela de Carabineros.

No es el primer ex alumno de Derecho en formar parte del más alto tribunal . Le antecedieron personas como Enrique Tapia y el fallecido Eleodoro Ortiz; mientras que Hugo Dolmetsch comparte junto a él en la Suprema y Rosa Egnem Saldías, actual ministra de la Corte de Apelaciones de San Miguel integra la quina para llenar otro cupo de la Corte.

Su designación fue absolutamente mediática y distinta. ¿Cómo la vivió?

La anterior propuesta del ministro Alfredo Pfeiffer dejó una imagen de extrema politización que no fue buena. Con la mía se quiso dar una muestra de lo contrario y se optó por una persona como yo que había hecho toda su carrera en regiones, alejado de ambos lados, es decir, de la Alianza y de la Concertación, bastante transversal y que logré el apoyo de parlamentarios de todas las tendencias políticas.

¿Desde entonces se oficializó una nueva manera de llenar los cupos?

A todos los cargos judiciales había que postular, con excepción de la Suprema Ésta elegía a los ministros que a su juicio reunían las condiciones para conformar una quina. Tras mi designación se tomó el acuerdo que quienes quieran llegar a la Suprema también postulen y en base a esos nombres se confeccionan las propuestas.

¿Cómo les toca lidiar con la mala imagen del Poder Judicial?

Sabemos que la imagen del Poder Judicial no es buena, pero también sabemos que los esfuerzos por mejorar esa imagen son permanentes no sólo aquí sino en cada una de las Cortes de Apelaciones del país. Queremos mostrar y así lo estamos haciendo una Suprema, en este caso, abierta y dispuesta hacia la comunidad. Recibimos a todas las personas que lo solicitan; las escuchamos porque si algo hay que las personas necesitan y quieren es que las escuchen. Los esfuerzos son considerables para poner al día a los tribunales porque está claro que la justicia que no es oportuna no es justicia. Nos hemos impuesto metas y las cumplimos; a nuestras actuaciones se les da la transparencia necesaria y que antes no existía. Se ha entendido la importancia de las comunicaciones oportunas sobre las actuaciones nuestras y es así como existe un ministro vocero en cada corte.

Al parecer son muchas las causas y pocos los jueces en general. Siempre se escuchan voces en tal sentido.

Los jueces trabajan mucho. Son muchas las causas que exigen una enorme dedicación, especialmente en algunas etapas de ella y eso lo hace tremendamente exigente, teniendo siempre en cuenta que la gente puede soportar cualquier mal, pero nunca se resigna a la injusticia, es una situación que no olvida.

¿Cómo fue para alguien de regiones llegar a trabajar a Santiago?

Tiene sus ventajas. Santiago es la capital, pero evidentemente a la gente de provincia nos cuesta acostumbrarnos y si nos toca llegar en verano, las temperaturas no nos favorecen. En mi caso no llegué solo, afortunadamente ya mi señora está también en Santiago. También mis dos hijos que estaban desde antes en la capital.

¿Alguna vez se imaginó ocupando el cargo actual?

Siendo integrante de Poder Judicial podría haber existido inhabilidad por mi hermano Darío que es ministro de la Corte de Apelaciones de Chillán. Superado eso ya pude pensarlo. Además hice la carrera completa, paso a paso, desde ser secretario del 1° Juzgado de Letras de Los Ángeles; juez de Mulchén; juez del 2° Juzgado de Letras de Los Ángeles; Juez del 2° Juzgado de Letras de Concepción, ministro de la Corte de Apelaciones de Talca y, desde 1993, ministro de la Corte de Apelaciones de Concepción.

Su etapa de estudiante, ¿cómo la recuerda?

Esa fue la mejor época de mi vida. Una etapa conflictiva, pero al mismo tiempo dinámica y marcada por estudios en una facultad cuya categoría y calidad no tenía discusión. Yo entré al propedeútico y después pasé a Leyes teniendo claro que lo hacía para ser juez, no otra cosa. De hecho, nunca he ejercido privadamente. Además había grandes profesores de la facultad como René Ramos, Juan Arellano, Alberto Puga, Ramón Domínguez, padre e hijo; Daniel Peña y Lillo, Augusto Parra, entre otros. Yo espero que esa calidad se haya mantenido hasta hoy.

También conoció a su esposa.

Ella ingresaba a la Facultad cuando yo salía. Ahí la divisé. Después como juez de Mulchén, llegó hacer su práctica, lo que facilitó mucho las cosas.

Finalmente digamos que los Silva Gundelach son una familia de profesionales de la U.

Darío y yo somos abogados, ambos integramos el Poder Judicial; mientras que Carmen y Fernando son ingenieros y han hecho buenas carreras, siempre con el sello del plantel.

Mónica Silva Andrade

 

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