Cuando partió hace tres décadas a Canadá para visitar a una
hermana no imaginó que este viaje sería definitivo en su vida. La periodista Carmen
Montory Vásquez se casó hace 28 años con Mark Guido, un empresario forestal, al que
conoció en Castlegar, una localidad de la Columbia Británica, donde la familia ha
trabajado por años el rubro maderero. Cerca de la frontera de Estados Unidos y de la
ciudad de Vancouver, Carmen Guido vive largos y nevados inviernos, tibias primaveras y
veranos, en medio de un paisaje de ensueño. Ha ejercido como periodista y actualmente lo
hace como profesora de castellano. Sus dos hijos son profesionales y viven de manera
independiente. Conversamos con ella durante una visita a su país, plena de emociones y
reencuentros.
-¿Cómo son sus recuerdos de esa época estudiantil. Quiénes fueron sus
profesores?
-Mi primer año fue el Propedeútico, e irónicamente, es el que me trae los mejores
recuerdos. Me gustaría recordar los nombres de mis profesores más queridos, pero no
puedo, sin embargo no me olvido de ellos como personas tan únicas, tan increíbles que en
cierta forma me enseñaron a ser verdadera conmigo misma, a aceptarme y respetarme, a
escuchar mis razones, y continuar mi camino con mi propia individualidad, lo que siempre
me dio fama de rebelde y no siempre la comprensión y tolerancia de las personas.
-¿Qué
me dice de sus compañeros de entonces?
-¿Compañeros? Más bien amigos del alma, con la misma ilusión de vida en ese
tiempo, fomentada en la Parroquia Universitaria, por los sacerdotes Pedro Azócar y
Antonio Mondelaire. Es el caso de Martín Zilic y de Arturo Hillerns. El dolor de la
muerte de Arturo me transfiguró; la acogida de Martín cuando vine hace algunos años a
Chile fue ¡maravillosa! por la calidez y el afecto, pese a su cargo de Intendente. En la
Escuela de Periodismo, Pedro Castillo y Víctor Kroyer, compañeros inseparables. La
distancia no cambia ni cambiará mi cariño por ellos.
La mayor parte de su vida ha transcurrido fuera¿cómo cambia la perspectiva de su
país desde la distancia?
-Hace 30 años que observo de lejos a mi país. Se ha globalizado, es cierto, pero
fuera de la modernidad, de las modas y costumbres, todavía existe una intolerancia innata
y la falta de sencillez en algunas estructuras sociales, del pensamiento. El chileno se da
completamente, pero exige a cambio, no sé si consciente o inconscientemente la libertad
del otro, cruza la línea en cuanto a dictar actitudes y vestimentas, formas de ser. Es un
precio emocional que se paga por las amabilidades. Pero es peligroso generalizar, también
hay muchos chilenos amables y tolerantes.
-¿Cómo ha sido su experiencia profesional fuera de Chile. Ha ejercido, a qué se
dedica?
-Trabajé en una revista del Serkirk College e hice entrevistas para una
publicación anual de la misma institución. Fui colaboradora del diario de Castlegar.
Trabajé como intérprete para Cominco, una empresa canadiense que explotó minas en
España y cuyo personal debía aprender nuestro idioma. También lo hice para el Fondo
Humanitario, con sede en Toronto, donde traduje incluso para la Corte de Justicia. En el
Serkirk College he enseñado español por 26 años, lo mismo que en la dirección de
colegios Trail. Soy embajadora social del Selkirk College, en un trabajo temporal, para
recibir a los alumnos de habla castellana y traducir la clase introductoria. Me desempeño
como traductora independiente de documentos legales, declaraciones notariales, e incluso
cartas de amor (sí, no te rías).
-Cuál es el aporte fundamental que le brindó la Universidad . ¿Cómo la observa
en relación a los establecimientos educacionales que conoce?
-El Selkrik College y el Simon Fraser, en la Universidad de la Columbia Británica,
fueron los establecimientos donde estudiaron mis hijos y donde he trabajado. Este último
es muy parecido a la Universidad en el aspecto docente y de infraestructura, las
escaleras, el cemento, los árboles. Mis recuerdos eran muy vívidos y mi hija siempre lo
hacía notar. Mi Universidad ejerció una influencia muy positiva en mí. Cuando vuelvo a
Chile, y lo he hecho con toda mi familia, vamos al Barrio Universitario. Es como un
ritual. Mi hija Aimée, por ejemplo, entendió cuando lo conoció porque para mí es tan
importante el recuerdo de mi paso por la Universidad. He observado además, las múltiples
expresiones culturales que de ella emergen. Ninguna Universidad como la penquista podría
haberme, en ese tiempo, ayudado a madurar y definirme como persona. Por eso digo que ella
marcó mi vida.
-¿Cómo se siente en su país de adopción?
- Soy feliz en Canadá. Nunca imaginé quedarme allí para siempre, cuando en 1971
partí a visitar a mi hermana María Elena. Conocí a Mark que es un hombre magnífico,
sin el cual no me imagino vivir. Al comienzo lo hice con parchecuritas en el alma, por la
añoranza de la familia, de la patria. Dicen que se puede sacar al chileno de Chile, pero
no Chile del chileno. Es verdad. Canadá tiene otra cultura, otro clima y otra lengua. Yo
perdí mi país, mi apellido y mi lengua, pero mi elección de vida fue consciente, por mi
marido y mis hijos. Canadá es mi hogar, mi tierra, el lugar que disfruto y donde me
siento grata; Chile es mi primer amor, el que no se olvida ni se deja y al que siempre
vuelvo, sea en momentos dulces como amargos.