En su abrazo recogí semillas que me llevan a tierras heladas
En la soledad que la precede hallé voces que se dirigían a mi cuerpo.
Podía imaginar el espacio que ocuparía en mis manos.
El cuerpo piensa y sus pensamientos se articulan en los empujes del amor.
Temía alejarme de la pureza y adjudicarme un espacio tan ilusorio.
Jamás serán para mí un hábito esas horas compartidas
Son toda la realidad que me permito.

En las calles existen fibras pequeñas que nos reúnen
En sus entrañas algo se agazapa.
Yo fumaba sentado en puentes imposibles
Veía una mujer moverse con tristeza entre calles y árboles
Contemplé las obras capaces de desarticular la realidad de un río.
Un río en una ciudad debería ser lo único permanente.

Cuando llegó me acompañaban fuerzas dialogantes.
Cruzamos el río y desaparecimos entre calles deformadas por el uso.
Arrastramos largamente nuestros cuerpos hasta su casa.
Amanecía y desperté lejos de la imagen que me empujaba a caminar.
En las habitaciones había figuras apenas reveladas por la luz.
Una gata muerta en la cocina y la siesta del fauno junto al teléfono.
Pensé en alguna lucidez algún vigor que nos aleja y reúne.
Salí de esa casa y en todos los muslos veía la herida.
Me preguntaba qué podía darme de beber ella si mi boca es oscura.
Sabía que si esto era el amor este no tendría garganta para cantar.
Este era un amor de callejones un amor sin guaridas.
Permanecí horas en el recuerdo de una inflexión de su voz.
Mis emociones se desarrollaban fuera del tiempo.
Había una cuña en el centro de mi realidad.


***

La quise como al vidrio de la flora volcánica.
Ella conocía el estupor de mi lengua juzgaba todo con su sexo
Y me culpaba de no luchar contra mis sentimientos
De reposar en mi nada.
Yo no aspiraba más que a la relojería del alma
Me imaginaba claro y pleno conocedor de su corazón henchido de vinagre.

Era un animal de cruel simetría
Carne incinerada a vista y paciencia de los peatones.
Conciente de la selección natural
Infalible a la hora de reproducirse.
Hay nombres que uno puede llevar a la muerte.
Hay varias muertes y en una yo llevaría su nombre.

Existe algo anterior al amor
Al cuerpo que hace reconocible sus zonas.
Los recintos son poblados por turbas deseantes
Oscilan los labios imantados por la sangre.
Voy entre las cifras de cuerpos que el viento agita.
Estos dichos son una forma más de aceitar el engranaje.
La beso y no me despojo de su mirada.
La beso cuando el alcohol me oculta o no la beso nunca.

En ella busqué una definición huidiza
El espacio que deshacía su nombre y sus huesos.
Es su nombre el nombre que repito y derramo en la mañana invisible
Agua que me toca cuando cierro los párpados.
Agua que bebo aún como en un sueño en que llueve.

(De "La Noche Migratoria", libro inédito)

TRES PROGRAMAS HIPICOS

I

Por estas ventanas veo desiguales bandadas
Que salen de las bocas de ciertos transeúntes
Que cuelgan sus bastones en los árboles
Los había visto antes pero hoy es distinto
Se escucha la lenta sangre en sus piernas
Si patean las piras mojadas por la lluvia
Todos piden ser enterrados de rodillas
No creo que se pueda relevar a los hijos
Ni siquiera a las perras de ojos claros
Que venden pimienta en las esquinas
No adiviné los aullidos de la lavadora
Pero conozco un animal de lengua negra
Y dientes parchados de odio y granizo
Por estas ventanas veo repetidos suicidios
Demasiadas salidas para cualquiera veo


II

Permanencia de la ceguera a estas horas
Por ojos apostados a lámparas y árboles
Vimos todo lo que había en esos distritos
Y en verdad no eran más que pechos vacantes
Silencios con nada que gritar en toda la noche
Ninguno supo del espacio que se estiraba
Como si no fuéramos ciegos a estas horas
Tendidos en la cama con el aire o solos
Mientras se enumeran las horas en la ventana
Donde el aire habla por teléfono conmigo
Tengo hojas llenas de códigos para una mujer
No retengo su intención ni significado
Eran señales que hablaban y yo las dibujaba
Detrás de los teléfonos veo más que un asesino
Con los belfos apretados en horas como esta


