Pablo
Javier Varas
El desarrollo libre del espíritu
requiere una crítica permanente
Trabajó
y estudió mientras estuvo en la Universidad y eso
fue fundamental en su formación como persona, a
pesar de que sus inasistencias le reportaron la experiencia
más amarga de su carrera.
Pablo Javier Varas Fuenzalida, 49 años, profesor
de Estado con mención en Español, es el
encargado de proyectos del área de Derechos Humanos
del Consejo Británico, dependiente de la embajada
de ese país en Santiago.
Está
casado con la médico Nancy Amtahuer, con quien
tiene dos hijas y un hijo, dice en un estilo
inclusivo reforzado por su trabajo en el Sernam entre
1998 y comienzos de este año en Concepción.
Sus hijas cursan segundo y cuarto año de sicología
en esta Universidad.
Estudió en los años difíciles, cuando
el desarrollo libre del espíritu le disputaba espacio
al autoritarismo. Me titulé el 83,
después de muchísimos años universitarios,
porque combinaba el estudio con el trabajo social, que
en esos tiempos exigía un compromiso bien profundo;
significó postergar la carrera dos veces por hacerme
cargo de proyectos sociales, dice con orgullo.
-¿Se
arrepiente de eso?
-
Para nada, al contrario. Eso me dio experiencia, me dio
criterio y conocimiento de la realidad que incluso significaba
que profesores valoraran mi opinión como alguien
que tenía una experiencia más allá
del aula de biblioteca y de los libros.
-¿En
qué sectores trabajaba?
-
Tuve el privilegio de trabajar en los programas sociales
del Arzobispado de Concepción, en los años
de la dictadura, y eso me permitió trabajar en
distintos tipos de proyectos y en distintas localidades
geográficas. Desde un proyecto minero en Los Alamos
(al trabajo) con agrupaciones de pequeños productores
de fruta de Yumbel, pasando por distintas áreas
de la geografía social de la región.
-¿Fue
novedoso para un profesor estar en esto?
-
Creo que a veces hay una concepción limitada del
profesor que lo considera sólo dentro del aula.
Un tiempo trabajé como profesor en aula, pero siempre
muy vinculado a la familia y a la comunidad y, en ese
sentido, nunca he estado desconectado del entorno. Me
ha tocado ver mucha gente en los municipios, en programas
de desarrollo comunitario y humano que somos profesores.
La formación como educador te permite entender
los procesos, relacionarse con las personas y eso es una
gran ventaja para trabajar en programas sociales.
-¿Cómo
recuerda su paso por la Universidad?
-
En lo académico, no sé si será propio
de Español, pero es un cuerpo docente muy especial,
que ha marcado pauta para otras universidades del país;
o sea es un privilegio haber tenido docentes como los
que tuve en el Departamento. La vida estudiantil estaba
bastante reprimida, cualquier opinión crítica
o pensamiento divergente no era aceptado así que
eso fue bastante complicado. Por otro lado como estudiaba
y trabajaba más de una vez tuve problemas por la
asistencia.
-¿Qué
pasó?
-
Hubo un ramo, no precisamente de Español (filosofía),
que muy pocas personas aprobaron. Yo era una de ellas,
pero no me permitieron aprobarlo porque tenía 21%
de asistencia, una anécdota que para mí
fue muy pesada, una experiencia muy amarga.
-¿Recuerda
a alguno de sus profesores?
-
Andrés Gallardo, María Nieves Alonso, Gilberto
Triviños, Luis Muñoz, Marta Contreras, fluyen
todos como un grupo de excelentes docentes, tanto en la
relación personal como en la calidad de sus clases.
-¿Y
sus compañeros?
-
Esto es más complicado porque estuve en tres promociones
distintas, pero recuerdo a Omar Salazar, Juan Ricardo
Vásquez, son los dos que se me vienen a la mente,
pero hay más, como Carlos Romero, que está
haciendo el doctorado.
-¿Qué
le diría a las futuras generaciones?
-
Creo que empobrece mucho encerrarse solo en los estudios,
desconectados de lo que ocurre con el entorno social y
con la historia. El desarrollo libre del espíritu
requiere una crítica permanente, no sólo
con los docentes y la instancia universitaria, sino con
uno mismo también.
Erwin
Acevedo Ibáñez
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