(XXII) Hemos partido de los presupuestos de la Economía
Política. Hemos aceptado su terminología y sus leyes. Damos
por supuestas la propiedad privada, la separación del trabajo, capital
y tierra, y la de salario, beneficio del capital y renta de la tierra;
admitamos la división del trabajo, la competencia, el concepto de
valor de cambio, etc. Con la misma Economía Política, con
sus mismas palabras, hemos demostrado que el trabajador queda rebajado
a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías;
que la miseria del obrero está en razón inversa de la potencia
y magnitud de su producción; que el resultado necesario de la competencia
es la acumulación del capital en pocas manos, es decir, la más
terrible reconstitución de los monopolios; que, por último,
desaparece la diferencia entre capitalistas y terratenientes, entre campesino
y obrero fabril, y la sociedad toda ha de quedar dividida en las dos clases
de propietarios y obreros desposeídos.
La Economía Política parte del hecho de
la propiedad privada, pero no lo explica. Capta el proceso material de
la propiedad privada, que ésta recorre en la realidad, con fórmulas
abstractas y generales a las que luego presta valor de ley. No comprende
estas leyes, es decir, no prueba cómo proceden de la esencia de
la propiedad privada. La Economía Política no nos proporciona
ninguna explicación sobre el fundamento de la división de
trabajo y capital, de capital y tierra. Cuando determina, por ejemplo,
la relación entre beneficio del capital y salario, acepta como fundamento
último el interés del capitalista; en otras palabras, parte
de aquello que debería explicar. Otro tanto ocurre con la competencia,
explicada siempre por circunstancias externas. En qué medida estas
circunstancias externas y aparentemente causales son sólo expresión
de un desarrollo necesario, es algo sobre lo que la Economía Política
nada nos dice. Hemos visto cómo para ella hasta el intercambio mismo
aparece como un hecho ocasional. Las únicas ruedas que la Economía
Política pone en movimiento son la codicia y la guerra entre los
codiciosos, la competencia.
Justamente porque la Economía Política
no comprende la coherencia del movimiento, pudo, por ejemplo, oponer la
teoría de la competencia a la del monopolio, la de la libre empresa
a la de la corporación, la de la división de la tierra a
la del gran latifundio, pues competencia, libertad de empresa y división
de la tierra fueron comprendidas y estudiadas sólo como consecuencias
casuales, deliberadas e impuestas por la fuerza del monopolio, la corporación
y la propiedad feudal, y no como sus resultados necesarios, inevitables
y naturales.
Nuestra tarea es ahora, por tanto, la de comprender la
conexión esencial entre la propiedad privada, la codicia, la separación
de trabajo, capital y tierra, la de intercambio y competencia, valor y
desvalorización del hombre, monopolio y competencia; tenemos que
comprender la conexión de toda esta enajenación con el sistema
monetario.
No nos coloquemos, como el economista cuando quiere explicar
algo, en una imaginaria situación primitiva. Tal situación
primitiva no explica nada, simplemente traslada la cuestión a una
lejanía nebulosa y grisácea. Supone como hecho, como acontecimiento,
lo que debería deducir, esto es, la relación necesaria entre
dos cosas, por ejemplo, entre división del trabajo e intercambio.
Así es también como la teología explica el origen
del mal por el pecado original: dando por supuesto como hecho, como historia,
aquello que debe explicar.
Nosotros partimos de un hecho económico, actual.
El obrero es más pobre cuanta más riqueza
produce, cuanto más crece su producción en potencia y en
volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más
barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización
del mundo humano crece en razón directa de la valorización
del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías;
se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía,
y justamente en la proporción en que produce mercancías en
general.
Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto:
el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él
como un ser extraño, como un poder independiente del productor.
El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que
se ha hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo. La
realización del trabajo es su objetivación. Esta realización
del trabajo aparece en el estadio de la Economía Política
como desrealización del trabajador, la objetivación como
pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropiación
como extrañamiento, como enajenación.
