El
odio de la música
Pascal Quignard
La música es la única de todas las artes que ha colaborado
en la exterminación de los judíos organizada por los alemanes
desde 1933 a 1945. La única que fue requerida como tal por la administración
de los Konzentrationlager. Hay que subrayar, en detrimento de este
arte, que fue el único que pudo acomodarse a la organización
de los campos, al hambre, a la indigencia, al trabajo, al dolor, a la
humillación y a la muerte.
Simon Laks nació el 1 de noviembre de 1901 en Varsovia.
Tras estudiar en el conservatorio de Varsovia, se traslada a Viena en
1926. Para vivir acompaña la proyección de películas
mudas con el piano. Luego se ubica en París. Hablaba polaco, ruso,
alemán, francés e inglés. Era pianista, violinista,
compositor, director de orquesta. Fue detenido en París en 1941.
Estuvo internado en Beaune, en Dracy, en Auschwitz, en Kaufering, en Dachau.
El 3 de mayo de 1945 fue liberado. El 18 de mayo estaba en París.
Deseaba evocar la memoria y el sufrimiento de aquellos que habían
sido aniquilados en los campos, pero también quería meditar
sobre el papel que había cumplido la música en el exterminio.
Recurrió a René Coudy. En 1948, publica en la editorial
Mercure de France, junto a René Coudy, un libro titulado Musique
d'un autre monde, precedido de un prefacio escrito por Georges Duhamel.
El libro no tuvo resonancias y cayó en el olvido.
Después de lo que los historiadores llaman "Segunda
Guerra Mundial", después de los campos de exterminio del III
Reich, hemos entrado en una época donde las secuencias melódicas
exasperan. Sobre la totalidad del espacio de la tierra, y por primera
vez desde que se inventaron los primeros instrumentos, el uso de la música
se ha vuelto a la vez pregnante y repugnante. Amplificada de manera infinita
por la invención de la electricidad y la multiplicación
de su tecnología, se tornó incesante, agresiva de noche
y de día, en las calles comerciales de las ciudades, en las galerías,
en los pasajes, en las grandes tiendas, en las librerías, en los
cajeros automáticos de los bancos extranjeros donde uno retira
dinero, incluso en las piscinas, incluso en las playas, en los departamentos
privados, en los restaurantes, en los taxis, en el metro, en los aeropuertos.
Incluso en los aviones en el momento de partir y de aterrizar.
Incluso en los campos de la muerte.
La expresión "odio de la música" quiere
expresar hasta qué punto la música puede volverse odiosa
para quien más la amaba.
La música atrae a los cuerpos humanos.
Es aún la sirena del relato de Homero. Ulises atado al mástil
de su nave es cosado por la melodía que lo atrae. La música
es un anzuelo que atrapa las almas y las conduce a la muerte.
Ése fue el dolor de los deportados cuyos cuerpos se rebelaban a
pesar de ellos mismos.
Hay que escuchar esto temblando: la música acompañaba
esos cuerpos desnudos cuando entraban en la cámara de gas.
Simon Laks escribió: "La música precipitaba
el final".
Primo Levi escribió: "En el Lager (campo) la música
nos arrastraba hacia el fondo".
En el campo de Auschwitz, Simon Laks fue violinista, luego copista
permanente de música (Notenschreiber), y por último director
de orquesta. El químico italiano Primo Levi escuchó dirigir
al director de orquesta polaco Simon Laks. Como Simon Laks en su regreso,
en 1945, Primo Levi escribió Se questo e un uomo (Si esto
es un hombre). Su libro fue rechazado por muchos editores. Publicado por
fin en 1947, no fue mejor recibido que Musiques d'un autre monde.
En Se questo e un uomo, Primo Levi decía que en Auschwitz,
ningún detenido ordinario, perteneciente a un Kommando ordinario,
hubiera podido sobrevivir: Sólo quedaban los médicos, los
sastres, los zapateros, los músicos, los homosexuales aún
jóvenes y atractivos, los amigos o compatriotas de ciertas autoridades
del campo, más algunos individuos particularmente despiadados,
vigorosos e inhumanos, sólidamente instalados por la comandancia
de los SS en funciones de Kapo, Blockaltester u otras.
