"Dr. no
dé más entrevistas" recomiendan poco amistosas las participantes en el Seminario
Educación para la no Violencia, al principal invitado internacional al evento que reunió
a centenares de profesores y apoderados de establecimientos focalizados por el ministerio
de Educación, en el edificio Diego Portales. Observan como el invitado de honor sacrifica
la hora del café y de paso les niega la posibilidad de seguir conversando o de firmar el
último de sus libros "Maltrato Infantil. Ecología Social: Prevención y
Reparación", editado por Galdoc. El Dr. Jorge Barudy Labrín (51 años, 3 hijos)
responde "ésta es una entrevista especial".
Reconocido internacionalmente como una autoridad en el tema violencia organizada y en
la reparación de las víctimas, la historia personal de este experto se inicia en
Limache, continúa en Concepción, se detiene en Puerto Saavedra y prosigue en Bruselas,
para culminar en Barcelona donde vive y ejerce docencia e investigación, sin dejar pasar
mucho tiempo en volver a la capital de Bélgica.
Es que allí funciona desde hace 20 años el Centro Médico Sicosocial para Refugiados
Políticos y Víctimas de la Violencia, que creó y actualmente dirige. Durante más de
dos décadas ha trabajado con exiliados provenientes de Chile, Medio Oriente, Ruanda,
Kosovo, Sarajevo ayudándolos a sobrellevar las experiencias vividas. Es un viajero
frecuente y conocedor de la triste realidad de la violencia en distintos continentes,
aparte de supervisar programas en Europa y América. Entre ellos el de Educación para la
No Violencia del ministerio de Educación.
Uno de los 9 hijos del recordado dirigente y defensor de los derechos humanos del mismo
nombre, Jorge Barudy llegó de Limache a estudiar Medicina a nuestra Universidad. Mediaba
la década del 60.
¿Cómo fue su etapa de estudiante?
Mi paso por la Universidad me marcó en distintos niveles. En lo personal me ayudó a
madurar. Asumí solo mi nueva vida, lejos de mi familia, como pensionista. En lo
universitario, estuvo esa notable interelación con mucha gente y la intredisciplinariedad
que ya era todo un signo. Finalmente la postura filosófica-humanista que emanaba de su
quehacer, donde impertaba la tolerancia, la solidaridad. Yo provenía de una familia
católica, por lo tanto fui militante activo de la Parroquia Universitaria. La Universidad
finalmente me abrió al mundo de las ideas y de la libertad y me enseñó a cuestionar mis
creencias. Fue allí también donde conocí a mi primera esposa, también siquiatra, la
Dra. Gloria Vásquez, quien actualmente ejerce en Tomé. Ella es la madre de mis tres
hijos, entre los que se incluye Jorge Barudy Vásquez, también médico, residente en
Bruselas.
¿A quienes de sus profesores recuerda especialmente?
Edgardo Enríquez, profesor de Anatomía fue importante en una Escuela pionera en
materia de Salud Pública; el Dr. Merino; el Dr. Recabarren, el Dr. Ennio Vivaldi, quien a
la entrega de conocimientos de su especialidad sumaba aportes en materia social. Los
médicos de aquella generación tenemos, cual más cual menos, una impronta dejada por
estos maestros, en el sentido de una apertura hacia lo social como el fin principal de
nuestra carrera. Tengo significativos recuerdos de compañeros de Facultad como Miguel
Enríquez, Bautista van Schowen, Luciano Cruz, nombres casi de leyenda. Pero estaba
también Arturo Hillerns, para mí una persona de excepción, entrañable, como un
hermano. Fue su entrega, como médico de zona en el sur de Chile, el que me motivó a irme
también como director General de Zona al Hospital de Puerto Saavedra.
¿Dónde obtiene usted su perfeccionamiento?
En una beca de especialización en siquiatría en Bélgica. Me interesé especialmente
en la siquiatría social influido por quien fue allí otro gran maestro, el profesor Franz
Baró, siquiatra social, una eminencia mundial en salud mental. Es así como hice una
maestría en sicoterapia y me especialicé en sicoterapia familiar y siquiatría infantil.
En 1980, en Bélgica se inicia el Programa Nacional para Prevenir el Maltrato Infantil, a
nivel gubernamental, y me invitan a formar parte en un proyecto piloto de 4 años. Fui
docente en la facultad de Medicina de la Universidad Católica de Lovaina, en el área
francesa. Desde hace 2 años vivo y ejerzo en Barcelona y soy docente de la facultad de
Sicología de la Universidad de Barcelona. Era una manera de retornar a mis raíces.
Los budistas dicen que sólo a quienes se les ha roto el corazón pueden ser
compasivos, bondadosos, derramar generosidad. ¿Es su caso?
El exilio en algunos casos rompe el corazón, te aleja de lo más querido, te prohíbe
volver. Desde que pude regresar me hice la promesa de dedicarle un mes al año a mi país.
Por eso vengo y participo en seminarios, simposios, encuentros, conferencias, porque
además tengo claro que puedo entregar una mirada diferente o renovada frente a problemas
que son eternos. Este es mi país y está en lo profundo de mis sentimientos. En lo
personal me sirve para descubrir espacios no contaminados por los denominados males de la
modernidad y aún provistos de aquellos valores en los cuales yo me formé: la
solidaridad, el compromiso con los demás, la preocupación por los que sufren y los que
tienen menos.
Mónica Silva Andrade