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  Nº 623 jueves 15 de mayo de 2008

 

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•PERSONAJE

Educar para la felicidad y el bienestar

Es el encargado de representar a los homenajeados el Día del Trabajador Universitario. Con tres décadas en la Universidad, este padre de tres hijos (Fernando, ingeniero forestal como él; Christian, biólogo marino y padre de sus únicos dos nietos, y Joseph, ingeniero civil), es un hombre comprometido no sólo con su profesión, sino también con el pensamiento crítico en torno a la universidad y al sociedad actual.

Fernando Drake es un hombre aplicado. Sentado en una moderna e iluminada sala de profesores de la facultad de Ciencias Forestales de la cual fue, en dos períodos, un orgulloso decano, confiesa que apenas le invitaron a ser el orador en la ceremonia del Día del Trabajador Universitario comenzó a escribir el discurso que deberá dar en representación de los Trabajadores que cumplen 30 años de servicio en la Universidad.

Drake ingresó a trabajar a la Universidad, el 1 de abril de 1978. Venía con los títulos de Técnico agrícola (Universidad de Chile) e Ingeniero forestal (Universidad Austral de Chile), y había realizado cursos de posgrado en reforestación y estadas en Alemania (Universidad de Göttingen) y Venezuela (Universidad de Mérida). Además trabajaba en la Corporación Nacional Forestal, Conaf, de la cual fue uno de los creadores y el primer director regional. Con ese conocimiento se orientó a la academia, ingresando a la carrera de Ingeniería Forestal que recién se estaba abriendo en Chillán.

El traslado con la facultad a Concepción fue con bastante ímpetu “nos insertamos de frente en el desarrollo del Plan Estratégico que la Universidad en este instante estaba llevando a cabo”.

Uno de sus mayores orgullos en el transcurso de su vida profesional, fue asumir por dos períodos el cargo de decano de la Facultad de Ciencias Forestales. En ellos obtuvo importantes logros como el proyecto Mecesup, gracias al cual se realizaron significativas construcciones e implementó a su unidad académica con equipamiento de punta. Otro aspecto que destaca es el trabajo realizado con los docentes, otorgando por primera vez una gran cantidad de ascensos y comprometiéndolos a obtener el grado de Doctor. En 2004, cuando abandonó la decanatura, dejó implementado sobre 600 m2 en salas y laboratorios, y comprometido económicamente más del 70% del auditorio. Fue ese año cuando obtuvo su doctorado en Ciencias Forestales.

Actualmente es coordinador del doctorado en Ciencias Forestales e Ingeniería de Recursos Naturales, innovador programa dictado en conjunto con la Universidad de Córdoba, destinado a profesionales destacados y con experiencia en el medio.

-Su labor profesional ha trascendido lo meramente académico y se ha extendido hacia lo gremial también: desde presidente del Consejo de decanos de facultades de Ingeniería Forestal de las universidades chilenas a presidente regional del Colegio de Ingenieros Forestales...

-En lo profesional he tenido grandes situaciones que me hacen estar agradecido de estar en la Universidad. Entre ellas, el año 2000, me comprometí en la creación de una Sociedad Chilena de las Ciencias Forestales. En ella participan nuestra casa de estudios, junto a las universidades de Chile y Austral, y al Instituto Forestal, Infor, y a la Conaf. Así pudimos dar nacimiento a una institución que nos permitió ordenarnos en la transmisión del conocimiento.

-¿Cómo ha visto el devenir de la vida universitaria en estas tres décadas?

-Mis alumnos hoy tienen un gran capital de información; muchas preguntas pero pocas respuestas. Esto mismo ha significado que no han logrado conceptualizar lo que llamo la “República de las letras” que ha sido invadida y ocupada por el imperio de la televisión, así como de otros asistentes digitales que pugnan por conquistar nuestra atención. La lectura está en declive en casi todo el mundo, pese a que considero que internet es un nuevo medio formidable, y una buena fuente de esperanza para las futuras generaciones. En mi caso se provocó un cambio en la tecnología de la educación, empecé con el pizarrón y la tiza, pasé por el papelógrafo, después por el proyector de trasparencias y hoy estamos llevando las clases en un pendrive. Para mi tesis de pregrado me demoré 6 meses en realizar un cálculo por aproximación en regeneración en bosque nativo. Hoy ese cálculo, al ingresar los datos al computador, no demora más de 5 minutos.

-¿Cómo ve la universidad de hoy y la de ayer?

-En las obras completas de Enrique Molina Garmendia se lee mucho acerca de la juventud comprometida, donde la academia es esencial existiendo a través de la economía planificada y avalada por el gobierno de turno. En aquel entonces se permitía la permanencia y la dedicación de un cuerpo docente, con ausencia de la dimensión del tiempo. Ahí estaban los profesores entregados al “ocio pensante”, tranquilos, preparando estudiantes con un costo absorbido por el Estado. A mediados de la década del 60 eso comienza a cambiar llegando al siglo XXI con esquemas económicos, donde el valor de la persona es casi material, anclado en la competencia y ponderación económica. Un intangible como la educación siguió las mismas pautas, y hoy la universidad la evaluamos en base a gestión académica y desarrollo de la misma en función de sus metas. Lo que era el “ocio pensante” tuvo un cambio radical. Hoy, por exigencia económica impuesta, se tiende a un conocimiento cada vez más específico, estudiando los fenómenos en un estado micro, con eficacia y eficiencia técnica y económica. Me pregunto si estamos en lo correcto al abandonar el análisis del sistema como un todo, cualquiera que éste sea.

-¿Cuál, a su juicio, es el desafío de la universidad del siglo XXI?

-Actualmente la universidad debería enfrentar 4 acontecimientos y readecuar su quehacer. Uno de ellos es la globalización, con sus consiguientes tensiones surgidas entre los aspectos económicos, tecnológicos, culturales, etc. En segundo lugar está el colapso del desequilibrio que se experimentó a partir de la 2ª guerra mundial. Otro aspecto es el surgimiento de la violencia que dificulta el quehacer educativo. En último lugar se encuentra la proliferación de catástrofes humanas. En ese ambiente se mueve una masa humana que con el capital de la educación tendría mejores oportunidades y calidad de vida. Nuestra misión es educar para generar felicidad y bienestar.

Ximena Cortés O.

 

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