La meditación de Simon Laks puede dividirse en dos preguntas:
¿Por qué la música pudo ser "mezclada a la ejecución
de millones de seres humanos"?
¿Por qué tuvo ella un "papel más que activo"?
La música viola el cuerpo humano. Lo pone de pie. Los ritmos musicales
suscitan los ritmos corporales. La oreja no se puede cerrar cuando se
encuentra con la música. Al ser un poder, la música se asocia
a todo poder. Es esencialmente desigual. Oír y obedecer van unidos.
Un director, ejecutantes, personas obedientes, tal es la estructura que
su ejecución pone en escena. Allí donde hay un director
y ejecutantes hay música. Platón nunca distinguió
en sus textos filosóficos la disciplina y la música, la
guerra y la música, la jerarquía social y la música.
También las estrellas: son las sirenas según Platón,
astros sonoros productores del orden y del universo. Cadencia y medida.
La marcha es cadenciada, los saludos son cadenciados. La primera función,
o al menos la más cotidiana de las funciones asignadas a la música
de las Lagerkapelle, consistía en acompañar la partida
y el retorno de los Kommandos.
Audición y vergüenza son gemelas. En la Biblia,
en el relato del Génesis se dan al mismo tiempo la desnudez antropomorfa
y la audición del "rumor de Sus pasos". Tras haber probado
el fruto del árbol que desnuda, el primer hombre y la primera mujer
escuchan al mismo tiempo el rumor de Yahvé-Elohim que se pasea
por el jardín, entre la brisa del día, y ven que están
desnudos y se refugian para disimular sus cuerpos tras las hojas del árbol
que viste.
En el Edén la acechanza sonora y la vergüenza sexual se dan
juntas. La visión y la desnudez, la audición y la vergüenza
son la misma cosa.
Ver y escuchar se dan al mismo instante y ese instante es inmediatamente
el fin del Paraíso.
La realidad del Lager y el mito del Edén cuentan
una historia parecida, pues el primer hombre y el último hombre
son el mismo. Descubren la ontología de un mismo mundo. Exhiben
una misma desnudez. Prestan oídos al mismo llamado que hace obedecer.
La voz del relámpago es la noche fulminante que trae en su trueno
la tormenta.
El rumor de sus propios pasos, ése es el primer estrato
del silencio.
¿Qué es Dios? Que hayamos nacido.
Que hayamos nacido de otros distintos a nosotros. Que hayamos nacido en
un acto que no nos imaginamos. Que hayamos nacido durante un abrazo en
el que otros dos cuerpos distintos al nuestro estaban desnudos: quisiéramos
verlos.
Sucede que moviéndose el uno hacia el otro, gemían.
Somos el fruto de una sacudida entre dos pelvis desnudas, incompletas,
avergonzadas una frente a la otra, cuya unión fue ruidosa, ritmada,
gimiente.
Escuchar y obedecer.
La primera vez que Primo Levi escuchó la fanfarria en la entrada
del campo tocando Rosamunda, le costó reprimir la risa nerviosa
que se apoderó de él. Vio aparecer los batallones que volvían
al campo siguiendo una marcha extraña: avanzaban en filas de cinco,
casi rígidos, el cuello derecho, los brazos pegados al cuerpo,
como hombrecitos de plomo, la música les alzaba las piernas y levantaba
decenas de miles de borceguíes de madera, manejando los cuerpos
como si fueran autómatas.
Los hombres tenían tan pocas fuerzas que los músculos de
las piernas obedecían a pesar de ellos a la fuerza propia de los
ritmos que la música del campo imponía y que Simon Laks
dirigía.
Primo Levi llamó "infernal" a la música.
Pese a no recurrir casi nunca a imágenes, Primo Levi escribió:
"Sus almas están muertas y es la música la que las
impulsa hacia adelante, como el viento a las hojas secas, y se transforma
en su voluntad".
Luego señala el placer estético experimentado por los alemanes
ante estas coreografías matutinas y vespertinas de la desgracia.
No fue para atenuar el dolor, ni para conciliarse con sus víctimas,
la causa de que los soldados alemanes organizaran la música en
los campos de la muerte.
1. Fue para aumentar la obediencia y unirlos a todos en esa fusión
impersonal, no privada, que engendra toda música.
