El gobierno de Afganistán está encabezando una guerra contra las
mujeres. Desde que los Talibanes alcanzaron el poder en 1996, las mujeres se han visto
obligadas a llevar la "burqua" (prenda que las tapa el cuerpo por completo) y
han sido apaleadas y apedreadas en público por no vestir el atuendo apropiado, incluso
simplemente por no llevar la malla cubriendo los ojos. Una mujer fue apaleada hasta la
muerte por una enfurecida muchedumbre de fundamentalistas por exponer su brazo,
accidentalmente, mientras conducía. Otra fue apedreada hasta la muerte por intentar
abandonar la ciudad con un hombre que no era pariente suyo.
A las mujeres no se les permite trabajar en público, ni dejarse ver en público, sin
un pariente de sexo masculino. Profesoras, traductoras, doctoras, juristas, artistas y
escritoras se han visto forzadas a abandonar sus lugares de trabajo y recluirse en sus
hogares, de modo que la depresión se está adueñando de muchas de ellas hasta niveles
alarmantes.
No hay modo en esa sociedad islámica extremista de conocer a ciencia cierta la tasa de
suicidio, pero los trabajadores sociales estiman que dicha tasa ha aumentado enormemente
entre las mujeres, las cuales no pueden encontrar ni la medicación ni el tratamiento
adecuados para combatir la depresión y prefieren, en muchos casos, la muerte a vivir en
tales condiciones.