Química de los conceptos y sensaciones Fenómeno y cosa en sí Cuestiones fundamentales de la metafísica Algunos pasos atrás |
La moral como autoescisión del hombre |
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QUÍMICA DE LOS CONCEPTOS Y SENSACIONES. Los problemas filosóficos vuelven a tomara hora, en casi todos los casos, la misma forma de plantearse de hace dos mil años: ¿cómo puede algo nacer de su contrario, por ejemplo lo racional de lo irracional, lo que siente de lo que está muerto, la lógica de la ilogicidad, la contemplación desinteresada del deseo apasionado, el vivir para los otro del egoísmo, la verdad de los errores? La filosofía metafísica conseguía hasta ahora salir de esta dificultad negando que unas cosas se originasen de otras y suponiendo un origen milagroso para las cosas más altamente valoradas, como si procediesen directamente del núcleo y la esencia de la “cosa en sí”. Por el contrario, la filosofía histórica, que no se puede pensar separada de las ciencia naturales, y el más reciente de todos los métodos filosóficos, ha comprobado en casos particulares (y tal será presumiblemente su resultado en todos los casos), que esas cosas no son opuestas, sino en la acostumbrada exageración de la concepción popular o metafísica, y que esta oposición estaba basada en un error de la razón: según su explicación, no existe para ser rigurosos, ni un obrar altruista ni una contemplación plenamente desinteresada; ambas cosas son sólo sublimaciones en las que el elemento básico se presenta casi volatilizado y se revela como aún existente sólo a la observación más sutil. - Todo lo que necesitamos y todo lo que solamente se nos puede dar en el nivel actual de las ciencias especializadas es una química de las representaciones y sensaciones morales, religiosas y estéticas, así como de todas aquellas estimulaciones que vivenciamos en nosotros, tanto en las grades como en las pequeñas relaciones que tenemos con la cultura y con la sociedad e incluso estando en soledad: ¿qué sucedería si esta química concluyese con el resultado de que también en esta ámbito los colores más espléndidos se han obtenido de materias vulgares e incluso despreciadas? ¿Tendrán ganas de continuar tales investigaciones? A la humanidad le gusta deshacerse pronto de las preguntas por el origen y los comienzos: ¿no hay que estar poco menos que deshumanizado para notar en sí mismo la tendencia contraría?
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FENÓMENO Y COSA EN SÍ. Los filósofos suelen situarse ante la vida y la experiencia -ante aquello que denominan el mundo de la apariencia-, como ante un cuadro que estuviese desplegado de una vez por todas y mostrase el mismo acontecer de forma invariablemente fija: ellos opinan que hay que interpretar correctamente este acontecer para de esa manera obtener la esencia que ha producido el cuadro; es decir, la cosa en sí que siempre suele considerarse como la razón suficiente del mundo de la apariencia. Por el contrario, lógicos más estrictos, tras haber dilucidado agudamente el concepto de lo metafísico como el concepto de lo incondicionado y, en consecuencia, también como el de lo incondicionante, han puesto en duda toda conexión entre lo incondicionado (el mundo metafísico) y el mundo que nos es conocido: de modo que en el fenómeno no aparece para nada la cosa en si, y se ha de rechazar, por tanto, todo tipo de conclusión sobre ésta que haya partido de aquél. Por ambas partes, sin embargo, se ha desatendido la posibilidad de que aquel cuadro -eso que ahora para nosotros los hombres significa vida y experiencia-, haya devenido gradualmente, que, en efecto, todavía esté por completo en devenir y que, por ello, no deba ser considerado como cantidad fija de la que fuese lícito sacar, o incluso solamente rechazar, alguna conclusión sobre el autor (la razón suficiente.) Puesto que desde hace milenios hemos visto el mundo con pretensiones