2. Fue por placer, placer estético y gozo sádico, experimentado
en la audición de melodías animadas y en la visión
de un ballet de humillación danzado por la tropa de aquellos que
cargaban con los pecados de quienes los humillaban.
Fue una música ritual.
Primo Levi reveló la más antigua función asignada
a la música. La música, escribe, era sentida como un "maleficio".
Era una "hipnosis del ritmo continuo que anula el pensamiento y duerme
el dolor".
Toda la música ya está en el silbato del SS. Es una
potencia eficaz, provoca una actitud inmediata. Del mismo modo que el
campanario del campo desencadena el sueño, y así la pesadilla
onírica se interrumpe para dar paso a la pesadilla real. Siempre
el sonido hace "ponerse de pie". La función secreta de
la música es convocar. Es el canto del gallo que hace llorar a
San Pedro.
¿Cómo escuchar música, cualquier música,
sin obedecerla?
¿Cómo escuchar música desde afuera de la música?
¿Cómo escuchar música con los oídos cerrados?
Simon Laks, que dirigía la orquesta, tampoco se situaba en el "exterior"
de la música so pretexto de que la dirigía.
Primo Levi prosigue: "Había que escucharla sin obedecer, sin
padecerla, para comprender lo que ella representaba, por qué razones
premeditadas los alemanes habían instaurado ese rito monstruoso,
y por qué aún hoy, cuando una de esas inocentes cancioncillas
nos viene a la memoria, sentimos que la sangre se nos hiela en las venas".
Primo Levi continúa diciendo que esas marchas y esas canciones
se grabaron en los cuerpos: "Será lo último que olvidaremos
del Lager pues son la voz del Lager." Es el instante
en que el canturreo que vuelve adquiere la forma del malestar. El melos
altera el ritmo corporal, se confunde con la molécula sonora personal,
y entonces, escribe Primo Levi, la música aniquila. La música
deviene "la expresión sensible" de la determinación
con la que los hombres se proponen exterminar a los hombres.
El lazo entre el niño y la madre, el reconocimiento entre
ambos tras la adquisición de la lengua materna, se forja en el
seno de una incubación sonora muy ritmada que comienza antes del
nacimiento, prosigue después del parto, reconociéndose por
gritos y vocalizaciones, más tarde por cancioncillas y estribillos,
nombre y apodos, frases recurrentes, apremiantes, que se vuelven órdenes.
Los naturalistas describen la audición intrauterina como
algo distante, la placenta aleja los ruidos del corazón y del intestino,
el agua reduce la intensidad de los sonidos, los vuelve más graves,
los transporta en largas olas que mecen el cuerpo. En el fondo del útero
reina así un ruido de fondo grave y constante que los acústicos
comparan con un "soplido sordo". El mismo ruido del mundo exterior
es percibido allí como un "ronroneo sordo, suave, y grave"
bajo el cual se eleva el melos de la voz de la madre, repitiendo
el acento tónico, la prosodia, el fraseo que ella le imprime a
la lengua que habla. Es la base individual del canturreo.
En el vientre de la madre, el corazón del embrión
le permite al niño soportar el ruido del corazón de su madre
y transformarlo en su propio ritmo.
Un inevitable asalto sonoro precede a la vida misma. La respiración
de los hombres no es humana. El ritmo prebiológico de las olas,
antes que Pangea emergiera, ha anticipado el ritmo cardiaco y el ritmo
de la respiración pulmonar. El ritmo de las mareas unido al ritmo
circadiano nos ha partido en dos. Todo nos parte en dos.
La audición prenatal prepara el reconocimiento postnatal
de la madre. Los sonidos familiares esquematizan la epifanía visual
del cuerpo desconocido de la madre que el recién nacido abandona
como si se mudara. Los brazos de la madre enseguida se tienden en la emoción
maternal hacia el grito infantil. Sus brazos no dejan ni por un instante
de mecer al niño como un objeto que flota todavía.
Desde la primera hora los sonidos que hay en el aire perturban al recién
nacido, modifican su ritmo respiratorio (su aliento, es decir su psyché,
es decir su animatio, es decir su alma), transforman su ritmo cardiaco,
lo hacen parpadear y mover todos sus miembros de un modo desordenado.
