Ricardo Eckardt
Promotor del trabajo interdisciplinario
Este
médico fisiatra, que no se arrepiente de haber dejado
la humedad típica de Concepción, lo impredecible de su
clima, ni su lluvia habitualmente horizontal, recuerda
para Panorama sus días de estudiante en una época de cambios
y transformaciones históricas.
Ricardo
Eckardt Labbé estudió medicina entre 1973 y 1980. Su último
año de carrera lo cumplió en el Hospital Clínico de la
Universidad de Chile, en Santiago, y posteriormente cursó
la beca de especialización en medicina física y rehabilitación.
Sus primeras incursiones en la medicina formal las realizó
en el Hospital Militar, donde estuvo 5 años. La división
El Teniente de Codelco y la Mutual de Seguridad fueron
sus siguientes estaciones. Hoy es el director médico de
la Clínica Los Coihues, dependiente de la Mutual, de la
Asociación Chilena de Seguridad y de un consorcio estadounidense.
Sus
padres y su único hermano siguen en Concepción, al igual
que muchos de sus compañeros del colegio Sagrados Corazones
con quienes se reunió hace unos días para celebrar los
treinta años de egreso de su promoción.
Concluida
su formación secundaria, el siguiente paso era la universidad.
En esta casa de estudios aprendió las artes que luego
aplicaría en Santiago durante su internado. No fue una
etapa fácil, reconoce. “Uno de los períodos más difíciles
de mi vida fue cuando me transplanté de Concepción a Santiago...
ésa ha sido la época en mi vida que más he fumado”.
Mientras
estudiaba medicina en Concepción vivió desde dentro los
últimos días de la Unidad Popular (UP) y los primeros
y posteriores del régimen de Pinochet. Por eso no sorprende
escucharlo decir que lo más impactante en ese período
fue el brusco cambio, en la forma y en el fondo, del modo
de hacer universidad al interior del campus. “En la época
de la UP entramos 550 alumnos, pero sólo unos 120 lo hicimos
cumpliendo con los sistemas de selección que existían
en esa época”, recuerda este fisiatra. El resto sencillamente
ingresó por la ventana, asegura. “Algunos entraban por
amistades, otros eran trabajadores que obtenían becas
y cuando vino el golpe quedamos como 180”.
El
impacto fue tremendo, no sólo por lo que políticamente
significó el 11 de septiembre, sino por todo lo que ocurrió
en la Universidad. “Pasamos de un estilo de universidad
casi liberada totalmente, o de un desorden generalizado,
a un exceso de orden que incluso obligó a cortarnos el
pelo y a cumplir horarios”. La Universidad cerró por casi
un mes después del golpe de Estado y cuando se reanudaron
las clases, en octubre, las cosas ya no estaban igual
que antes. Cambiaron las autoridades y cambiaron los profesores.
Tampoco los compañeros eran los mismos, o al menos ya
no estaban todos.
Pero
había otro elemento que modificó profundamente el modo
de vivir la universidad en las horas en que las clases
se reemplazaban por lo que hoy se conocería como el “carrete”.
El toque de queda impuesto por los militares marcó las
fiestas de antaño haciendo una clara distinción. Había
fiestas “con toque” y otras “sin toque”, lo que implicaba
terminar la diversión media hora antes de que comenzara
a regir la restricción o quedarse hasta el otro día, según
el caso.
“Casi
toda mi vida universitaria ocurrió en estas condiciones,
donde teníamos que adaptarnos para empezar el carrete
temprano para terminar a una hora adecuada o programarse
para seguir la fiesta hasta el otro día, pero a pesar
de ese tipo de restricciones la vida era bien activa,
y en ese sentido Concepción se presta para tener este
tipo de carrete”, dice Eckardt, convencido de que la vida
en provincia tiene sus ventajas, a pesar de que se alegró
de dejar Concepción hace ya varios años, cansado de su
clima húmedo e impredecible.
Erwin
Acevedo Ibáñez
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