Era una noche calurosa:
cuatrocientos grados. Todo el mundo estaba en la calle. Los organismos
pueden tener temperatura propia, o no. La gran mayoría no la tiene,
y adopta la del medio. Seres mercuriales, cambiantes, imprevisibles como
el clima. De pronto me asaltaba la idea, que también conozco, de
que el amor era posible, de que empezar una nueva vida era posible...
La juventud en Dinosaur City exacerbaba todas mis fantasías eróticas
pasadas y futuras; parecía directamente salida de ellas. Lo que
resultaba en una especie de hiperrealismo. Lo he notado siempre que salgo
de Buenos Aires: sus habitantes me hacen soñar, pero cuando viajo,
los habitantes de otras ciudades han salido de mis sueños... Me
estaba preparando para lo que vendría después.
¿Quién
era este chico que venía a mi lado? ¿Quién era Oscar?
Prácticamente no habíamos hablado. Era muy callado, seguramente
por timidez. También por falta de ocasión, que es en realidad
el problema de los tímidos. El paisaje nocturno, urbano y abigarrado,
por el que nos deslizábamos lo tenía todo del cambio de
tema. Si habláramos, sería para iniciar de nuevo todas las
conversaciones, en otros términos.
¿Vos también escribís? Le pregunté
No, no, se apresuró a responder, sin hacer más lento el
paso (al contrario) y sin mirarme. Supe que mentía. Me lo confirmó
la continuación: ¿Le parece que se puede escribir en esta
ciudad de mierda, acumulando bacterias de sulfuro en el estómago
todo el tiempo? Es una forma de metabolismo como cualquier otra, pero
no es la más adecuada para la actividad intelectual. Hay que aferrarse
a sistemas muy precisos, por ejemplo a la diosa. Todo lo que se escribe
en esas condiciones sale idéntico a lo ya escrito.
No insistí. Me aburría, y no entendía de qué
estaba hablando. Además me preguntaba dónde estabamos. Los
autos hacían sonar todo el tiempo unas bocinas que decían
"¡boludo!" con voz ronca de borracho. Era una grabación
amplificada, un dispositivo muy ingenioso... Quién sabe si estaba
autorizado; pero todos lo usaban, se había puesto de moda. Los
embotellamientos eran pavorosos; lo peor era que los vehículos
nunca se quedaban del todo quietos. Parecía imposible cruzar una
calle; de ahí debía venir la fábula de que Dinosaur
City era una sola manzana.
Nos deslizábamos
en medio del estruendo, y lo que me decía Oscar, que se había
lanzado a un torrente de confidencias, me llegaba en fragmentos bastante
oscuros.
Escribí un tiempo para la revista Mutantia. Pero no pagaban nada.
Nunca hice espionaje. Lo que me interesó siempre fue el contraespionaje,
que es mucho más intelectual.
Mis comentarios y preguntas también debían de llegarle parcialmente
a él; ni yo mismo me oía:
No quiero parecer indiscreto, ¿pero por qué usás
guantes, con este calor?
Yo lo único que pido es que mi gato sea feliz. Lo demás
no me importa. Que se dé por añadidura; y si no se da, me
es igual, mala suerte.
Animal sagrado en el Oriente, en todos los Orientes...
Y los dos juntos:
¿Nos habremos alejado mucho? ¿Nos habremos acercado demasiado?
De pronto una serpiente con patas apareció ante nosotros, abriéndose
paso entre la gente. Pensé que sería una de esas promociones
de yogurt, y hasta me hice el propósito de aceptar la muestra gratis,
porque tenía la boca seca, pero Oscar se alarmó muchísimo,
me tomo del brazo y me hizo dar media vuelta.
¡Venga , corra!
Corrí, sin saber por qué.
Tenés una culebrita en el pelo le dije.
Se la sacó a manotazos. Estaba como loco.
¡Fíjese bien dónde pone el pie! Si llega a pisar una...
Gritan que es un horror.
Me hizo meter en un enorme salón de videojuegos. Debía de
pensar que era un buen escondite. ¿Pero por qué? ¿De
quién estabamos huyendo? Yo le seguía la corriente por cortesía
nada más, porque no creía que corriéramos ningún
peligro. Tanto he temido hacer papelones, o quedar mal con alguien, tantas
veces he huido de una explicación como de un pelotón de
fusilamiento, que se me han confundido los grados de peligro. Estaba perfectamente
dispuesto a encararme con cualquier enviado de la Mâe y decirle
sin vueltas que no presentaría su libro.
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Extracto de La
Serpiente, 1998
¿César
Aira?
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