Desde la primera hora, la audición de los llantos de los otros
recién nacidos desencadena su propia agitación y le hacen
vertir sus propias lágrimas.
El sonido nos agrupa, nos rige, nos organiza. Pero nosotros abrimos
el sonido en nosotros mismos. Si escuchamos atentamente sonidos idénticos
que se repiten a intervalos iguales, no los captamos como una unidad.
Los organizamos espontáneamente en grupos de dos o cuatro sonidos.
A veces de tres, raramente de cinco, nunca más que eso. Y ya no
son los sonidos los que sentimos repetirse, sino que son los grupos que
parecen sucederse a sí mismos.
Es el tiempo mismo quien así se agrega y se segrega.
Henri Bergson tomó como ejemplo el reloj mecánico.
Pero seguimos agrupando de a dos las marcas sonoras de los segundos, como
si los relojes eléctricos hubieran conservado el fantasma de la
danza de un péndulo.
Los hombres que viven en Francia llaman tic-tac a ese grupo sonoro. Y
es sincera y casi evidentemente que el tiempo entre tic y tac nos parece
más corto que entre el tac que aparenta terminar la secuencia y
el tic que aparenta comenzar la próxima. Ni la agrupación
rítmica ni la segregación temporal son datos físicos.
¿Por qué el agrupamiento espontáneo parece
corresponder entonces a una pulsación de la atención? ¿Por
qué ese pulso tiránico del alma? ¿Por qué
los hombres están presentes en este mundo de una manera que no
es instantánea sino que reposa sobre un mínimo de simultaneidad
y sucesión? ¿Por qué el presente humano deja hueco
el lugar del lenguaje?
Los hombres enseguida escuchan frases. Para ellos una secuencia de sonidos
enseguida forma una melodía. Los hombres son contemporáneos
de algo más que el instante. Es así que el lenguaje se dispone
en ellos, y a la vez, los vuelve siervos de la música. Uno no puede
dejar de pensar que marcha hacia la presa sobre algo distinto que sobre
la sucesión de un solo pie. Y es por ese "algo más
que un solo pie" que corren sin caerse y pueden mimar y acentuar
y alentar la predación en la danza.
Por poco que le pidan, es a duras penas que el hombre alcanza la
arritmia. Le es imposible lograr una secuencia de golpes lo más
irregular posible.
O al menos oírla le es imposible.
En un artículo publicado en 1903, R. McDougall propone llamar
"intervalo muerto" al silencio tan particular que separa en
el oído humano dos grupos rítmicos sucesivos. El silencio
que separa a esos grupos es una duración paradojal que nace a partir
del "final" y se interrumpe a partir del "comienzo".
Ese silencio que la humanidad escucha no existe.
R. McDougall lo llama "muerte".
No hay dos "caras" de la música.
Tanto a la producción como a la audición de la música
corresponde esta "muerte". Simon Laks no piensa distinto a Primo
Levi. No hay una audición sonora que se oponga a una emisión
sonora.
No hay un maldito frente a un maleficio.
Hay un poder que simultáneamente vuelve sobre sí mismo y
metamorfosea de un modo similar a aquellos que la producen hundiéndolos
en la misma obediencia rítmica, acústica y corporal. Simon
Laks murió en París el 11 de abril de 1987. Simon Laks escribió
muy claramente: "No faltan publicaciones que declaran, no sin cierto
énfasis, que la música sostenía a los prisioneros
y les daba fuerzas para resistir. Otros afirman que esa música
producía el efecto inverso, que desmoralizaba a los desgraciados
y precipitaba su fin. Yo comparto esta última opinión".
En Musiques d'un autre monde, Simon Laks cuenta esta historia:
En 1943, en el campo de Auschwitz, el día previo a la Navidad,
el comandante Schwarzhuber ordenó que los músicos del Lager
tocaran canciones navideñas alemanas y polacas ante las enfermas
del hospital de mujeres.
Simon Laks y sus músicos fueron al hospital de mujeres. Al principio
todas las mujeres comenzaron a llorar, particularmente las mujeres polacas,
hasta formar un llanto más sonoro que la música.
