Fernando Pessoa

El descubrimiento de la excepcional poesía de Pessoa genera, quizás de modo inevitable, profundas emociones en cualquier lector sensible a su poderosa hondura lírica, a su irónica mirada sobre el mundo y triste percepción de sí mismo, a su conciencia de ser casi un ausente, una especie de hombre inacabado, un tímido personaje más cercano a la ficción que a la realidad, el protagonista de una novela todavía no escrita. Pessoa es un poeta cuya vida estremece por su inmensa melancolía, por su aparente irrelevancia, por su magnífica escritura.

Por lo mismo, no es fácil señalar ciertas impresiones tras la lectura de la acuciosa y extensa biografía del ensayista francés sobre Fernando Pessoa (13 de junio de 1888-30 de noviembre de 1935). Dividido en un preludio, 33 capítulos, un final y 5 anexos, el libro da cuenta con rigor de la extraña personalidad del vate lusitano y de su notable obra poética. De hecho, Bréchon insiste en manifestar la indisoluble unidad entre vida y escritura en el paradójico itinerario existencial de Pessoa: "Conocer la vida de Pessoa hombre no nos aleja de su obra, sino todo lo contrario. En su caso mucho más que en el de otros, la vida explica la obra tanto como la obra explica la vida. Se contienen mutuamente...". Esta obra es, a un tiempo, la huella y la transfiguración de su vida devastada. No conozco otra vida de escritor tan carente, como tampoco otra que haya sido tan transfigurada por el arte".

Pessoa es un hombre cuya vida transcurrió como la de "un pasajero clandestino", donde todo se fraguaba en su interior, poseyendo al mismo tiempo una identidad casi indescifrable para el resto, identidad variada y múltiple por el lúdico y constante uso de heterónimos que poseían su propia historia, aunque un incierto destino: "el pagano Alberto Caeiro, el estoico pero también epicúreo Ricardo Reis, el modernista Álvaro de Campos, el desasosegado Bernardo Soares". Estos heterónimos, según Robert Bréchon, hallan su origen en la frecuente tendencia de Fernando Pessoa a la despersonalización y a la simulación, en su inquieto afán de encontrar una vía de escape de la personalidad de algún modo inmóvil configurada por el propio carácter. En el fondo, son caretas que el poeta de Lisboa adopta para expresarse mejor a sí mismo y desahogar su imaginación.

Ya en las primeras páginas del texto, Bréchon alude a Pessoa tomando una cita de Lou Andréas Salomé referida a otro espíritu grande, Nietzsche: "La historia de este hombre es, de cabo a rabo, una biografía del dolor".

Por eso, Pessoa es presentado como alguien "dotado e indefenso, seguro de sí pero inquieto, duro y tierno, indiferente y apasionado, ambicioso y modesto, complicado e ingenuo. Él se limitará a convertirse en lo que es".

Solitario hasta el extremo, no fue, en todo caso, un marginal ni tampoco un ser dejado a la intemperie. Al contrario, parecía un ciudadano normal, que solía andar cuidadosamente vestido, apasionado por la política y que, debido a su oficio escogido a los veinte años, se transformó en un experto traductor de la correspondencia comercial de las distintas firmas en las cuales trabajó (dominaba muy bien el inglés, por los ocho años de su infancia vividos en Sudáfrica, y en menor medida conocía bien el idioma francés).

Pessoa combinó esa labor con la decisión de nunca aceptar un empleo que le ocupara todo el día. Y lo consiguió, ya que deseaba poder conservar su "libertad de pensar", de "relacionarse" y de "disponer de su tiempo". Quizás lo hizo para responder más intensamente a su vocación poética y porque además fue un hombre que experimentaba en su cotidiana rutina el paso fugaz de la vida, la transitoriedad de uno mismo y del entorno. Lo dice en uno de sus versos: "Breve el día, breve el año, breve todo. / ¡Que nos ocurra pronto no ser más nada!". Así, los 47 años y algunos meses que vivió Pessoa se desarrollaron "entre la espera y la urgencia, en lo que se podría resumir con la frase de Rimbaud: 'una ardiente paciencia', lo contrario de la 'negligencia agitada' que hoy llamamos rapidez".

Su amor a Lisboa

En su obra, Robert Bréchon describe a Pessoa como un individuo dotado de un genio inmenso, divino y en ocasiones angustioso regalo para almas privilegiadas, pero también como un hombre al cual le faltó el talento necesario para alcanzar el éxito.

Sin embargo, también es cierto para el biógrafo francés que Pessoa soñaba con la gloria póstuma, la trascendencia, y por ello hizo de su tránsito vital un ejercicio que lo condujera a ese destino sólo reservado a unos pocos artistas: esa insólita realidad que consiste en "debutar una vez muertos", en aparecer cuando ya se han despedido, en gozar del reconocimiento tras beber primero el amargo trago de la incomprensión y de la indiferencia.

En esta semblanza de Pessoa se muestra la identificación del poeta con Lisboa, su amada ciudad natal y de residencia definitiva, para él un lugar de tránsito (cambiaba frecuentemente de domicilio), y también de permanencia (no le gustaba viajar, y prácticamente nunca salió de ella, si exceptuamos el período que permaneció en Durban). Amó a Lisboa de manera intensa, extrema, lo que resulta casi una dicotomía al confrontarla con esta hermosa afirmación surgida de su pluma: "Mi patria es el lugar donde nunca estuve".

Es posible en Pessoa descubrir un cierto vacío reflejado en la sensación de que siempre pudo ser otro, así como percibir el doloroso peso de no ser lo que pudo haber sido. Ese pensar en su destino como algo inconcluso va acompañado de una fina resignación: "Haz que tu corazón sea digno de los dioses y deja que esta vida incierta sea lo que es. Lo que te ocurra acéptalo". Para cada uno existen distintas existencias posibles. Aferrarse a una de esas voces interiores que señalan un rumbo es una misión impostergable. En rigor, siendo uno somos también otro. Y eso impulsa que, a través de Álvaro de Campos, Pessoa escriba lo siguiente: "Todos tenemos dos vidas: la verdadera, esa que soñamos en la infancia, y la falsa, esa que vivimos en convivencia con los otros".


Rodrigo Figueroa Weitzman

(Articulo extraído de El Mercurio del Domingo 27 de Octubre de 2002, Artes y Letras)

 

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