LIMITACIONES DEL SEXO AMOROSO

                                                                                                                        Raúl E. Martínez M.

                                                                                                            Doctor en Psicología

 

        Por mucho tiempo la sexualidad humana estuvo al servicio exclusivo de los ciegos designios reproductivos de la naturaleza, los mismos obligatorios para las especies inferiores. Se produjo un cambio muy importante cuando comenzó a pensarse que el sexo justificaba su existencia si acompañaba al amor, sentimiento de una cualidad especialmente valiosa. Se dio otro paso mayor y más resistido cuando se afirmó que en ocasiones el único objetivo de la expresión sexual podía ser el placer mutuo y la comunicación afectiva, sin más embellecimientos seudoespirituales.

    En diferentes ocasiones he sugerido que, siendo la sexualidad humana la forma de expresión más personal y auténtica de cada individuo, debiera aceptarse que en ocasiones se manifieste como parte de o junto a diversos estados emocionales y afectivos, no sólo gratos (amor, ternura) sino también ingratos (temor, pena, ira) que, sin embargo, pueden estar a la base de un potente vínculo interpersonal. He recordado entre otras evidencias, que el grupo de investigación de A. Kinsey descubrió en la década del 50 que durante la ira y el miedo aparece un 71% de las mismas reacciones fisiológicas que ocurren durante la excitación sexual (aceleración del pulso, irregularidad y aumento de la frecuencia respiratoria, aumento de la tensión y la fuerza muscular, inhibición de la actividad gastrointestinal,etc.)

         Esta ampliación de la experiencia sexual no debiera ser temida, si entendemos que ocurriría en una relación de pareja en la que predominasen los sentimientos de afecto y consideración mutuos, pero con presencia ocasional de otras emociones adversas. Por una creencia errónea a mi entender, en muchas ocasiones la pareja se priva de reencontrarse en la sexualidad compartida porque no cumplen el "requisito" aparentemente indispensable de estar con ánimo festivo, relajado o amoroso.

Si dejásemos de sostener que el sexo sólo es legítimo y sano cuando va acompañado de tales estados emocionales, podríamos permitirnos el surgimiento del deseo o la excitación a pesar de algún grado de ira (como ocurre en los celos) o al momento de experimentar una pena (como acontece cuando uno de los miembros de una pareja está pasando por un mal momento). Una conducta sexual puede por lo tanto ser "amorosa" y transcurrir con caricias delicadas y tiernas, pero también podría conllevar algún grado de enojo y desarrollarse de modo menos suave, o bien, podrá ser pasiva si comunica una pena (aunque no rechazo), en cuyo caso se cederá al otro la mayor responsabilidad del acercamiento, la excitación y la acogida tranquilizadora. Independientemente del estado emocional predominante, cada una de estas relaciones sexuales representará la unión profunda de dos personas que comparten plenamente una porción de su variada y auténtica vivencia humana.