Hasta tal punto aparece la realización del trabajo
como desrealización del trabajador, que éste es desrealizado
hasta llegar a la muerte por inanición. La objetivación aparece
hasta tal punto como pérdida del objeto que el trabajador se ve
privado de los objetos más necesarios no sólo para la vida,
sino incluso para el trabajo. Es más, el trabajo mismo se convierte
en un objeto del que el trabajador sólo puede apoderarse con el
mayor esfuerzo y las más extraordinarias interrupciones. La apropiación
del objeto aparece en tal medida como extrañamiento, que cuantos
más objetos produce el trabajador, tantos menos alcanza a poseer
y tanto más sujeto queda a la dominación de su producto,
es decir, del capital.
Todas estas consecuencias están determinadas por
el hecho de que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo
como un objeto extraño. Partiendo de este supuesto, es evidente
que cuanto más se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más
poderoso es el mundo extraño, objetivo que crea frente a sí,
y tanto más pobres son él mismo y su mundo interior, tanto
menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la religión.
Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí
mismo. El trabajador pone su vida en el objeto, pero a partir de entonces
ya no le pertenece a él, sino al objeto. Cuanto mayor es la actividad,
tanto más carece de objetos el trabajador. Lo que es el producto
de su trabajo, no lo es él. Cuanto mayor es, pues, este producto,
tanto más insignificante es el trabajador. La enajenación
del trabajador en su producto significa no solamente que su trabajo se
convierte en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera
de él, independiente, extraño, que se convierte en un poder
independiente frente a él; que la vida que ha prestado al objeto
se le enfrenta como cosa extraña y hostil.
(XXIII) Consideraremos ahora más de cerca
la objetivación, la producción del trabajador, y en ella
el extrañamiento, la pérdida del objeto, de su producto.
El trabajador no puede crear nada sin la naturaleza,
sin el mundo exterior sensible. Esta es la materia en que su trabajo se
realiza, en la que obra, en la que y con la que produce.
Pero así como la naturaleza ofrece al trabajo
medios de vida, en el sentido de que el trabajo no puede vivir sin objetos
sobre los que ejercerse, así, de otro lado, ofrece también
víveres en sentido estricto, es decir, medios para la subsistencia
del trabajador mismo.
En consecuencia, cuanto más se apropia el trabajador
el mundo exterior, la naturaleza sensible, por medio de su trabajo, tanto
más se priva de víveres en este doble sentido; en primer
lugar, porque el mundo exterior sensible cesa de ser, en creciente medida,
un objeto perteneciente a su trabajo, un medio de vida de su trabajo; en
segundo término, porque este mismo mundo deja de representar cada
vez más pronunciadamente, víveres en sentido inmediato, medios
para la subsistencia física del trabajador.
El trabajador se convierte en siervo de su objeto en
un doble sentido: primeramente porque recibe un objeto de trabajo, es decir,
porque recibe trabajo; en segundo lugar porque recibe medios de subsistencia.
Es decir, en primer término porque puede existir como trabajador,
en segundo término porque puede existir como sujeto físico.
El colmo de esta servidumbre es que ya sólo en cuanto trabajador
puede mantenerse como sujeto físico y que sólo como sujeto
físico es ya trabajador.
(La enajenación del trabajador en su objeto se
expresa, según las leyes económicas, de la siguiente forma:
cuanto más produce el trabajador, tanto menos ha de consumir; cuanto
más valores crea, tanto más sin valor, tanto más indigno
es él; cuanto más elaborado su producto, tanto más
deforme el trabajador; cuanto más civilizado su objeto, tanto más
bárbaro el trabajador; cuanto más rico espiritualmente se
hace el trabajo, tanto más desespiritualizado y ligado a la naturaleza
queda el trabajador).
La Economía Política oculta la enajenación
esencial del trabajo porque no considera la relación inmediata entre
el trabajador (el trabajo) y la producción.
Ciertamente, el trabajo produce maravillas para los ricos,
pero produce privaciones para el trabajador. Produce palacios, pero para
el trabajador chozas. Produce belleza, pero deformidades para el trabajador.
