PROCREACION Y CREENCIAS
ERRONEAS
Ya he descrito el efecto psicológico perturbador que produce el diagnóstico y el tratamiento de la infecundidad, y he afirmado que éste no debiera ser sufrido inevitablemente. Deseando aliviar la presión social indebida que se ejerce sobre las parejas infértiles, ahora deseo corregir dos de las principales creencias erróneas al respecto, dejando claramente establecido que no es mi ánimo reducir el valor de la maternidad y paternidad asumidas con plena convicción personal.
1er. error : "Existe un
poderoso instinto de reproducción que hace surgir naturalmente el deseo de tener
hijos".
Después de revisar estudios llevados a
cabo en diferentes grupos humanos primitivos que viven de forma más natural que los
civilizados, el psicólogo social Otto Klineberg (1954) concluye que "cuando se
desean hijos, suelen estar presentes diversas razones, muchas de ellas prácticas, por
ejemplo, contar con protección para la vejez o retener al esposo". Otra autora,
citada por Klineberg, cree que la existencia de leyes en todas partes del mundo que
castigan el aborto, el abandono de menores y el infanticido, son una prueba en contra de
un supuesto instinto maternal, lo cual también es válido para un posible instinto
paternal. En realidad, es la cultura la que de muchas formas y desde muy temprano en la
vida de las personas, insiste por la vía de una concientización permanente, en la
necesidad imperiosa de tener hijos, y como consecuencia no deseada condena al sufrimiento
a las parejas que no pueden concebir. Ellen Peck (1971) describe las muchas formas en que
en Estados Unidos de Norteamérica (y también hoy en nuestro medio) la industria
comercial saca provecho de los niños, mostrando una gama de productos y servicios
especiales para ellos, ligando la imagen de una "buena mujer" al hecho de ser
una "buena madre" que compra lo ofrecido. Actualmente, esta publicidad también
se dirige al hombre de manera creciente. Al margen de estas consideraciones sociales, cabe
agregar que la reproducción es el resultado "natural" e inevitable del
apareamiento de machos y hembras en las especies animales; sólo el ser humano puede darle
otro significado y sentido a la comunión sexual y afectiva.
2do. error : "El hombre y la
mujer infecundos son incompletos y defectuosos".
No es lógico partir de la base de una
condición biológica muy específica como es la infecundidad reproductiva, para calificar
al ser humano en su totalidad. Ni el hombre ni la mujer pueden ser valorados en función
de un hecho que ocurre fuera de su control; el embarazo y el hijo que nace son, en sentido
estricto, productos del azar. El ser humano, resultado culminante de una larga evolución
que lo distingue del resto de los animales, debe ser apreciado por los logros de su
inteligencia, sus sentimientos y acciones y no por lo que suceda en su cuerpo al margen de
su voluntad. Hacerlo de otra forma es rebajar la calidad humana, situándola al nivel de
las especies inferiores que sin poder reflexionar ni decidir, siguen los designios ciegos
de la naturaleza.
Una vez corregidas las dos creencias erróneas
fundamentales comentadas, queda en evidencia la libertad de la pareja para optar por tener
pocos o muchos hijos, más temprano o más tarde o incluso no tenerlos, siendo esta
última decisión tanto o más válida y legítimamente humana que la de procrear.
Continuaré refiriéndome a esta
posibilidad.