Cuando
las noticias provenientes de todo el país y de nuestra
propia región en torno a los temporales, nos hacen recordar
que la pobreza está aún muy presente en diversos sectores,
es el momento no sólo de reflexionar sobre esta realidad,
sino que también de actuar de manera solidaria.
El
balance parcial de este frente de mal tiempo, cuando aún
no finaliza el otoño, da cuenta de más de 30 mil damnificados
en la zona central, de clases suspendidas, de escuelas
y liceos convertidos en albergues. En fin, de una cara
del país, la más triste, la de la pobreza, a la cual no
estamos acostumbrados a mirar de frente.
Según
las informaciones, desde 1926 que no se registraba un
temporal en la zona central con semejantes características.
Con 230 milímetros caídos en 48 horas, las calles del
gran Santiago –que normalmente colapsan con menos cantidad
de agua- se convirtieron en verdaderos ríos, arrastrando
lodo y enseres de numerosas viviendas.
En la Octava Región, pese a que fue menos fuerte el temporal,
una persona perdió la vida al ser arrastrada su casa.
Dentro de la tragedia surge con fuerza una característica
propia de nuestra cultura: el valor de la solidaridad.
Las federaciones de estudiantes abandonaron el llamado
a paro nacional y comenzaron la recoleccción de ayuda
para los damnificados.
Tal
vez la lección última que nos deja este primer desastre
invernal es recordar que valores como el compromiso, la
solidaridad, el respeto a la dignidad de las personas
deben atravesar todas las actividades universitarias,
y no tan sólo activarse de manera especial cuando el dolor
de los más pobres nos conmueve.
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