María
Gabriela Seguel
La
complicidad
de ser exalumna
Los tres hermanos
Seguel Roa son profesionales de la Universidad de Concepción. No podía
ser de otro modo, pues sus padres les inculcaron siempre
la importancia de ser profesionales. María Gabriela
Seguel Roa, abogada (casada con arquitecto Gustavo Espinoza
Pavez) es una de ellas. Su hermano Claudio, un destacado
ingeniero mecánico quien se desempeñaba
en el Eula falleció intempestivamente en 1997;
mientras que Gloria, licenciada en química, es
académica de la facultad de Ciencias Químicas
y pertenece al departamento de Química Analítica
e Inorgánica.
Gabriela
ha ejercido desde que se recibió en 1973
la abogacía de manera privada, con breves excepciones
en los cuales ha asesorado a empresas y se ha desempeñado
como abogado, por ejemplo, de la Corporación de
Asistencia Judicial en la Cárcel Pública
de Santiago, experiencia que –recuerda- la marcó.
Actualmente es síndico de quiebras privada para
la Región Metropolitana y la VIII, y a partir
de este año amplió su radio de acción
y de trabajo a las regiones VI, VII, IX y X.
¿Hay
que tener aptitudes especiales para el cargo? Le pregunto
porque se enfrentan a una situación inquietante
y dura, la pérdida de un patrimonio.
Hay distintos tipos de quiebras. Alguna en que encuentras
a los fallidos al pie de su empresa, te sientas en
el sillón del gerente, te pasan la chequera y la
contabilidad y debes encabezar el proceso. Hay quiebras
por malos negocios y otras que se aprovechan de la ley.
Estoy desde 1998 en esto cuando me nombraron para
la Región Metropolitana, donde vivo y para la VIII
de donde soy.
-¿Los síndicos ganan mucho dinero?
Los honorarios dependen del monto de la quiebra,
pero hay ocasiones en que debemos financiarla
u otras en
que el remate de los bienes alcanza para muy
poco.
-¿ Ha privilegiado el ejercicio profesional privado?
-Se ha dado más eso que el trabajo ligado a empresas
o servicios, aunque también hay períodos
en que lo he hecho. Pero lo que me anima principalmente
es solucionar los problemas de la gente, tengo clientes
de hace 20 ó más años y eso algo
te dice.
-¿Cómo fue su período como alumna
de la Facultad?
Yo venía traumatizada del Colegio Alemán
donde estudié y llegar a la Universidad fue una
experiencia muy grata, especialmente en grupos de amigos
que se formaron entonces, con los cuales compartíamos
de manera permanente. Jugar cacho en El Ombligo era una
obligación y participar de las eternas peleas
entre Ingeniería y Leyes, otro tanto. Yo siempre
recuerdo que en épocas de mechoneo, llegaban los
alumnos de Medicina y si no arrancabas ¡te enyesaban!
Así eran las bromas de antaño.
-¿Quiénes fueron sus profesores de entonces?
Juan Arellano, Mario Jarpa, Misael Inostroza,
Manuel Sanhueza, Bernardo Gesche,
gente toda capaz de
darte una adecuada formación que, en mi caso, confirmé que
era muy buena en Santiago, donde pude desempeñarme
sin tropiezos, sin ayuda externa, sólo poniendo
al servicio mis capacidades aprendidas.
-¿Cuál es la herencia que le dejó la
U?
La Universidad ha sido extremadamente
generosa, nos dejó un
legado de por vida, y que habla por su lema, del desarrollo
libre del espíritu, de atreverse, de empezar nuevas
cosas, de no amilanarse. Y te lega la amistad de quienes
lo fueron en la época de estudiante y esa especie
de complicidad que hay entre los egresados de cualquier
parte, que se encuentran y se reconocen ex alumnos.
-Recientes encuestas hablan de
lo difícil que
es para un profesional de provincia, sin apellidos aristocráticos,
sin red de relaciones, desempeñarse en Santiago. ¿Existe
esa discriminación?
No la he sentido, ni en materia
de género, ni
profesional. Puede ser que mis expectativas y ambiciones
profesionales sean menores. Pero yo con dinero o sin
dinero he hecho siempre lo que quiero. Me he abierto
camino sola. He encontrado gente buena y he sabido cumplir
con lo que se me encarga.
-Los encuentros de los “popeyes” son apoteósicos
y cada año llegan más ex alumnos a las
termas de Quinamávida. ¿Participa?
Todos los años y llegar allí es lo mismo
que llegar a la Universidad, volvemos a ser alumnos,
somos jóvenes de nuevo, pese a que llevamos tras
nuestro un cúmulo de experiencias. Cantamos y
disfrutamos a concho. Es admirable mantener ese espíritu
años, encontrarse con gente que uno se ha perdido
de ver y empezar
a hablar como si hubiésemos dejado
de vernos ayer.
Mónica
Silva Andrade
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