OBJETIVOS DE LA SEXUALIDAD HUMANA

                                                                                                                Dr. Raúl E. Martínez M.

El ser humano se caracteriza y diferencia de las especies inferiores por la extraordinaria flexibilidad de sus recursos adaptativos y por el sentido creativo que puede imponer a los impulsos más básicos, de tal forma que conductas originadas en la satisfacción de ciertas necesidades, llegan a ser medios para el logro de otros propósitos. Así por ejemplo, la necesidad de ingresar alimentos al organismo es satisfecha por medio de la actividad esencialmente muy sencilla de comer. Sin embargo, esta conducta ha dado origen a las artes de la habilidad culinaria y la degustación, además de servir al propósito de establecer relaciones sociales y disfrutarlas. Cuando las personas se invitan a comer no están pensando en compartir esfuerzos para una cacería, ni en saciar el hambre ni en reponer energías, sino en establecer las condiciones para que la conversación y el mutuo conocimiento fortalezcan las bases de un vínculo de confianza y amistad o suavicen el camino de negociaciones y acuerdos económicos. El beneficio obtenido (social) ocurre en un plano muy distinto al de la necesidad original (alimento). En lo que respecta al sexo, cualquier actividad de cortejo o copulación puede encaminarse al logro de diversos objetivos al mismo tiempo o de modo sucesivo: la procreación, la formación de pareja, el mantenimiento del vínculo como base de la crianza de los hijos, el placer, etc. Esta multifuncionalidad de la conducta sexual explica su aparición en las circunstancias más disímiles, tanto en aquéllas que la exigen como sería el caso de la procreación, como en otras cuando pareciera que no se justifica.

Algunos han afirmado que la reproducción es la función primordial de la sexualidad, que debiera ser mantenida y protegida. En la posición más extrema de esta idea se encuentran quienes se oponen a ultranza al control anticonceptivo aludiendo normalmente a razones morales y a cuestiones de "derecho natural". Nos parece que la defensa irrestricta de esta función única o preferente de la sexualidad, la reduce a su ámbito más primitivo y menos humano, lo cual no implica un juicio de valor sino sólo una constatación de hechos, puesto que sin duda en el resto de las especies el ejercicio sexual tiene sólo un fin reproductivo. Un segundo objetivo de la interacción sexual es la formación de la pareja, siendo un hecho que ésta se beneficia del intenso placer que tiene lugar en la relación física de dos personas que se avienen sexualmente, lo cual va en la línea de la fuerte tendencia a la monogamia manifestada en la gran mayoría de las culturas humanas (a pesar de la frecuente infidelidad). El mantenimiento del vínculo es un tercer resultado de las conductas sexuales interpersonales, el que lamentablemente es fácilmente afectado por la habituación y el aburrimiento derivado de la rutina en que se sume la mayoría de las parejas estables, y por el ataque certero y constante de abundantes ofertas sexuales nuevas de un entorno social cada vez más tolerante y permisivo. No deja de ser penoso constatar que el mantenimiento del vínculo por intermediación del sexo, no compromete tan intensamente a los protagonistas como la función de la formación de pareja, para la cual el ardor sexual inicial es de primerísima importancia.

También el sexo puede estar al servicio de un impulso de exploración y búsqueda de conocimiento, y en tal caso aporta condiciones favorables al enriquecimiento del placer en la relación de pareja, aunque igualmente representa un riesgo para la pareja estable en la medida que tal exploración se concreta con una pareja casual en el curso de una infidelidad.

El ejercicio de la prostitución ilustra un claro objetivo de ganancia económica por medio de la oferta sexual directa, y de representaciones ritualizadas o teatrales del cortejo y actos precopularios en el caso de una bailarina erótica. Este objetivo económico no es totalmente ajeno a algunos arreglos matrimoniales en los que la mujer ofrece el sexo como moneda de cambio, con tal que el hombre le brinde respaldo y seguridad financiera. Esther Vilar (1995), que se ha caracterizado por una especial simpatía por el hombre, que ella entiende ha vivido sometido a los abusos de la mujer, plantea ácidamente: "El matrimonio, más que un acto de amor, es un contrato con presupuestos escandalosos, por no decir inmorales: significa que una mujer concede el uso exclusivo de su sexualidad a un hombre a cambio de que éste le dedique los frutos de su fuerza de trabajo". Hemos hecho espacio a esta sentencia, más que nada con el ánimo de incitar a la discusión y sacándola ex profeso de contexto, pues actualmente un número creciente de mujeres puede sobrevivir y medrar sin el apoyo de un hombre. Demás está decir que su perspectiva le ha acarreado a Esther Vilar las más violentas y además justas iras de las mujeres con un enfoque equitativo de la relación de pareja, pero también las menos autorizadas de otras que al parecer se han visto reflejadas en sus palabras.

El sexo puede también manifestar el afán de dominar, tal como ocurre en un extremo en la violación o algo menos dramáticamente y de forma convenida en los juegos sadomasoquistas. Dice Morris (1970) que un hombre puede copular con una mujer primariamente para reforzar su ego masculino, más que para lograr cualquier otro objetivo (procreación, formación de pareja, etc.) En tales casos, el hombre habla de hacer una "conquista", como si hubiera estado librando una batalla en vez de hacer el amor, y es así que alardear ante otros hombres constituye una parte importante del sexo asociado al poder, pues se está más interesado en lucir a la mujer que en ninguna otra cosa. Creemos que es suficientemente obvio, como para que no se justifique ahondar en el tema, que las conductas sexuales de hombres y mujeres pueden utilizarse con el propósito de obtener una condición ventajosa que permita estar al mando de la toma de decisiones, independientemente de en qué ámbitos de vida o respecto a qué asuntos se ejercite tal control. Morris destaca el planteamiento masculino agresivo de la dominación; nos parece que contribuye al equilibrio del juicio mencionar el modo pasivo femenino que pudiera resumirse señalando que el hombre debe admitir aún a regañadientes que es muy frecuentemente dirigido, "eligiendo" hacer lo que la mujer estimula y permite.

Creemos que las manifestaciones de la sexualidad sirven a muchos más propósitos que los apuntados por Morris, Vilar u otros autores. El sexo puede así percibirse como un juego, un desafío a la capacidad personal para resolver problemas, un trabajo, etc., y de este modo los intercambios sexuales son en su esencia no más que "relaciones sociales" divertidas, preocupantes, fatigosas, etc. A nuestro entender el sexo es un vehículo comunicativo de las necesidades e intereses humanos al servicio del establecimiento de relaciones interpersonales de muy variadas características y extensiones de tiempo. Pensamos que quizás muchos de los problemas que ocurren en el ámbito de las relaciones sexuales sean de índole social no sexual, que deriven del mutuo desconocimiento de los significados individuales adscritos al sexo, puesto que las personas tienden a suscribir las funciones típicas y estereotipadas que se le asocian, tales como expresar amor, compañía, consideración, ternura, etc., sin examinar las propias necesidades, muy particulares, que intentan satisfacer por medio de un encuentro sexual.