morales, estéticas y religiosas, con ciega inclinación, pasión o temor, y nos hemos entregado con placer a las groserías del pensamiento ilógico, por todo ello este mundo se ha convertido poco a poco en tan maravillosamente multicolor, terrible, profundo de significación y lleno de alma que ha tomado color, - pero nosotros hemos sido los coloristas: el intelecto humano ha dejado que el fenómeno apareciera y ha introducido en las cosas sus erróneas concepciones fundamentales. Tarde, muy tarde - vuelve en sí: y ahora el mundo de la experiencia y la cosa en sí le parecen tan extraordinariamente distintos y separados que rechaza que de aquél se saquen conclusiones sobre ésta - o de una forma horriblemente misteriosa exige la renuncia de nuestro intelecto y de nuestra voluntad personal: para llegar a lo esencial haciéndose esencial. Otros, en cambio, han recogido todos los rasgos característicos de nuestro mundo de la apariencia -esto es, de la representación del mundo tramada partiendo de equivocaciones intelectuales y heredada por nosotros-, y en lugar de declarar culpable al intelecto han acusado a la esencia de las cosas de ser la causa de ese efectivo y muy inquietante carácter del mundo y han predicado la redención del ser. - El continuo y laborioso proceso de la ciencia acabará de forma decisiva con todas estas concepciones. Dicho proceso alguna vez celebrará por fin su máximo triunfo mediante una historia de la génesis del pensamiento, cuyo resultado quizá podría resumirse en esta frase: lo que nosotros ahora denominamos mundo es el resultado de muchas equivocaciones y fantasías que se formaron poco a poco en la evolución global de los seres orgánicos, que han crecido entrelazándose y ahora las heredamos como tesoro acumulado de todo el pasado, - como tesoro: porque sobre él descansa el valor de nuestra humanidad. De este mundo de la representación la ciencia estricta sólo nos puede desligar, de hecho, en pequeña medida - y en absoluto es de desear que lo haga, en tanto en cuanto no pueda romper esencialmente la violencia de antiquísimos hábitos de la sensación: la ciencia puede, sin embargo, clarificar poco a poco y paso a paso la historia de la génesis de aquel mundo como representación - y elevarnos, al menos por momentos, por encima de todo el proceso. Quizá reconozcamos entonces que la cosa en sí merece una sonrisa homérica: porque parecía mucho, incluso todo, y propiamente esta vacía, es decir, vacía de significación.
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CUESTIONES FUNDAMENTALES DE
LA METAFÍSICA.
Cuando se escriba la historia de la génesis del pensamiento, entonces la siguiente
proposición de un eminente lógico también estará iluminada por una nueva luz:
“La ley originaria y general del sujeto cognoscente consiste en la interna necesidad
de conocer todo objeto en sí, en su esencia propia, como uno e idéntico consigo
mismo, así pues, como existente por sí y, en el fondo, permaneciendo siempre
igual e inmutable, en una palabra, como una sustancia.” También esta ley, que
aquí ha sido llamada “originaria” es algo derivado: algún día se enseñará que
esta tendencia se forma gradualmente en los organismo inferiores, que los torpes
ojos de topo de estas organizaciones al principio no ven nada sino siempre lo
mismo, que entonces, cuando se hacen más perceptibles las distintas estimulaciones
de placer y displacer, las distintas substancias se distinguen poco a poco,
pero cada una con un atributo, es decir, con una única relación
con un tal organismo. - El primer grado de lo lógico es el juicio; cuya esencia
consiste, según la declaración de los mejores lógicos, en la creencia. A toda
creencia le sirve de base la sensación de lo agradable o lo doloroso
con respecto al sujeto que siente. El juicio, en su forma ínfima, es una tercera
sensación nueva, resultado de dos sensaciones individuales previas. - Originariamente
