Panorama UdeC Universidad de Concepción Universidad de Concepción
  Nº 636 miércoles 3 de diciembre de 2008

 

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•CONTRIBUCIÓN ACADÉMICA

El jardín nuestro de cada día

En días cada vez más extensos poder observar nuestro entorno pleno de jardines resulta vigorizante. Más, una mirada no sólo de disfrute sino contemplativa y meditada sobre este espacio desde los enfoques de la estética, nos indica que caben multitud de visiones filosóficas acerca del jardín.

Más, en lo medular, a lo que se apunta es a una idea motriz de un modo de sentir, pensar y vivir la vida. Al amparo de esta comprensión primaria, entendemos que la idea de jardín que el sujeto gestiona, de un modo u otro traduce la forma como el hombre enfrenta su propia existencia en relación con el espacio y con sus semejantes. Así, a partir de una modificación de los elementos que la naturaleza le ofrece para su bienestar, imprime en los objetos naturales (modificados) o artificiales creados y puestos allí, tanto una imagen de sí mismo como de su forma de entender la historia y su entorno.

En este sentido, y a pesar de lo limitado que pueda ser su continente, el jardín se torna –paradójicamente- en aquel espacio de absoluta inmensidad en donde la más variada gama de experiencias humanas se hacen visibles por medio de objetos específicos, o por medio de un trabajo hecho sobre la misma naturaleza que transformada traduce sus afanes, deseos y su manera de entender la propia fisis. De suyo, el jardín refleja el vínculo hombre naturaleza, pero también lo más secreto e íntimo de la persona, así como la conquista de un espacio público y abierto para el compartir común.

Por abierto, el jardín invita a la comunión entre varios que comparten el convite a dejarse empapar por esa naturaleza circunscrita a lo que el sujeto escribe ahí. Por ser espacio de recreación de lo íntimo, es un texto abierto a la mirada de los otros que se permiten ver allí la figura y el ánima de quien laboró en ella.

En el jardín vemos acciones que traducen lo permitido y lo prohibido. Lo sacro y lo más profano caben en el espacio abierto por el hombre en la realidad cultural y cuyo destino es ser jardín. Tanto, que no sólo refiere a lo paradisíaco también a la caída por perversión del deseo natural de bien. Es así, huída de lo cotidiano por el significado de remanso que tiene para el sujeto, pero también de retorno a la naturaleza perdida en el tráfago de la civilización urbana. Más, la imaginación material que trabaja en él dándole forma a partir de un sentido prefijado por el “jardinero”, en ocasiones deriva a la puesta en escena de lo grotesco, de lo que produce o produjo dolor personal o colectivo. En efecto, en muchos jardines está representada la historia de humillación colectiva e individual representada por figuras que hablan de nuestros propios errores. Empero, estos como datos entregados a la memoria se muestran insertos en una intención que persigue por su evocación superar aquello.

De esta forma, en el jardín sigue siendo el jardinero lo esencial al jardín mismo. Sin él, la plausibilidad de construir memorias se pierde y en ello también la esencia misma del existir.

Rodrigo Pulgar

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