Sustituye el trabajo por máquinas, pero arroja una parte de los
trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte en máquinas
a la otra parte. Produce espíritu, pero origina estupidez y cretinismo
para el trabajador.
La relación inmediata del trabajo y su producto
es la relación del trabajador y el objeto de su producción.
La relación del acaudalado con el objeto de la producción
y con la producción misma es sólo una consecuencia de esta
primera relación y la confirma. Consideraremos más tarde
este otro aspecto.
Cuando preguntamos, por tanto, cuál es la relación
esencial del trabajo, preguntamos por la relación entre el trabajador
y la producción.
Hasta ahora hemos considerado el extrañamiento,
la enajenación del trabajador, sólo en un aspecto, concretamente
en su relación con el producto de su trabajo. Pero el extrañamiento
no se muestra sólo en el resultado, sino en el acto de la producción,
dentro de la actividad productiva misma. ¿Cómo podría
el trabajador enfrentarse con el producto de su actividad como con algo
extraño si en el acto mismo de la producción no se hiciese
ya ajeno a sí mismo? El producto no es más que el resumen
de la actividad, de la producción. Por tanto, si el producto del
trabajo es la enajenación, la producción misma ha de ser
la enajenación activa, la enajenación de la actividad; la
actividad de la enajenación. En el extrañamiento del producto
del trabajo no hace más que resumirse el extrañamiento, la
enajenación en la actividad del trabajo mismo.
¿En qué consiste, entonces, la enajenación
del trabajo?
Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador,
es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no
se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no
desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que
mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador
sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera
de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja
no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino
forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad,
sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo.
Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de
que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier
otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo, el
trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de
ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra
la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro,
que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece
a sí mismo, sino a otro. Así como en la religión la
actividad propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón
humanos, actúa sobre el individuo independientemente de él,
es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica,
así también la actividad del trabajador no es su propia actividad.
Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo.
De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo
se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar,
y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío,
y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se
convierte en lo humano y lo humano en lo animal.
Comer, beber y engendrar, etc., son realmente también
auténticas funciones humanas. Pero en la abstracción que
las separa del ámbito restante de la actividad humana y las convierte
en un fin único y último son animales.
Hemos considerado el acto de la enajenación de
la actividad humana práctica, del trabajo, en dos aspectos: 1) la
relación del trabajador con el producto del trabajo como con un
objeto ajeno y que lo domina. Esta relación es, al mismo tiempo,
la relación con el mundo exterior sensible, con los objetos naturales,
como con un mundo extraño para él y que se le enfrenta con
hostilidad; 2) la relación del trabajo con el acto de la producción
dentro del trabajo. Esta relación es la relación del trabajador
con su propia actividad, como con una actividad extraña, que no
le pertenece, la acción como pasión, la fuerza como impotencia,
la generación como castración, la propia energía física
y espiritual del trabajador, su vida personal (pues qué es la vida
sino actividad) como una actividad que no le pertenece, independientemente
de él, dirigida contra él. La enajenación respecto
de sí mismo como, en el primer caso, la enajenación respecto
de la cosa.
(XXIV) Aún hemos de extraer de las dos anteriores
una tercera determinación del trabajo enajenado.
El hombre es un ser genérico no sólo porque
en la teoría y en la práctica toma como objeto suyo el género,
tanto el suyo propio como el de las demás cosas, sino también,
y esto no es más que otra expresión para lo mismo, porque
se relaciona consigo mismo como el género actual, viviente, porque
se relaciona consigo mismo como un ser universal y por eso libre.
