
Cuando pienso en esa etapa de mi vida universitaria siento que la Universidad de
Concepción no sólo fue mi cuna cultural y política, sino que se constituyó en una
especie de "invernadero cultural" muy rico para la gente de mi generación,
señala la Pedagoga en Inglés, Sonia Lavín Herrera, investigadora y experta en el tema
de la educación. Casada con el químico farmaceútico Edgardo Arrivé, también
profesional de la Universidad de Concepción, tiene un hijo, Juan Cristóbal.
Actual directora académica del Programa de Investigaciones Interdisciplinarias, PIIE,
de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, donde se desempeña desde 1992, es
autora de numerosas publicaciones de su especialidad y acaba de salir editado su libro
"El proyecto educativo institucional como herramienta de transformación de la vida
escolar" que escribió en coautoría con Silvia del Solar.
"Trabajar
e investigar en educación es un privilegio, se trata de satisfacer algo que está en la
esencia del ser humano, el acceder al conocimiento, especialmente cuando al comenzar el
siglo el conocimiento no se logra sólo en el aula, cuando el profesor es un puente entre
el alumno y su medio circundante, porque los saberes están en la vida cotidiana". |
¿Cómo recuerda su tiempo de estudiante universitaria?
-Ingresé sin una clara conciencia sobre lo que buscaba, el año 1957. Venía del
Colegio Inglés por lo que la única certeza era mi conocimiento del idioma. A poco entrar
encontré un ambiente propicio para el estudio, la cultura, la entretención, es decir
algo integral, con profesores de buen nivel que sabían lo suyo y un Rector de excepción.
Yo recuerdo a David Stitckin como un hombre del Renacimiento, un profesional inserto en la
cultura, de excelencia con un conocimiento político de excepción. Un hombre capaz de
hacer la vida más amable de quienes componíamos la comunidad universitaria. Mi
generación está marcada por las actividades culturales de excepción como el teatro, con
grandes e importantes figuras, el ballet, el coro, los libros, los encuentros culturales.
¿Quiénes fueron sus maestros en la facultad de Educación?
-Alguien que después en México, donde coincidimos, fue mi gran amigo, Galo Gómez
Oyarzún. Un hombre que conocía la historia y los problemas de la educación y que nos lo
entregaba con un enfoque muy formativo, Hugo Zemelmann, Marco Antonio Allendes, con su
maravillosa sensibilidad; Arturo Tienken, profesor de Literatura; el padre Amadeo Luco,
que nos enseñaba latín. Mientras que mis dos grandes amigas fueron también mis
compañeras María Luisa Hinrichsen y Patricia Urrizola; junto a María Teresa Hermansen y
Joy Rast, entre otras de mis compañeras.
¿Cómo llega usted a especializarse?
-Tuve claro cuando egresé que la pedagogía propiamente tal, es decir hacer clases, no
era lo mío. Empecé a tener una sensibilización especial con el tema de la educación
ligado a las políticas sociales, en el estudio y planificación de la educación. Mi
primer trabajo en esa línea fue en el Consejo de Rectores en un Programa de Asistencia
Técnica Internacional donde participaban gente como César Figuetti y Luciano Cabalá, ex
decanos de la Universidad de Concepción. Luego, a través del Ministerio de Educación
obtuve una beca de posgrado para formar planificadores educacionales. Esta se realizó en
Chile y trajeron expertos de Harvard y de la Unesco. Formé parte, entonces, de la primera
generación de especialistas. Luego vino mi partida no voluntaria a México, donde
permanecí dieciocho años.
¿Cuáles son las líneas centrales de su trabajo como investigadora?
-Mi trabajo se inscribe en dos líneas de acción. El desarrollo local de proyectos
sociales y educativos, valorando la capacidad de la comunidad para autogestionar sus
necesidades, apoyando a los grupos en su territorio y la gestión escolar dando cuenta de
lo central que es concebir la gestión como un articulador de la vida cotidiana de la
escuela.