a los seres orgánicos sólo nos interesa en todas las cosas su relación con nosotros
respecto del placer y el dolor. Entre los momentos en los que nos hacemos conscientes
de esta relación, esto es, los estados de sensación, están los momentos del
reposo, es decir, los estados sin sensación: ya que entonces el mundo y cada
una de las cosas carecen de interés para nosotros, no percibimos en él ninguna
alteración (como todavía ahora si alguien está vivamente interesado en algo
no nota que otro pase a su lado). Para las plantas en general todas las cosas
están en reposo, son eternas y cada una de ellas s idéntica a sí misma. Del
periodo de los organismo inferiores el hombre ha heredado al creencia en la
existencia de cosas idénticas (solamente la experiencia desarrollada
por la creencia más elevada contradice esa proposición). La creencia primordial
de todo lo orgánico y quizá desde sus comienzos puede que sea que todo el resto
del mundo constituye una cosa única e inmóvil. - A aquel grado primordial de
lo lógico le queda sumamente lejos la idea de causalidad; en efecto,
nosotros todavía opinamos, en el fondo que todas las sensaciones y acciones
son actos de la voluntad libre; si el individuo que siente se considera a sí
mismo, entonces tomará, toda sensación, toda alteración, por algo aislado,
es decir, incondicionado, inconexo: surgiendo de nosotros sin asociación con
lo anterior o lo posterior. Cuando tenemos hambre no opinamos originariamente
que el organismo quiere ser mantenido, sino que aquel sentimiento es el que
aparece haciéndose valer sin fundamento ni finalidad, se aísla
y se toma a sí mismo por arbitrario. En consecuencia: la creencia
en la libertad de la voluntad es un error originario de todo lo orgánico, tan
antiguo que en él ya existen los arranques de lo lógico, la creencia en sustancias
incondicionadas y en cosas idénticas también es un error originario e igualmente
antiguo de todo lo orgánico. Ahora bien en la medida en que toda metafísica
se ha ocupado principalmente de la sustancia y de la libertad de la voluntad,
se la debe designar como la ciencia que trata de los errores fundamentales del
hombre, aunque lo hace como si fuesen verdades fundamentales.
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ALGUNOS PASOS ATRÁS. Se alcanza un nivel ciertamente
muy elevado de cultura cuando el hombre se libera de la ideas y temores supersticiosos
y religiosos, y, por ejemplo, no cree ya en los simpáticos angelitos o en el
pecado original, y ha olvidado también hablar de la salvación del alma: si se
encuentra en este grado de liberación, le queda aún por superar, con la máxima
tensión de su reflexión, la metafísica. Después, sin embargo, es necesario un
movimiento hacia atrás: debe comprender la justificación histórica, como también
la psicológica de semejantes representaciones, debe reconocer cómo se ha originado
de ellas el mayor progreso de la humanidad y cómo, sin tal movimiento hacia
atrás, nos veríamos privados de los mejores resultados obtenidos hasta ahora
por la humanidad. Con respecto a la metafísica filosófica, son cada vez más
numerosos aquellos que veo alcanzar la meta negativa (que toda metafísica positiva
es un error), pero aún son muy pocos quienes dan algunos pasos atrás; en otras
palabras, es preciso mirar por encima del último travesaño de la escalera, pero
no querer permanecer en él. Los más iluminados sólo consiguen liberarse de la
metafísica y volverse a mirarla con superioridad: mientras también aquí, como
en el hipódromo al termino de la recta es necesario girar.
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LA MORAL COMO
AUTOESCISIÓN DEL HOMBRE. El buen autor, el que de veras
se compromete con su causa, quiere que aparezca otro y lo eclipse sosteniendo
la misma causa de modo más claro y resolviendo exhaustivamente los problemas
contenidos en ella. La muchacha que ama desea
descubrir, en la infidelidad del amado, la devota fidelidad de su propio amor.