La vida genérica, tanto en el hombre como en el
animal, consiste físicamente, en primer lugar, en que el hombre
(como el animal) vive de la naturaleza inorgánica, y cuanto más
universal es el hombre que el animal, tanto más universal es el
ámbito de la naturaleza inorgánica de la que vive. Así
como las plantas, los animales, las piedras, el aire, la luz, etc., constituyen
teóricamente una parte de la conciencia humana, en parte como objetos
de la conciencia natural, en parte como objetos del arte (su naturaleza
inorgánica espiritual, los medios de subsistencia espiritual que
él ha de preparar para el goce y asimilación), así
también constituyen prácticamente una parte de la vida y
de la actividad humana. Físicamente, el hombre vive sólo
de estos productos naturales, aparezcan en forma de alimentación,
calefacción, vestido, vivienda, etc. La universalidad del hombre
aparece en la práctica justamente en la universalidad que hace de
la naturaleza toda su cuerpo inorgánico, tanto por ser (1) un medio
de subsistencia inmediato, como por ser (2) la materia, el objeto y el
instrumento de su actividad vital. La naturaleza es el cuerpo inorgánico
del hombre; la naturaleza, en cuanto ella misma, no es cuerpo humano. Que
el hombre vive de la naturaleza quiere decir que la naturaleza es su cuerpo,
con la cual ha de mantenerse en proceso continuo para no morir. Que la
vida física y espiritual del hombre está ligada con la naturaleza
no tiene otro sentido que el de que la naturaleza está ligada consigo
misma, pues el hombre es una parte de la naturaleza.
Como quiera que el trabajo enajenado (1) convierte a
la naturaleza en algo ajeno al hombre, (2) lo hace ajeno de sí mismo,
de su propia función activa, de su actividad vital, también
hace del género algo ajeno al hombre; hace que para él la
vida genérica se convierta en medio de la vida individual. En primer
lugar hace extrañas entre sí la vida genérica y la
vida individual; en segundo término convierte a la primera, en abstracto,
en fin de la última, igualmente en su forma extrañada y abstracta.
Pues, en primer término, el trabajo, la actividad
vital, la vida productiva misma, aparece ante el hombre sólo como
un medio para la satisfacción de una necesidad, de la necesidad
de mantener la existencia física. La vida productiva es, sin embargo,
la vida genérica. Es la vida que crea vida. En la forma de la actividad
vital reside el carácter dado de una especie, su carácter
genérico, y la actividad libre, consciente, es el carácter
genérico del hombre. La vida misma aparece sólo como medio
de vida.
El animal es inmediatamente uno con su actividad vital.
No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad vital
misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente.
No es una determinación con la que el hombre se funda inmediatamente.
La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la
actividad vital animal. Justamente, y sólo por ello, es él
un ser genérico. O, dicho de otra forma, sólo es ser consciente,
es decir, sólo es su propia vida objeto para él, porque es
un ser genérico. Sólo por ello es su actividad libre. El
trabajo enajenado invierte la relación, de manera que el hombre,
precisamente por ser un ser consciente, hace de su actividad vital, de
su esencia, un simple medio para su existencia.
La producción práctica de un mundo objetivo,
la elaboración de la naturaleza inorgánica, es la afirmación
del hombre como un ser genérico consciente, es decir, la afirmación
de un ser que se relaciona con el género como con su propia esencia
o que se relaciona consigo mismo como ser genérico. Es cierto que
también el animal produce. Se construye un nido, viviendas, como
las abejas, los castores, las hormigas, etc. Pero produce únicamente
lo que necesita inmediatamente para sí o para su prole; produce
unilateralmente, mientras que el hombre produce universalmente; produce
únicamente por mandato de la necesidad física inmediata,
mientras que el hombre produce incluso libre de la necesidad física
y sólo produce realmente liberado de ella; el animal se produce
sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce la naturaleza
entera; el producto del animal pertenece inmediatamente a su cuerpo físico,
mientras que el hombre se enfrenta libremente a su producto. El animal
forma únicamente según la necesidad y la medida de la especie
a la que pertenece, mientras que el hombre sabe producir según la
medida de cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la medida
que le es inherente; por ello el hombre crea también según
las leyes de la belleza.
Por eso precisamente es sólo en la elaboración
del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico.
Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella
aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo
es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre,
pues éste se desdobla no sólo intelectualmente, como en la
conciencia, sino activa y realmente, y se completa a sí mismo en
un mundo creado por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar
al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica,
su real objetividad genérica, y transforma su ventaja respecto del
animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico,
de la naturaleza. Del mismo modo, al degradar la actividad propia, la actividad
libre, a la condición de medio, hace el trabajo enajenado de la
vida genérica del hombre un medio para su existencia física.