Luego, los gritos siguieron a las lágrimas. Las enfermas gritaban:
¡Paren! ¡Paren! ¡Váyanse! ¡Desaparezcan!
¡Déjennos morir en paz!"
Simon Laks era el único de los músicos que comprendía
el sentido de las palabras polacas que las mujeres enfermas aullaban.
Los músicos miraron a Simon Laks que les hizo una seña.
Se replegaron.
Simon Laks dice que nunca había pensado hasta qué punto
la música podía doler tanto.
La música duele.
Gabriel Fauré decía que tanto la escritura como la
audición de la música implicaban un "deseo de cosas
inexistentes".
La música es el reino del "intervalo muerto".
Es lo irreversible que nos visita. Es lo deshecho que se "rehace".
Es lo que viene de ninguna parte. Es el retorno de lo sin retorno. Es
la muerte en el día. Es lo asemántico en el lenguaje.
Me sorprende que los hombres se sorprendan de que aquellos que
aman la música más refinada y compleja, y son capaces de
llorar escuchándola, sean a la vez capaces de la mayor ferocidad.
El arte no es lo contrario de la barbarie. La razón no es contradictoria
de la violencia. No se puede oponer lo arbitrario al Estado, la paz a
la guerra, la sangre vertida al fluir del pensamiento, porque lo arbitrario,
la muerte, la violencia, la sangre, el pensamiento no son ajenos a una
lógica que sigue siendo una lógica aun cuando supere a la
razón.
En una época los filólogos afirmaban que bell
derivaba de bellum -la campana sonora y petrificante derivaba de
la guerra.
R. Murray Shafer informa que durante la Segunda Guerra Mundial los alemanes
confiscaron treinta y tres mil campanas en Europa y las fundieron para
hacer cañones. Cuando volvió la paz, los templos, las catedrales
y las iglesias reclamaron sus bienes, les enviaron los cañones
de la derrota. Pastores y sacerdotes los fundieron para volver a hacer
las campanas.
La campana deriva del animal. La campana viene de bellam, bramar.
La campana es el bramido de los hombres.
La música patriota es una impresión infantil, provoca
una especie de sobresalto eufórico, un temblor que recorre la espalda,
llena de emoción, y suscita una adhesión sorprendente.
Kasimierz Gwizdka escribió: "Cuando los prisioneros del Konzentrationslager
de Auschwitz, agotados por una jornada de trabajo, marchaban torpemente
en columnas y a lo lejos escuchaban la orquesta que tocaba cerca de los
alambrados,
eso les devolvía el aplomo. La música les daba coraje y
fuerzas extraordinarias para sobrevivir".
Romana Duraczowa dijo: "Volvemos del trabajo. El campo se acerca.
La orquesta del campo de Birkenau toca fox-trot de moda. La orquesta nos
calienta la sangre. ¡Odiamos esa música! ¡Odiamos esas
ejecutantes! Esas muñecas están sentadas, todas vestidas
de azul marino con un cuellito blanco. ¡No sólo están
sentadas sino que tienen derecho a las sillas! Se considera que esta música
nos exalta. Nos moviliza como el sonido de la trompeta en la batalla.
Esta música estimula incluso a los caballos moribundos que mueven
sus patas al ritmo de la danza que se está ejecutando".
Simon Laks escribió que le parecía que la audición
de la música producía un efecto deprimente sobre la desgracia
extrema. Cuando dirigía, le parecía que ella sumaba la propia
pasividad que inducía a la postración física y moral
a la que el hambre y el olor de la muerte sometían a los cuerpos
de los otros detenidos. Laks precisa: "Ciertamente durante los conciertos
dominicales a algunos de los espectadores que nos rodeaban les gustaba
escucharnos. Pero era un placer pasivo, sin participación, sin
reacción. Había otros que nos maldecían, que nos
insultaban, que nos miraban de reojo, que nos consideraban como intrusos
que no compartíamos su suerte".
Las sociedades no están libres de la entropía caótica
que las genera: ella será su destino.
Lo que deja atónito en la audición es lo que lleva a la
muerte.
La canción-señuelo permite atraer y matar. Esa función
persiste aun en la música más sutil.