III

Quietud sin nombre ni apariencia desmenuzada
Donde se acoge el silencio trizado por una mano
Con algún motivo que no recuerda la higiene
Ni hoy día que los minutos tardan ajenos al agua
Y las horas asoman llorando del horno vacías
Hacia los relojes donde duermen las alineaciones
De días como este en que salgo para percibirme
Conmigo en horas que salen de los relojes y fuman
Se miran en espejos y se les revela que son putas
Golpean el suelo con el pie mientras llega el minuto
Que es el chulo de los relojes chulos de oro rojo


***

EL CASO OBLICUO DUERME A MI LADO

I

Involucrado en una subversión visible
En catálogos de lamparistas ciegos
No quisiera ser visto a la luz
Ni con los ojos volcados fuera
Es trágica la situación del oxígeno
Los pies risibles están a la vista
El corazón se está perdiendo


II

La afición por la sombra que me ciega
Viene de pie a decir mi nombre
Parece densamente derramar oxigeno
Con una lámpara en la mano y en la otra una mano
La desconocida está sujeta a la oscuridad
En el centro líquido del instante ella lo sabe todo
Me libra de la fiebre y el rigor de la noche polar
Lo que es comienza con el trabajo en la sombra
Las palabras que la definen se descuelgan
Debo comprender los silencios que hemos cruzado


III

Estoy tan cerca del mar que no puedo verlo
Y todo se articula en esta mudanza de la carne
Este fijar formas y límites
No sé donde el pecho guarda su sitio
Seguro lejos de aquí y el reino de agua
Más allá de las algalias y los rostros aparecidos
En todos sitios mi apariencia puede acodarse
Y saludar compradores de tabaco
Dormir solo o con el animal de huesos rojos
Abusar de la simetría de pequeñas celdas de carne
Por siete años buscar el ojo al gato
Encontrar nada y seguir creyendo
Y pensar en un cuchillo sin mango ni filo
Bajo una luz de neón en el barrio de los matarifes
Yo creo en el ruido de tacos que pasa fuera de mi ventana
Yo creo en la respiración de los que se buscan en la calle
Y se preguntan lo obvio y luego entran por sus bocas
Y todo es agravado por perros a los que arrojamos el corazón
Ellos son el motivo del hambre que se repite.


IV

Sus manos perfumadas de melena
Preguntan cuantos muebles tiene la locura
Yo observo una lentejuela escarlata desprendida
El fallo inesperado de la niña que duerme conmigo
Y me propina un odio ancho y ventisquero
Mi caballo de amanecer lento y luz escasa
Observa el insomnio y el deterioro en los objetos
Mastica la partitura verde del odio en los balcones
La ráfaga que sube desde la edad por los pilares del edificio
Estoy por la muerte pero resisto por sus manos
Recibo una oleosa somnolencia con libros y cuchillos
Desde que la amo todos los miércoles son tristes
Lo sé desde que escucho el primer motor en la calle.


V

Y nada es deshacerse finalmente
Un ojo en combustión gravita lento
Y observa las diferencias en la luz
Yo soy el ejemplo de la fijación
Del tiempo establecido en la sombra
Que en mi corazón gira inanimado
Como un organismo nocturno y ciego
Lento me hice acreedor de sus manos
Volvió y dejó caer su cabeza en mí
Simulación de un tiempo concentrado
Al que por primera vez prestaré oídos.


***

PULIR CACTUS DE MUCHACHA
ALTURAS DE MACCHU PICCHU


I

Del aislamiento al aislamiento, como una redecilla vaciada
iba yo entre los callejones y los atolladeros, llegando y despidiendo,
entre las advertencias del otorrino y el monegasco extenuado
de la hojarasca, y entre las primicias y las espinas,
lo que el más grandilocuente amoral, como dentro de un guardia
que cae, nos entrega como un larvario lunes.

(Diástole de fumador vivo en lo intencional
de los cuervos: acertijos convictos
en el sílex de la aclaración:
nociones desdobladas hasta la ultraísta armonía:
estatuto agreste de la palma nutricia.)

Alhaja que me esperó entre vírgenes
encontró un municipio como un torrente entibiado
hundiendo su espiritismo más allá de toda
la hojarasca de colorismo de rondín azulado:
más allá, en la orquesta de las geometrías,
como un esparadrapo enyesado meticulosamente,
hundí el manómetro turgente y duodécimo
en lo más genocida de lo terrícola.

Puse la fresa entre los óleos profusos,
descendí como gourmet en un peaje sumarial,
y, como una ciénaga, regresé a la jefatura
del gatillo primerizo humeante.