Mediante la enajenación, la conciencia del hombre
que el hombre tiene de su género se transforma, pues, de tal manera
que la vida genérica se convierte en él en simple medio.
El trabajo enajenado, por tanto:
3) Hace del ser genérico del hombre, tanto de
la naturaleza como de sus facultades espirituales genéricas, un
ser ajeno para él, un medio de existencia individual. Hace extraños
al hombre su propio cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia
espiritual, su esencia humana.
4) Una consecuencia inmediata del hecho de estar enajenado
el hombre del producto de su trabajo, de su actividad vital, de su ser
genérico, es la enajenación del hombre respecto del hombre.
Si el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro.
Lo que es válido respecto de la relación del hombre con su
trabajo, con el producto de su trabajo y consigo mismo, vale también
para la relación del hombre con el otro y con el trabajo y el producto
del trabajo del otro.
En general, la afirmación de que el hombre está
enajenado de su ser genérico quiere decir que un hombre está
enajenado del otro, como cada uno de ellos está enajenado de la
esencia humana.
La enajenación del hombre y, en general, toda
relación del hombre consigo mismo, sólo encuentra realización
y expresión verdaderas en la relación en que el hombre está
con el otro.
En la relación del trabajo enajenado, cada hombre
considera, pues, a los demás según la medida y la relación
en la que él se encuentra consigo mismo en cuanto trabajador.
(XXV) Hemos partido de un hecho económico, el extrañamiento
entre el trabajador y su producción. Hemos expuesto el concepto
de este hecho: el trabajo enajenado, extrañado. Hemos analizado
este concepto, es decir, hemos analizado simplemente un hecho económico.
Veamos ahora cómo ha de exponerse y representarse
en la realidad el concepto del trabajo enajenado, extrañado.
Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta
como un poder extraño, entonces ¿a quién pertenece?
Si mi propia actividad no me pertenece; si es una actividad
ajena, forzada, ¿a quién pertenece entonces?
A un ser otro que yo.
¿Quién es ese ser?
¿Los dioses? Cierto que en los primeros tiempos
la producción principal, por ejemplo, la construcción de
templos, etc., en Egipto, India, Méjico, aparece al servicio de
los dioses, como también a los dioses pertenece el producto. Pero
los dioses por sí solos no fueron nunca los dueños del trabajo.
Aún menos de la naturaleza. Qué contradictorio sería
que cuando más subyuga el hombre a la naturaleza mediante su trabajo,
cuando más superfluos vienen a resultar los milagros de los dioses
en razón de los milagros de la industria, tuviese que renunciar
el hombre, por amor de estos poderes, a la alegría de la producción
y al goce del producto.
El ser extraño al que pertenecen el trabajo y
el producto del trabajo, a cuyo servicio está aquél y para
cuyo placer sirve éste, solamente puede ser el hombre mismo.
Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador,
si es frente a él un poder extraño, esto sólo es posible
porque pertenece a otro hombre que no es el trabajador. Si su actividad
es para él dolor, ha de ser goce y alegría vital de otro.
Ni los dioses, ni la naturaleza, sino sólo el hombre mismo puede
ser este poder extraño sobre los hombres.
Recuérdese la afirmación antes hecha de
que la relación del hombre consigo mismo únicamente es para
él objetiva y real a través de su relación con los
otros hombres. Si él, pues, se relaciona con el producto de su trabajo,
con su trabajo objetivado, como con un objeto poderoso, independiente de
él, hostil, extraño, se está relacionando con él
de forma que otro hombre independiente de él, poderoso, hostil,
extraño a él, es el dueño de este objeto. Si él
se relaciona con su actividad como con una actividad no libre, se está
relacionando con ella como con la actividad al servicio de otro, bajo las
órdenes, la compulsión y el yugo de otro.
Toda enajenación del hombre respecto de sí
mismo y de la naturaleza aparece en la relación que él presume
entre él, la naturaleza y los otros hombres distintos de él.