Durante el exterminio de millones de judíos, la organización
de los campos recurrió deliberadamente a esta función. Wagner,
Brahms, Schubert fueron esas Sirenas. La reacción de Vladimir Jankèlevich
prohibiéndose escuchar e interpretar la música alemana era
nacional.
Tal vez no es la nacionalidad de la obra lo que debe ser sancionado en
la música, sino el origen de la música misma.
La música original misma.
Tucídides,
retomando la obertura de la primera Pítica de Píndaro,
asignaba la marcha al paso como una función de la música:
"La música no está destinada a poner a los hombres
en trance, sino a ayudarlos a marchar al paso y a permanecer en orden
cerrado. Sin música, una línea de batalla se expone a desorganizarse
en cualquier momento ni bien avanza para ir a la carga".
Elías Canetti repitió que el origen del ritmo era la marcha
sobre ambos pies, que daría lugar a la métrica de poemas
antiguos.
La marcha humana sobre dos pies siguiendo el pataleo de las presas y de
las manadas de renos, luego de los bisontes, luego de los caballos. La
huella de las patas de los animales le parecía ser también
la primera escritura descifrada por el hombre que los perseguía.
La huella es la notación rítmica del ruido. Patalear sobre
el suelo en masa es la primera danza y no es de origen humano.
Y actualmente: es el ingreso de la masa humana pataleando en masa en la
sala de concierto o de ballet. Después, todos se callan, se unen
privándose de todos los ruidos corporales. Luego, todos golpean
las manos rítmicamente, gritan, hacen
un enorme barullo ritual, y por último, se levantan todos juntos,
pataleando de nuevo en masa en la sala donde se produjo la música.
La música está ligada a la jauría de la muerte. Espolear:
es lo que descubrió Primo Levi al descubrir por primera vez la
música ejecutada en el Lager.
Es la
frase de Tolstoi: "Allí donde se quiere tener esclavos, hace
falta la mayor cantidad de música posible". Esa frase conmovió
a Máximo Gorki. Él la cita en las Conversaciones con
Iasnaia Poliana.
La unidad de la jauría fúnebre es su pataleo. La
danza no se distingue de la música. El grito eficaz, el silbido
-residuo del señuelo- acompañan el espoleo asesino. La música
une las jaurías así como el orden las pone de pie. El silencio
descompone las jaurías. Prefiero el silencio a la música.
El lenguaje y la música pertenecen a una genealogía que
subsiste siempre en ellos y que puede sublevar el corazón.
La orden es la raíz más antigua del lenguaje: los perros
obedecen las órdenes como los hombres. La orden es una sentencia
de muerte que las víctimas comprenden hasta la obediencia. Domesticar
y ordenar son la misma cosa. Los niños enseguida son acosados con
órdenes, es decir, acosados por gritos de muerte ornados de lenguaje.
El esclavo nunca es un objeto sino siempre un animal. El perro
ya no es más completamente un animal sino un ser doméstico,
porque es obediente: escucha, responde a la voz-señuelo, parece
comprender el sentido cuando no hace más que padecer el melos.
La música asombra al alma y escande los actos como las señales
que Pavlov dirigía a los perros.
La batuta del director de orquesta hace callar la cacofonía de
los instrumentos, instala el silencio que precede a la música,
ella desencadena de pronto sobre ese fondo de silencio mortal la irrupción
de la primera medida. La tropa de hombres o de animales, o incluso de
perros, siempre es salvaje. Sólo es doméstica cuando responde
a órdenes, se levanta cuando suena el silbato y se aglutina en
las salas de concierto.
Los niños y los perros saltan en el lugar cuando se hallan
en el límite de las olas. Gritan y ladran espontáneamente
a causa del ruido y del movimiento del mar.
El perro gira la cabeza en dirección al sonido inhabitual,
levanta las orejas, se mantiene alerta, el hocico, la mirada, las orejas,
dirigidos al sonido extraño.
El director de orquesta hace todo el espectáculo de eso
que el oyente obedece. Los oyentes se asocian para ver a un hombre parado,
solo, sobreelevado, que hace hablar y callar según su voluntad
a una tropa que obedece.
El director crea la lluvia y el buen tiempo con una batuta. Tiene una
rama dorada entre sus dedos.
Una tropa que obedece, eso equivale a una jauría de animales domésticos.
