VIAGRA

              ¿ REVOLUCION O CONTRARREVOLUCION?

 

                                                                                        Raúl E. Martínez M.

                                                                                                                 Doctor en Psicología

 

El citrato de sildenafil (denominación genérica del producto Viagra elaborado por Laboratorios Pfizer) ha sido proclamado por el "ala sexológica" de la urología como un medicamento revolucionario, la magnitud de cuyos efectos se anuncia comparable a la de la anticoncepción oral surgida a fines de la década de los sesenta. Algunos urólogos extremistas -afortunadamente escasos- bien podrían parodiar lo que alguien dijo refiriéndose al abultado apéndice de Cyrano de Bergerac, pero aludiendo ahora al pene: "érase un hombre a un falo pegado...". Para estos especialistas, el pene es un órgano cuyos procesos pueden aislarse aparentemente del funcionamiento global del individuo y ponerse al margen de su circunstancia vital. Por lo tanto, si Viagra anula la fosfodiesterasa 5, enzima natural que produce la flaccidez peneana, no sólo se mejora la vascularización del pene, sino que, dando un espectacular salto conceptual por supuesto fallido, se afirma que resultaría rescatada la "virilidad" y mejorada la autoestima del hombre, lo que conduciría a una recuperación de la masculinidad gravemente dañada por las exigencias femeninas. Si esta cadena de acontecimientos realmente ocurriese, obviamente estaríamos en presencia de una nueva revolución sexual que debiera aplaudirse sin reservas.

Sin embargo, un brevísimo análisis nos lleva a pensar que estamos afrontando una penosa contrarrevolución, a expensas del mayor gasto en salud del ciudadano objeto de la publicidad y con altos beneficios para una industria farmacéutica que por cierto no tiene ninguna obligación de proteger a quienes no lo hacen por voluntad propia. El hombre había ganado el derecho a ser más completo, alejándose del estereotipo del macho duro y responsable hasta el límite de sus fuerzas y habilidades, del cuidado -y también del placer sexual- de la mujer. Se iba percibiendo a sí mismo como bastante más que un pene erecto y eficiente y estaba accediendo al goce de la sensualidad y la sexualidad no exclusivamente genital.

            Como psicólogo, terapeuta sexual, no puedo estar más de acuerdo con el propósito de instruir, habilitar o rehabilitar a hombres y mujeres para que disfruten al máximo de una profunda y duradera sexualidad. En casi todos los casos de problemas y disfunciones sexuales, se deben investigar todos los factores causales o potenciadores, como el efecto directo de la diabetes, la hipertensión, etc. y el secundario de una multitud de medicamentos, pero especialmente averigüar las condiciones de vida que embrutecen los sentidos, generan fatiga excesiva y conducen a estados de estrés, ansiedad o depresión, impidiendo un encuentro relajado y amoroso de la pareja. De esta visión, muy diferente de la sostenida por los "peneólogos", deriva la exigencia de advertir y denunciar las circunstancias sociales y culturales de fondo que son el terreno de cultivo de las perturbaciones, a la par que intervenir terapéuticamente, en ocasiones de forma multidisciplinaria. De no actuar así, estaremos afirmando que las dificultades sexuales no son de las personas ni de sus relaciones con otros, sino sólo de algunos de sus apéndices en sentido literal y figurado.