Por eso la autoenajenación religiosa aparece necesariamente en la
relación del laico con el sacerdote, o también, puesto que
aquí se trata del mundo intelectual, con un mediador, etc. En el
mundo práctico, real, el extrañamiento de sí sólo
puede manifestarse mediante la relación práctica, real, con
los otros hombres. El medio mismo por el que el extrañamiento se
opera en un medio práctico. En consecuencia mediante el trabajo
enajenado no sólo produce el hombre su relación con el objeto
y con el acto de la propia producción como con poderes que le son
extraños y hostiles, sino también la relación en la
que los otros hombres se encuentran con su producto y la relación
en la que él está con estos otros hombres. De la misma manera
que hace de su propia producción su desrealización, su castigo;
de su propio producto su pérdida, un producto que no le pertenece,
y así también crea el dominio de quien no produce sobre la
producción y el producto. Al enajenarse de su propia actividad posesiona
al extraño de la actividad que no le es propia.
Hasta ahora hemos considerado la relación sólo
desde el lado del trabajador; la consideramos más tarde también
desde el lado del no trabajador.
Así, pues, mediante el trabajo enajenado crea
el trabajador la relación de este trabajo con un hombre que está
fuera del trabajo y le es extraño. La relación del trabajador
con el trabajo engendra la relación de éste con el del capitalista
o como quiera llamarse al patrono del trabajo. La propiedad privada es,
pues, el producto, el resultado, la consecuencia necesaria del trabajo
enajenado, de la relación externa del trabajador con la naturaleza
y consigo mismo.
Partiendo de la Economía Política hemos
llegado, ciertamente, al concepto del trabajo enajenado (de la vida enajenada)
como resultado del movimiento de la propiedad privada. Pero el análisis
de este concepto muestra que, aunque la propiedad privada aparece como
fundamento, como causa del trabajo enajenado, es más bien una consecuencia
del mismo, del mismo modo que los dioses no son originariamente la causa,
sino el efecto de la confusión del entendimiento humano. Esta relación
se transforma después en una interacción recíproca.
Sólo en el último punto culminante de su
desarrollo descubre la propiedad privada de nuevo su secreto, es decir,
en primer lugar que es el producto del trabajo enajenado, y en segundo
término que es el medio por el cual el trabajo se enajena, la realización
de esta enajenación.
Este desarrollo ilumina al mismo tiempo diversas colisiones
no resueltas hasta ahora.
1) La Economía Política parte del trabajo
como del alma verdadera de la producción y, sin embargo, no le da
nada al trabajo y todo a la propiedad privada. Partiendo de esta contradicción
ha fallado Proudhon en favor del trabajo y contra la propiedad privada.
Nosotros, sin embargo, comprendemos, que esta aparente contradicción
es la contradicción del trabajo enajenado consigo mismo y que la
Economía Política simplemente ha expresado las leyes de este
trabajo enajenado.
Comprendemos también por esto que salario y propiedad
privada son idénticos, pues el salario que paga el producto, el
objeto del trabajo, el trabajo mismo, es sólo una consecuencia necesaria
de la enajenación del trabajo; en el salario el trabajo no aparece
como un fin en sí, sino como un servidor del salario. Detallaremos
esto más tarde. Limitándonos a extraer ahora algunas consecuencias
.
(XXVI) Un alza forzada de los salarios, prescindiendo
de todas las demás dificultades (prescindiendo de que, por tratarse
de una anomalía, sólo mediante la fuerza podría ser
mantenida), no sería, por tanto, más que una mejor remuneración
de los esclavos, y no conquistaría, ni para el trabajador, ni para
el trabajo su vocación y su dignidad humanas.
Incluso la igualdad de salarios, como pide Proudhon,
no hace más que transformar la relación del trabajador actual
con su trabajo en la relación de todos los hombres con el trabajo.
La sociedad es comprendida entonces como capitalista abstracto.
El salario es una consecuencia inmediata del trabajo
enajenado y el trabajo enajenado es la causa inmediata de la propiedad
privada. Al desaparecer un término debe también, por esto,
desaparecer el otro.
