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nro 468   Jueves 5 de diciembre de 2002

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Ricardo Eckardt
Promotor del trabajo interdisciplinario

Este médico fisiatra, que no se arrepiente de haber dejado la humedad típica de Concepción, lo impredecible de su clima, ni su lluvia habitualmente horizontal, recuerda para Panorama sus días de estudiante en una época de cambios y transformaciones históricas.

Ricardo Eckardt Labbé estudió medicina entre 1973 y 1980. Su último año de carrera lo cumplió en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile, en Santiago, y posteriormente cursó la beca de especialización en medicina física y rehabilitación. Sus primeras incursiones en la medicina formal las realizó en el Hospital Militar, donde estuvo 5 años. La división El Teniente de Codelco y la Mutual de Seguridad fueron sus siguientes estaciones. Hoy es el director médico de la Clínica Los Coihues, dependiente de la Mutual, de la Asociación Chilena de Seguridad y de un consorcio estadounidense.

Sus padres y su único hermano siguen en Concepción, al igual que muchos de sus compañeros del colegio Sagrados Corazones con quienes se reunió hace unos días para celebrar los treinta años de egreso de su promoción.

Concluida su formación secundaria, el siguiente paso era la universidad. En esta casa de estudios aprendió las artes que luego aplicaría en Santiago durante su internado. No fue una etapa fácil, reconoce. “Uno de los períodos más difíciles de mi vida fue cuando me transplanté de Concepción a Santiago... ésa ha sido la época en mi vida que más he fumado”.

Mientras estudiaba medicina en Concepción vivió desde dentro los últimos días de la Unidad Popular (UP) y los primeros y posteriores del régimen de Pinochet. Por eso no sorprende escucharlo decir que lo más impactante en ese período fue el brusco cambio, en la forma y en el fondo, del modo de hacer universidad al interior del campus. “En la época de la UP entramos 550 alumnos, pero sólo unos 120 lo hicimos cumpliendo con los sistemas de selección que existían en esa época”, recuerda este fisiatra. El resto sencillamente ingresó por la ventana, asegura. “Algunos entraban por amistades, otros eran trabajadores que obtenían becas y cuando vino el golpe quedamos como 180”.

El impacto fue tremendo, no sólo por lo que políticamente significó el 11 de septiembre, sino por todo lo que ocurrió en la Universidad. “Pasamos de un estilo de universidad casi liberada totalmente, o de un desorden generalizado, a un exceso de orden que incluso obligó a cortarnos el pelo y a cumplir horarios”. La Universidad cerró por casi un mes después del golpe de Estado y cuando se reanudaron las clases, en octubre, las cosas ya no estaban igual que antes. Cambiaron las autoridades y cambiaron los profesores. Tampoco los compañeros eran los mismos, o al menos ya no estaban todos.

Pero había otro elemento que modificó profundamente el modo de vivir la universidad en las horas en que las clases se reemplazaban por lo que hoy se conocería como el “carrete”. El toque de queda impuesto por los militares marcó las fiestas de antaño haciendo una clara distinción. Había fiestas “con toque” y otras “sin toque”, lo que implicaba terminar la diversión media hora antes de que comenzara a regir la restricción o quedarse hasta el otro día, según el caso.

“Casi toda mi vida universitaria ocurrió en estas condiciones, donde teníamos que adaptarnos para empezar el carrete temprano para terminar a una hora adecuada o programarse para seguir la fiesta hasta el otro día, pero a pesar de ese tipo de restricciones la vida era bien activa, y en ese sentido Concepción se presta para tener este tipo de carrete”, dice Eckardt, convencido de que la vida en provincia tiene sus ventajas, a pesar de que se alegró de dejar Concepción hace ya varios años, cansado de su clima húmedo e impredecible.

Erwin Acevedo Ibáñez

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