Una jauría de animales domésticos, eso define una sociedad
humana, es decir un ejército fundad en la muerte del otro.
Marchan guiados por una batuta.
Una jauría humana se aglutina para ver una jauría domesticada.
Entre los bororós, el mejor cantante es el jefe del grupo. La orden
y el canto eficaz no se diferencian. El amo del cuerpo social es el Kappelmeister
de la naturaleza. Todo director de orquesta es un domador, es un Führer.
Todo hombre que aplaude levanta las manos hacia su rostro, luego taconea,
luego grita. Por último la jauría hace volver al director
y exulta si él acepta reaparecer.
En Theresiensdtadt, H.G. Adler no soportaba que se cantaran arias
de ópera en el campo.
En Theresiensdtadt, Hedda Grab-Kermayr dijo: "No comprendo cómo
Gedeon Klein pudo componer una Wiegenlied (una canción de
cuna) en el campo".
Ni bien llegó al campo de Theresiensdtadt, Hedda Grab-Kermayr
comenzó a cantar, el 21 de marzo de 1942, los Cantos bíblicos
de Dvorak. El 4 de abril, fue el programa de despedida de Purglitzer.
El 3 de mayo, cantó la Canción de cuna del ghetto de Carlo
Taube, la repitió el 5 de junio, y el 11 de junio en el patio de
los pabellones de Hamburgo. Participó en la premiere de La novia
perdida el 28 de noviembre. Luego vinieron El beso en 1943,
Carmen en 1944. El 24 de abril se declara una epidemia de tifo.
El 5 de mayo los SS se retiran. El 10, el ejército rojo entra en
el campo y comienza la cuarentena. Durante los meses de junio y julio
de 1945, los prisioneros pudieron abandonar Theresiensdtadt.
Tras salir del campo, ella no cantó nunca más. Emigró
al oeste de los Estados Unidos. Ya no quería hablar más
de música. A Marianne Zadikow-May, a Eva Glaser, al doctor Kurt
Wehle de Nueva York, al doctor Adler de Londres, al violinista Joza Karas,
a ninguno le aceptó hablar de música.
Una de las cosas más difíciles, más profundas,
más desorientadoras que se hayan expresado acerca de la música
que pudo ser compuesta y ejecutada en los campos de la muerte, la dijo
el violinista Karel Frohlich, quien sobrevivió a Auschwitz, en
una entrevista grabada en Nueva York por Joza Karas, el 2 de diciembre
de 1973. Karel Frohlich dijo de pronto que en el campo-ghetto de Theresiensdtadt
se daban las "condiciones ideales" para componer música
o para interpretarla.
La inseguridad era absoluta, el día siguiente una promesa de muerte,
el arte era lo mismo que la supervivencia, la experiencia del tiempo debía
ser la experiencia del paso del tiempo más interminable y más
vacío. A todas esas condiciones, Karel Frohlich le sumaba además
un "factor esencial", imposible en las sociedades normales:
"En realidad no tocábamos para un público, ya que éste
desaparecía continuamente."
Los músicos tocaban para públicos que morían enseguida
y con los cuales ellos mismos irían a juntarse inminentemente.
Karel Frohlich decía: "Lo insensato era ese aspecto a la vez
ideal y anormal".
Viktor Ullmann pensaba como Karel Frohlich, señalando por su parte
la concisión mental o la imposibilidad de anotar sobre el papel
los sonidos que acosan al espíritu del compositor moderno. Viktor
Ullmann murió en Auschwitz el 17 de octubre de 1944.
La última obra compuesta por Ullmann en el campo se titula
Séptima sonata. Se la dedicó a sus hijos Max, Jean y Felice.
La fechó el 22 de agosto de 1944. Luego, siguiendo la reflexión
de Karel Frohlich, Viktor Ullmann escribió en el pie de la primera
página un copyright sarcástico. Existe un humor último.
El humor último es el lenguaje en el instante en que supera su
propio límite.
"Los derechos de ejecución quedan reservados para el compositor
hasta su muerte."
Este texto pertenece al libro La haine de la musique,
Hachette, París, 1994.
Fue publicado por la revista Nombres, Córdoba, Argentina.
Traducción de Carlos Schilling.
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