El soldado desea caer en el campo de batalla por su patria victoriosa: pues
en la victoria de su patria triunfan al mismo tiempo sus más altos deseos. La
madre da al hijo lo que se quita a sí misma, el sueño, la mejor comida, en algunos
casos la salud y los bienes. ¿Pero son, todos éstos, estados altruistas? ¿Son,
estas acciones de la moral milagros, en tanto que son, según expresión
de Schopenhauer, “imposibles y con todo reales”? ¿No es evidente que en todos
estos casos el hombre ama algo propio, un pensamiento, una aspiración,
una criatura, más que otra cosa propia, es decir, que escinde
su ser y sacrifica una parte de éste a la otra? ¿Acaso sucede algo esencialmente
distinto cuando un testarudo dice: “Prefiero que me maten a ceder un palmo ante
este hombre”? En todos estos casos existe la inclinación hacia algo
(deseo, instinto, aspiración); secundarla con todas las consecuencias, no es,
en ningún caso “altruista”. En la moral el hombre se trata a sí mismo, no como
individuum, sino como dividuum
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IRRESPONSABILIDAD E INOCENCIA. La irresponsabilidad total del hombre respecto de sus actos y a su ser es la gota más amarga que ha de tragar el hombre del conocimiento, una vez habituado a considerar que la responsabilidad y el dolor son los títulos de nobleza de la humanidad. Todas sus valoraciones, atracciones y aversiones se convierten por ello en algo falso y carente de valor: su sentimiento más hondo, el que le acercaba al mártir y al héroe, ha adquirido a causa de eso el valor de un error; ya no tiene derecho alabar ni a censurar, pues no tiene sentido alabar ni censurar a la naturaleza y a la necesidad. Ante los actos propios y ajenos debe proceder como cuando le gusta una obra bella pero no la alaba, porque ésta no puede hacer nada por sí misma, o como cuando se encuentra delante de una planta. Puede admirar su fuerza, su belleza, su plenitud, pero no le es lícito atribuirles mérito: el fenómeno químico, la lucha de los elementos o los tormentos de quien ansia curarse tienen tanto mérito como esas luchas y angustias del alma en las que nos sentimos atenazados por diversos motivos y en diferentes sentidos, hasta que al final nos decidimos por el más poderoso (como suele decirse, aunque en realidad habría que decir: hasta que el más poderoso decide por nosotros). Pero por elevados que sean los nombres que demos a esos motivos, proceden de las mismas raíces en las que creemos que se encuentran los malignos venenos: entre los actos buenos y los actos malos no hay una diferencia de especie, sino a lo sumo de grado. Los actos buenos son la sublimación de actos malos; y los actos malos son actos buenos, pero realizados de una forma tosca y estúpida. Cualquiera que sea el modo como puede obrar el hombre, es decir, como debe hacerlo, éste no desea más que autocomplacerse (unido esto al miedo que tiene a la frustración), ya sea mediante actos de vanidad, venganza, concupiscencia, interés, maldad o perfidia; o mediante actos de sacrificio, de compasión, de entendimiento. Los grados de raciocinio determinarán la dirección en la que cada cual se dejará llevar por este deseo; toda sociedad y todo individuo tienen siempre presente una jerarquía de bienes, por la cual deciden sus actos y juzgan los ajenos. Sin embargo esta escala de medida está cambiando continuamente; se llama malos a muchos actos que sólo son estúpidos porque el nivel de inteligencia de quién decidió realizarlos era muy bajo. Más aún, en cierto sentido, todos los actos son todavía hoy estúpidos, porque será sin duda superado el nivel más elevado que ha podido alcanzar la inteligencia humana: cuando entonces se mire hacia atrás, todos nuestros actos y juicios resultarán tan limitados e irreflexivos como nos parecen hoy los de los pueblos salvajes y atrasados. Puede que la toma de conciencia de todo esto produzca un hondo dolor, pero existe un consuelo: estos sufrimientos son dolores de parto. La mariposa quiere romper su envoltura, despedazándola y desgarrándola; entonces se siente cegada y embriagada por esa luz desconocida que es el reino de la libertad. El primer ensayo para saber si la humanidad, que es moral, puede convertirse en sabia, se hace con hombre que son capaces de soportar esta tristeza (¡y que serán muy pocos!). el sol de un nuevo evangelio lanza su primer rayo sobre las cimas más altas de las almas de esos solitarios; allí se acumulan nubes más densas que en ninguna otra parte, y reinan a un tiempo la claridad más pura y el crepúsculo más sombrío. Todo es necesidad, dice el nuevo saber, y el conocimiento es el camino que conduce a esa inocencia. Si la voluptuosidad, el egoísmo y la vanidad son necesarios para la producción de los fenómenos morales y para que alcancen su más elevada floración, el sentido de la verdad y de la justicia del conocimiento: si el error, el extravío de la imaginación ha sido el único medio por el que ha podido ir elevándose paulatinamente la humanidad hasta este grado de claridad y de autoliberación. ¿quién iría a entristecerse al divisar la meta adonde llevan estos caminos? Es cierto que en el terreno de la moral todo se modifica y cambia, que es incierto y está en constante fluctuación, pero también es verdad que todo fluye y que se dirige a un único fina. Aunque siga actuando en nosotros el hábito hereditario de juzgar, amar y odiar erróneamente, cada vez se irá debitando más por el creciente influjo del conocimiento: en este mismo terreno nuestro se va implantando insensiblemente un nuevo hábito: el de comprender, el de no amar ni odiar, el de ver desde lo alto, y dentro de miles de años será tal vez lo bastante poderoso para dar a la humanidad la fuerza de producir al hombre sabio, inocente (consciente de su inocencia), de un modo tan regular como hoy produce al hombre necio, injusto, que se siente culpable, es decir, su antecedente necesario, no lo opuesto a aquél.
