Cuando
la campaña electoral en el país entra
en su recta final, terminado el período de inscripciones,
se hace necesario mirar los programas de los candidatos
para conocer sus propuestas sobre la Educación
Superior.
Algunos de los aspectos que se deben considerar son la
calidad, que se ejecuta a través del proceso de
acreditación, entendido como una forma de transparentar
la oferta de las instituciones para garantizar que lo
entregado corresponde a los estándares prometidos.
Hay conciencia que sólo la educación de
calidad, en todos los niveles, permitirá al país
dar el salto cualitativo que requiere.
Otro aspecto que se debe abordar es la flexibilización
de los currículos y su modernización para
permitir complementarse con los trabajos que se realizan
en este sentido en Europa. Sin embargo, esta iniciativa,
que ya está en la discusión pública,
merece una reflexión profunda y una evaluación
de los impactos que producirá –principalmente
en el posgrado- en todos sus aspectos, pero de manera
principal en la cantidad de académicos para atender
el posgrado y en su financiamiento que es una asignatura
pendiente.
El tema del financiamiento de las propias universidades,
más allá de las familias y los estudiantes,
es otra tarea pendiente. Y, con suma urgencia, se requieren
propuestas para el fortalecimiento de la educación
superior en las regiones.
Todo ello se junta con un aspecto que ha sido puesto
en el tapete de la discusión, pero que no ha sido
analizado hasta ahora con profundidad, cuál es
el papel del estado en la educación superior.
Los casi tres meses que restan para las elecciones
son una oportunidad para colocar el tema de la
educación
superior en la discusión pública.
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