Anita
Schmidt
Una formación humanista e integral
La
oftalmóloga Anita Schmidt Uribe (2 hijos) se siente
tributaria de una formación en medicina que la
instó, desde el primer instante, a una preocupación
por el ser humano en su totalidad. Una formación
que no se agota en la fisiología y profundiza en
la deontología. "Es la mejor formación
que pude haber recibido", señala en su consulta
privada, totalmente ornamentada con detalles y elementos
que hablan de su paso como alumna de la facultad de Medicina.
Proveniente
de Tomé, estudió interna en Concepción,
para ingresar luego a un destino que era el más
natural y lógico.
Primero
fue alumna de Química, pero con una vocación
definida por la Medicina que la hizo insistir en ingresar
el año 1965, al Propedeútico primero y luego
a Medicina.
El
canto estuvo siempre muy presente y se concretó
con su participación en el Coro de la Universidad
en 1968, e incluso en el Coro del Reencuentro. Estuvo
en el Coro Polifónico dirigido por Arturo Medina
y cuando se fue a Santiago se integró al Coro Madrigal
dirigido por Guido Minoletti. También fue secretaria
de la revista de la facultad de Medicina.
-¿Cómo
recuerda esa etapa de estudiante?
Como
una etapa plena de desafíos como alumna; con profesores
exigentes de muy buen nivel, como una etapa de formación
humanista extraordinaria, que obliga a pensar en el ser
humano en su integralidad. Esa es una enseñanza
clave en la vida, imposible de olvidar y que es necesario
practicar.
-¿Quiénes
fueron sus profesores y sus compañeros de generación?
-Eduardo
Luck, anestesista; Rolando González, oftalmólogo,
y Pedro Rioseco, siquiatra. Este último, un amigo
excepcional. Su madre fue también la mía
durante la carrera. Era un curso de 100 alumnos donde
sólo 19 éramos mujeres. Mis profesores eran
Hernán Gouet, Enrique Beckdorf, Fructuoso Biel,
Abel Olmos.
-¿Cómo
se define su especialización?
-Opté
por una beca en oftalmología, junto a otros dos
compañeros de curso, Mariana González y
Oscar Mejía. Fue una beca mixta que desarrollé
en el Servicio de Oftalmología en Concepción
y en el JJ Aguirre. Hice un posgrado en retina con el
Dr. Juan Verdaguer y ejercí docencia en la Universidad
de Chile por veinte años, en el Servicio de Oftalmología
del JJ Aguirre. Los últimos tres años fui
jefe de pabellones quirúrgicos y operé mucho,
base de la cirugía que ahora hago con mucha frecuencia.
También me especialicé en ultrasonografía
y en ecografía de ojos con el Dr. Hernán
Valenzuela.
-¿Los
oftalmólogos son una especie de casta dentro de
las especialidades médicas y los hijos heredan
la especialidad de los padres ¿cómo ha sido
su experiencia?
-Eso
pudo ser hasta hace veinte años, pero ha evolucionado
favorablemente. Lo puedo comprobar con la enorme cantidad
de especialistas formados en la Universidad de Chile.
Puede que esté mal distribuida, es decir que los
especialistas estén de preferencia en las ciudades
grandes, y que falten en otros, pero hay una apertura
interesante.
-Tiene
algo de verdad aquello que los ojos son la ventana del
alma ¿o es pura poesía?
-Sólo
poesía. Científicamente eso no es así.
Se trata de órganos vitales para percibir la vida,
los colores, las formas, entonces eso hace que sean motivo
de inspiración permanente.
-¿Cómo
se siente dedicada sólo a lo privado?
Me
siento bien, feliz haciendo lo que hago, disfruto con
ello e incentivo
cada vez que puedo- a las nuevas generaciones de
médicos a dedicarse a la oftalmología, porque
en Chile los avances en esta materia son notables. Somos
pioneros, por ejemplo, en tratar la miopía con
láser.
-¿Mantiene
lazos con la Universidad?
Mi
hermano, que es también profesional de la Universidad
me mantiene al día. Yo voy con frecuencia porque
allá tengo grandes y queridas amigas, Cecilia Villavicenco,
Carmen Gloria Yáñez, Ana María Ascui.
-¿Cuál
es el legado de la Universidad?
La
Universidad lo fue todo, uno de los hitos fundamentales
de mi vida. Fue allí donde aprendí a enfrentar
y solucionar los problemas centrales y me dio una visión
pluralista que no tiene igual. Un modelo de desarrollo
personal basado en el ser humano en su plenitud. Me queda
una sensibilidad especial para con mis pacientes, que
no la he perdido.
Mónica
Silva Andrade
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