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EL ARTE COMO NIGROMANTE. El arte cumple secundariamente el deber de conservar e incluso de prestar nuevos colores a concepciones apagadas, desteñidas; cuando lleva a cabo este deber, establece un vínculo con épocas diferentes y hace que sus espíritus vuelvan. En realidad, la vida que surge de tal modo es sólo una regla de fantasma que sale de su tumba, o como el regreso en sueños de muertos queridos; pero al menos por algunos instantes el antiguo sentimiento vuelve a despertarse y el corazón late con un ritmo ya olvidado. Ahora bien, por este cometido general del arte se debe perdonar al artista el hacho de que no figure en las primeras filas de la ilustración y de la progresiva, viril educación de la humanidad: ha sido durante toda su vida un niño, un adolescente, y se ha detenido en el punto en que lo ha sorprendido su impulso artístico; los sentimientos de las primeras etapas de la vida están, sin embargo, según cree, más cerca de los de las épocas pasadas que los del siglo presente. Involuntariamente su deber se convierte en el de hacer que la humanidad vuelva a su niñez; esta es su gloria y su limite.
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EL CAMINANTE. Quien ha alcanzado la libertad de la razón, aunque sólo sea en cierta medida, no puede menos que sentirse en la tierra como un caminante, pero un caminante que no se dirige hacia un punto de destino pues no lo hay.. Mirará, sin embargo, con ojos bien abiertos todo lo que pase realmente en le mundo; asimismo, no deberá atar a nada en particular el corazón con demasiada fuerza: es preciso que tenga también algo del vagabundo al que agrada cambiar de paisaje. Sin duda ese hombre pasará malas noches, en las que, cansado como estará hallará cerrada la puerta de la ciudad que había de darle cobijo: tal vez incluso como en oriente, el desierto llegue hasta esa puerta, los animales de presa dejen oír sus aullidos tan pronto lejos como cerca; se levante un fuerte viento, y unos ladrones le roben su acémilas. Quizá entonces la terrible noche será para él otro desierto cayendo en el desierto y su corazón se sentirá cansado de viajar. Y cuando se eleve el sol de la mañana, ardiente como un airado dios, y se abra la ciudad, puede que vea en los ojos de sus habitantes más desierto, más suciedad, mas bellaquería y más inseguridad aún que ante su puerta, -por lo que el día será para él casi peor que la noche. Es posible que a veces sea así la suerte de este caminante. Pero pronto llegan, en compensación, las deliciosas mañanas de otras comarcas y de otras jornadas, en las que desde los primeros resplandores del alba, ve pasar entre la niebla de la montaña a los coros de las musas que le rozan al danzar; más tarde sereno, en el equilibrio del alma de la mañana antes del mediodía y mientras se pasee bajo los árboles verá caer a sus pies desde sus copas y desde los verdes escondrijos de sus ramas una lluvia de cosas buenas y claras, como regalo de todos los espíritus libres que frecuentan el monte, el bosque y la soledad, y que son como él, con su forma de ser unas veces gozosa y otra meditabunda, caminantes y filósofos. Nacidos de los misterios de la mañana temprana, piensan que es lo que puede dar al día, entre la décima y la duodécima campanadas del reloj, una faz tan pura, tan llena de luz y de claridad serena y transfiguradora: buscan la filosofía de la mañana.