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nro 493   Jueves 4 de septiembre de 2003

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Anita Schmidt
Una formación humanista e integral

La oftalmóloga Anita Schmidt Uribe (2 hijos) se siente tributaria de una formación en medicina que la instó, desde el primer instante, a una preocupación por el ser humano en su totalidad. Una formación que no se agota en la fisiología y profundiza en la deontología. "Es la mejor formación que pude haber recibido", señala en su consulta privada, totalmente ornamentada con detalles y elementos que hablan de su paso como alumna de la facultad de Medicina.


Proveniente de Tomé, estudió interna en Concepción, para ingresar luego a un destino que era el más natural y lógico.

Primero fue alumna de Química, pero con una vocación definida por la Medicina que la hizo insistir en ingresar el año 1965, al Propedeútico primero y luego a Medicina.

El canto estuvo siempre muy presente y se concretó con su participación en el Coro de la Universidad en 1968, e incluso en el Coro del Reencuentro. Estuvo en el Coro Polifónico dirigido por Arturo Medina y cuando se fue a Santiago se integró al Coro Madrigal dirigido por Guido Minoletti. También fue secretaria de la revista de la facultad de Medicina.

-¿Cómo recuerda esa etapa de estudiante?

Como una etapa plena de desafíos como alumna; con profesores exigentes de muy buen nivel, como una etapa de formación humanista extraordinaria, que obliga a pensar en el ser humano en su integralidad. Esa es una enseñanza clave en la vida, imposible de olvidar y que es necesario practicar.

-¿Quiénes fueron sus profesores y sus compañeros de generación?

-Eduardo Luck, anestesista; Rolando González, oftalmólogo, y Pedro Rioseco, siquiatra. Este último, un amigo excepcional. Su madre fue también la mía durante la carrera. Era un curso de 100 alumnos donde sólo 19 éramos mujeres. Mis profesores eran Hernán Gouet, Enrique Beckdorf, Fructuoso Biel, Abel Olmos.

-¿Cómo se define su especialización?

-Opté por una beca en oftalmología, junto a otros dos compañeros de curso, Mariana González y Oscar Mejía. Fue una beca mixta que desarrollé en el Servicio de Oftalmología en Concepción y en el JJ Aguirre. Hice un posgrado en retina con el Dr. Juan Verdaguer y ejercí docencia en la Universidad de Chile por veinte años, en el Servicio de Oftalmología del JJ Aguirre. Los últimos tres años fui jefe de pabellones quirúrgicos y operé mucho, base de la cirugía que ahora hago con mucha frecuencia. También me especialicé en ultrasonografía y en ecografía de ojos con el Dr. Hernán Valenzuela.

-¿Los oftalmólogos son una especie de casta dentro de las especialidades médicas y los hijos heredan la especialidad de los padres ¿cómo ha sido su experiencia?

-Eso pudo ser hasta hace veinte años, pero ha evolucionado favorablemente. Lo puedo comprobar con la enorme cantidad de especialistas formados en la Universidad de Chile. Puede que esté mal distribuida, es decir que los especialistas estén de preferencia en las ciudades grandes, y que falten en otros, pero hay una apertura interesante.

-Tiene algo de verdad aquello que los ojos son la ventana del alma ¿o es pura poesía?

-Sólo poesía. Científicamente eso no es así. Se trata de órganos vitales para percibir la vida, los colores, las formas, entonces eso hace que sean motivo de inspiración permanente.

-¿Cómo se siente dedicada sólo a lo privado?

Me siento bien, feliz haciendo lo que hago, disfruto con ello e incentivo
–cada vez que puedo- a las nuevas generaciones de médicos a dedicarse a la oftalmología, porque en Chile los avances en esta materia son notables. Somos pioneros, por ejemplo, en tratar la miopía con láser.

-¿Mantiene lazos con la Universidad?

Mi hermano, que es también profesional de la Universidad me mantiene al día. Yo voy con frecuencia porque allá tengo grandes y queridas amigas, Cecilia Villavicenco, Carmen Gloria Yáñez, Ana María Ascui.

-¿Cuál es el legado de la Universidad?

La Universidad lo fue todo, uno de los hitos fundamentales de mi vida. Fue allí donde aprendí a enfrentar y solucionar los problemas centrales y me dio una visión pluralista que no tiene igual. Un modelo de desarrollo personal basado en el ser humano en su plenitud. Me queda una sensibilidad especial para con mis pacientes, que no la he perdido.

Mónica Silva Andrade

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