Cada quien con
su quimera
Pero la monstruosa bestia no era peso inerte; por el contrario, envolvía y oprimía al hombre con sus músculos elásticos y poderosos; se agarraba con sus dedos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa superaba la frente del hombre, como aquellos cascos horribles con los que antiguos guerreros esperaban provocar más terror en el enemigo. Interrogue a uno a dónde iban así. Repuso que no sabían nada, ni él ni los otros, pero que evidentemente iban hacia alguna parte, pues estaban impelidos por una necesidad de caminar. Curiosa anotación: ninguno de los viajeros tenía aire de estar irritado contra la bestia feroz, colgada de su cuello y pegada a su espalda; se diría que la consideraban parte de sí mismos. Estos rostros cansados y serios no testimoniaban ninguna desesperación; bajo la tediosa cópula del cielo, los pies hundidos en el polvo de una tierra tan desolada como este cielo, caminaban con el aspecto resignado a quien esté condenado a esperar siempre. Y el cortejo pasó junto a mí y se hundió en la atmósfera del horizonte, por el sitio donde la superficie redondeada del planeta se oculta a la curiosidad de la mirada humana. Por instantes me obstiné en comprender este misterio, pero pronto la irresistible indiferencia se apodero de mí, y fui abrumado con más peso que ellos mismos con sus quimeras aplastantes. |