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nro 523  Jueves 17 de junio de 2004

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María Gabriela Seguel
La complicidad de ser exalumna

Los tres hermanos Seguel Roa son profesionales de la Universidad de Concepción. No podía ser de otro modo, pues sus padres les inculcaron siempre la importancia de ser profesionales. María Gabriela Seguel Roa, abogada (casada con arquitecto Gustavo Espinoza Pavez) es una de ellas. Su hermano Claudio, un destacado ingeniero mecánico quien se desempeñaba en el Eula falleció intempestivamente en 1997; mientras que Gloria, licenciada en química, es académica de la facultad de Ciencias Químicas y pertenece al departamento de Química Analítica e Inorgánica.

Gabriela ha ejercido desde que se recibió en 1973 la abogacía de manera privada, con breves excepciones en los cuales ha asesorado a empresas y se ha desempeñado como abogado, por ejemplo, de la Corporación de Asistencia Judicial en la Cárcel Pública de Santiago, experiencia que –recuerda- la marcó. Actualmente es síndico de quiebras privada para la Región Metropolitana y la VIII, y a partir de este año amplió su radio de acción y de trabajo a las regiones VI, VII, IX y X.

¿Hay que tener aptitudes especiales para el cargo? Le pregunto porque se enfrentan a una situación inquietante y dura, la pérdida de un patrimonio.

Hay distintos tipos de quiebras. Alguna en que encuentras a los fallidos al pie de su empresa, te sientas en el sillón del gerente, te pasan la chequera y la contabilidad y debes encabezar el proceso. Hay quiebras por malos negocios y otras que se aprovechan de la ley.

Estoy desde 1998 en esto cuando me nombraron para la Región Metropolitana, donde vivo y para la VIII de donde soy.

-¿Los síndicos ganan mucho dinero?

Los honorarios dependen del monto de la quiebra, pero hay ocasiones en que debemos financiarla u otras en que el remate de los bienes alcanza para muy poco.

-¿ Ha privilegiado el ejercicio profesional privado?

-Se ha dado más eso que el trabajo ligado a empresas o servicios, aunque también hay períodos en que lo he hecho. Pero lo que me anima principalmente es solucionar los problemas de la gente, tengo clientes de hace 20 ó más años y eso algo te dice.

-¿Cómo fue su período como alumna de la Facultad?

Yo venía traumatizada del Colegio Alemán donde estudié y llegar a la Universidad fue una experiencia muy grata, especialmente en grupos de amigos que se formaron entonces, con los cuales compartíamos de manera permanente. Jugar cacho en El Ombligo era una obligación y participar de las eternas peleas entre Ingeniería y Leyes, otro tanto. Yo siempre recuerdo que en épocas de mechoneo, llegaban los alumnos de Medicina y si no arrancabas ¡te enyesaban! Así eran las bromas de antaño.

-¿Quiénes fueron sus profesores de entonces?

Juan Arellano, Mario Jarpa, Misael Inostroza, Manuel Sanhueza, Bernardo Gesche, gente toda capaz de darte una adecuada formación que, en mi caso, confirmé que era muy buena en Santiago, donde pude desempeñarme sin tropiezos, sin ayuda externa, sólo poniendo al servicio mis capacidades aprendidas.

-¿Cuál es la herencia que le dejó la U?

La Universidad ha sido extremadamente generosa, nos dejó un legado de por vida, y que habla por su lema, del desarrollo libre del espíritu, de atreverse, de empezar nuevas cosas, de no amilanarse. Y te lega la amistad de quienes lo fueron en la época de estudiante y esa especie de complicidad que hay entre los egresados de cualquier parte, que se encuentran y se reconocen ex alumnos.

-Recientes encuestas hablan de lo difícil que es para un profesional de provincia, sin apellidos aristocráticos, sin red de relaciones, desempeñarse en Santiago. ¿Existe esa discriminación?

No la he sentido, ni en materia de género, ni profesional. Puede ser que mis expectativas y ambiciones profesionales sean menores. Pero yo con dinero o sin dinero he hecho siempre lo que quiero. Me he abierto camino sola. He encontrado gente buena y he sabido cumplir con lo que se me encarga.

-Los encuentros de los “popeyes” son apoteósicos y cada año llegan más ex alumnos a las termas de Quinamávida. ¿Participa?

Todos los años y llegar allí es lo mismo que llegar a la Universidad, volvemos a ser alumnos, somos jóvenes de nuevo, pese a que llevamos tras nuestro un cúmulo de experiencias. Cantamos y disfrutamos a concho. Es admirable mantener ese espíritu años, encontrarse con gente que uno se ha perdido de ver y empezar a hablar como si hubiésemos dejado de vernos ayer.

Mónica Silva Andrade

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