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nro 586  Jueves 06 de julio de 2006

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  • OPINIÓN

Más allá de la lógica diferencia entre la apariencia de un paisaje o -por ahora- rincón de bosque como prolongación del jardín familiar, es que intento en estos ejercicios explorar ese “entre”, aquel pasaje de percepción y poética que percibimos por la acción de la luz al hacer visible la materia que configura una escenografía particular y que deseo verla absoluta.

Por condición de cría urbana rodeada de bosques que ahora se alejan a medida que crecen las poblaciones, y que los antiguos patios grandes ahora son ocupados con casas (o habitaciones techadas) dentro del espacio jardín de la casa originaria; por esa condición de cría urbano-industrial, veo el bosque y espacios naturales como prolongación de aquel jardín de ensoñación donde jugar e imaginar el mundo y sus diversas geografías.

La luz no sólo hace visibles las formas y el terreno, sino que hace latentes sensaciones donde se relativizan las distancias. Para reflexionar sobre esta idea deseo asociarla al término sendero.

El ejercicio de recorrer este sendero (...) supone una experiencia solitaria con tal de potenciar la latencia de aquella relatividad perceptual sobre el espacio y su materia.

En el recorrido las distancias se transforman en una realidad vaga, el espacio levemente iluminado, la luz de la luna que se asoma entre las nubes rápidas en una noche de invierno, y más, la luz que arroja por entre los follajes algún poste alejado (...)

Disfruto fotografiar la naturaleza, la percibo paciente cuando es retratada. No reprocha al fotógrafo que se apure, no está el chistoso del grupo retratado.

Puedo buscar con absoluta calma el ángulo deseado, y sobre todo, explorar cómo la luz trabaja.

La noche permite prolongadas exposiciones. Por tanto, es posible disparar el flash con una sumatoria de destellos que hacen incidir la luz sobre las materias que la conforman.

Al disparar luz artificial en frecuencias y desde puntos distintos en el encuadre se transforma el espacio constantemente, se generan formas al recibir el impacto violento o débil por la distancia.

Se transforma la cámara en una prolongación de los ojos. Al disponerla en un trípode totalmente extendido y transformado en una especie de vara, puedo disparar por encima de aquel cerco que me impedía ver un jardín o extensión que causa curiosidad, de alguna casa o predio antiguo.

Lo interesante de ello es que esta forma de operar no permite ver lo que se fotografía, sino hasta después del disparo. Es más, prefiero ver luego el resultado y disfrutar la sorpresa de la imagen y misterio que carga.

Fernando Melo Pardo /
Artista visual y docente
del departamento de Artes Plásticas.

(Extractos del documento Formas de relativizar la percepción del espacio natural por medio de la luz y su ausencia, escrito para la revista Arquitecturas del Sur, y que forma parte del proyecto Enlace Gráfico II, de la unidad de Creación Artística)

   

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