2) De la relación del trabajo enajenado con la
propiedad privada se sigue, además, que la emancipación de
la sociedad de la propiedad privada, etc., de la servidumbre, se expresa
en la forma política de la emancipación de los trabajadores,
no como si se tratase sólo de la emancipación de éstos,
sino porque su emancipación entraña la emancipación
humana general; y esto es así porque toda la servidumbre humana
está encerrada en la relación del trabajador con la producción,
y todas las relaciones serviles son sólo modificaciones y consecuencias
de esta relación.
Así como mediante el análisis hemos encontrado
el concepto de propiedad privada partiendo del concepto de trabajo enajenado,
extrañado, así también podrán desarrollarse
con ayuda de estos dos factores todas las categorías económicas
y encontraremos en cada una de estas categorías, por ejemplo, el
tráfico, la competencia, el capital, el dinero, solamente una expresión
determinada, desarrollada, de aquellos primeros fundamentos.
Antes de considerar esta estructuración, sin embargo,
tratemos de resolver dos cuestiones.
1) Determinar la esencia general de la propiedad privada,
evidenciada como resultado del trabajo enajenado, en su relación
con la propiedad verdaderamente humana y social.
2) Hemos aceptado el extrañamiento del trabajo,
su enajenación, como un hecho y hemos realizado este hecho. Ahora
nos preguntamos ¿cómo llega el hombre a enajenar, a extrañar
su trabajo? ¿Cómo se fundamenta este extrañamiento
en la esencia de la evolución humana? Tenemos ya mucho ganado para
la solución de este problema al haber transformado la cuestión
del origen de la propiedad privada en la cuestión de la relación
del trabajado enajenado con el proceso evolutivo de la humanidad. Pues
cuando se habla de propiedad privada se cree tener que habérselas
con una cosa fuera del hombre. Cuando se habla de trabajo nos las tenemos
que haber inmediatamente con el hombre mismo. Esta nueva formulación
de la pregunta es ya incluso su solución.
Ad. 1) Esencia general de la propiedad privada y su relación
con la propiedad verdaderamente humana.
El trabajo enajenado se nos ha resuelto en dos componentes
que se condicionan recíprocamente o que son sólo dos expresiones
distintas de una misma relación. La apropiación aparece como
extrañamiento, como enajenación y la enajenación como
apropiación, el extrañamiento como la verdadera naturalización.
Hemos considerado un aspecto, el trabajo enajenado en
relación al trabajador mismo, es decir, la relación del trabajo
enajenado consigo mismo. Como producto, como resultado necesario de esta
relación hemos encontrado la relación de propiedad del no-trabajador
con el trabajador y con el trabajo. La propiedad privada como expresión
resumida, material, del trabajo enajenado abarca ambas relaciones, la relación
del trabajador con el trabajo, con el producto de su trabajo y con el no
trabajador, y la relación del no trabajador con el trabajador y
con el producto de su trabajo.
Si hemos visto, pues, que respecto del trabajador, que
mediante el trabajo, se apropia de la naturaleza, la apropiación
aparece como enajenación, la actividad propia como actividad para
otro y de otro, la vitalidad como holocausto de la vida, la producción
del objeto como pérdida del objeto en favor de un poder extraño,
consideremos ahora la relación de este hombre extraño al
trabajo y al trabajador con el trabajador, el trabajo y su objeto.
Por de pronto hay que observar que todo lo que en el
trabajo aparece como actividad de la enajenación, aparece en el
no trabajador como estado de la enajenación, del extrañamiento.
En segundo término, que el comportamiento práctico,
real, del trabajador en la producción y respecto del producto (en
cuanto estado de ánimo) aparece en el no trabajador a él
enfrentado como comportamiento teórico.
(XXVII) Tercero. El no trabajador hace contra el trabajador
todo lo que éste hace contra sí mismo, pero no hace contra
sí lo que hace contra el trabajador.
Consideremos más detenidamente estas tres relaciones.
Marx: Manuscritos: Economía y filosofía.
Alianza Editorial, Madrid.