II

Si el florero al florero entrega el altoparlante geriátrico
y el roce mantiene su florero disfónico
en su golpeteo trajinado de dianas y arengas,
el hombro arruga el petardo de lujuria que recoge
en los detestables mancebos marionetas
y taladra el metalenguaje del paludismo en su mansarda.
Y pronto, entre el ropero y el humus, sobre el mesero húngaro,
como una barata cantina, queda el almacén:
cuatrero y desventurado, lagunas en el ocio
como estantes frívolos: pero aún
mátala y agonízala con papeleo y con odontología
sumérgela en la alforja cotizable, desgárrala
entre los veteranos hoteleros del alambique.

No: por los correlatos, aislamientos, marañas o camisas,
quién guarda sin puños (como las encarnizadas
amarras) su sanguijuela? El coletazo ha exterminado
al triunfal mercenario en la vendimia de serafines,
y, mientras en la alucinación del cisma, el roedor
de mil añoranzas deja su cartapacio transportable
sobre la misma rambla que lo espera, oh corbata, oh fresa triunfadora
entre las cavilaciones de los otorrinos.

Cuántas veces en los callejones invisibles de una civilización o en
una autopista o una barda en el cretácico, o en la solemnidad
más espiada, la de la noción de la figura, bajo la sonrisa
de sombreristas y campanilleros, en la misma guadaña de la placidez humeante,
me quise detener a buscar el etílico veterano inspirado
que antes toqué en las piernas o en la religión que el betún desprendía.

(Lo que en el cerebro como una historieta amateur
de perdidos pedagogos preocupados va repitiendo un nuncio)
que sin cesar es terror en los capellanes geriatras
y que, idónea siempre, se desgrana en marihuana
y lo que en el aguacero es patrullaje transversal, campaña
desde la ninfa ajena hasta los óleos santos.)

No pude asir sino una ráfaga de rotulas o de mástiles
precoces, como animales de ortodoxia vacuna,
como rostros diversos hinchados de un otorrino radical
que hiciera temblar al misógino arcángel de las razones asumidas.

No tuve situaciones donde descargar el manojo
y que, corrosivo como aguarrás de mandatario encaprichado,
hubiera devuelto el calzado o el fruto de mi manuscrito extraviado.
Qué era el homicida? En qué partícula de su convicción abominable
entre los almohadones de los silenciosos, en cuál de sus mucosas metódicas
vivía lo indiferente, lo imperceptible, el vidrio?


III

El serrucho como la malaria se desgranaba en el incestuoso
granizo de los helechos perennes, de los acordeones
místicos, del uranio a la sífilis, al ocio,
y no una muleta, sino muchas muletas llegaba a cada uno:
cada día una muleta perceptible, pólvora, gruta, languidez
que se apaga con el logaritmo del subsuelo, una perceptible muleta de alambres groseros
entraba en cada homicida como una costosa lápida
y era el homicida asexuado del pantano o del cuerno,
el ganado: el hilo de los pulmones, o el capítulo ostentoso del árbol,
o el romántico de los callejones espirituales:

todos desfallecieron esperando su muleta, su cortés muleta dichosa:
y la quemadura ácida de cada diagrama era
como una cópula nerviosa que bebían temblando.


IX

Ilesa ligadura me va bruñida,
Bendita por dios, mi cigarra ética,
Un redactor interno, mesón penal,
Sin atacar el clero, posponer mi nada,
Lar tu antigua crin, pena el perdido,
Anagrama torpe lid, pena perdida,
Miel entrepiernas, sierpe dadora,
Arte en vana red, inepta red laminada,
Baúl de lo canalla, el pez druida,
Lucir casaca de equino, pero arpa de vid,
Mi faena el trigo, pedir albedrío,
Madre o espejo, estante sembrado,
Traer sombrero, sin su vicio de Edén,
Pantanal trunco, su atentado resuelto,
Cacería del rol senil, no hacer mito,
El reducido alce, el jarabe al ataúd,
No investir ángel, declarar sutil tesón,
Una barba mujeril en lucro audaz,
Piense internada, metáfora tan en red,
Un capullo de sílice, arma tu pipa,
Nivel armado, cábala de desertor,
Madre sola, lanzas del regreso,
Nada veda una tarde, tu fiero ron,
Una la dañara, tenaz armada en pie,
El florecer baladí, alinear códices
De volcán manso o atar tu cáscara,
Olla adepta, predilección de mito.

(De "Desencanto Personal, reescritura del canto general de Pablo Neruda.")

 

<