Juan Antonio Garrido
La Universidad que hubiera querido para mis hijos
Testigo
privilegiado del mítico mayo del 68 durante su primera
estada en París, como estudiante de un doctorado, el ingeniero
comercial Juan Antonio Garrido (casado con Marcela Stowhas,
cuatro hijos y cuatro nietos) sigue siendo realista pidiendo
lo imposible: el voto de los 800.000 chilenos que viven
fuera e incluso con la propuesta de elección de diputados
y senadores ante el Congreso Nacional, al estilo de los
representantes de ultramar que existen en la Asamblea
Francesa.
Un
seminario convocado por la Cancillería, en el marco de
la denominada Región XIV, lo tuvo por unos días en Santiago.
Tras una vida de trabajo en Francia hoy es un consultor
internacional en materias de reingeniería de procesos,
lo que le permite viajar por el mundo y asesorar instituciones
como el Congreso Nacional de República Dominicana.
-¿Cómo
es que un santiaguino llega a estudiar a Concepción?
-Santiago
tenía mucha actividad, lo que me impedía concentrarme
en los estudios. La U de Concepción y su privilegiada
ubicación me lo permitió. Viví en pensión, pero luego
lo hice en la Cabina 3, gracias a una beca de bienestar.
Esto sucedió entre 1960 y 1965. Fui ayudante e instructor
de la Escuela de Economía.
Mi
paso por la Universidad fue algo precioso. Me hubiera
gustado que mis hijos hubieran hecho el mismo recorrido.
Recuerdo esos veranos con música, con actividades literarias,
nuestros encuentros con escritores famosos, con filósofos
y científicos, las elecciones, los machitunes, y esa interdisciplinaridad
siempre presente.
¿Cómo
es vivir en París cotidianamente, ganarse el pan?
París
es una ciudad armoniosa, bella arquitectónicamente, pero
lo principal es que está hecha a escala humana. Yo llegué
recién casado a hacer el doctorado en Economía que se
suspendió tras los sucesos de mayo del 68. Luego retornamos
en 1973 y desde entonces, con intervalos en que hemos
tenido que partir a vivir por un año o dos a otro país,
nuestro hogar está en París y nuestros hijos se sienten
franceses aunque aman Chile.
-¿A
qué se dedicó en Francia?
-Fui
consultor senior en la Sociedad Sema Group, de economía
y matemáticas aplicada, con 16.000 ingenieros repartidos
en todo el mundo. Cinco años fui representante del personal
de ingenieros en el Consejo de Administración del Grupo.
Me conocieron cuando estudiaba en La Sorbonne y me encargaron
un estudio de economía de la ciudad de Dunkerque. A mi
regreso forzado me acogieron. Me tocó trabajar en México,
Argelia, Marruecos, Túnez, Haití (donde viví dos años).
Camerún, Brasil, Costa de Marfil, lo que me otorgó la
experiencia en campos de competencias como los estudios
de estrategia y reingeniería de empresas, de planes rectores
de sistemas de información, planes de estrategia y operaciones
en el campo de las infraestructuras y práctica de utilización
de las tecnologías electrónicas en las actividades de
materia gris.
¿Volverá
a Chile algún día?
En
un mundo globalizado se puede vivir en cualquier parte
y acceder virtualmente a donde uno quiera, además que
las propias distancias físicas se acortan. Se puede vivir
en el campo y acceder con rapidez a los lugares más increíbles.
Ya no existe esa urgencia del retorno.
¿Mantiene
algún contacto con la U?
Ninguno
formal. En París tenemos un centro de ex alumnos informal,
lo preside Ubaldo Muñoz, un odontólogo que en su consulta
de Saint Germain des Pres atiende hasta primeros ministros
y presidentes. El, tras revalidar su título, es un profesional
de los mejores en una sociedad exigente.
Cuando
da una mirada retrospectiva a su vida ¿qué lugar ocupa
la Universidad?
Importante.
Guardo un recuerdo especial para la Escuela de Economía,
para el decano de entonces Ignacio Pérez. Me brindaron
una base sólida que me permitió afrontar todos los problemas
cualquiera sea su complejidad económica-financiera durante
mi vida laboral. Me gustaría que la Facultad haya vuelto
a ser un lugar de encuentro y tolerancia, como lo fue
antes y que la Universidad pudiera contar con nosotros
para transmitir experiencias a los nuevos alumnos.
Mónica Silva Andrade
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